Quién me lo iba a decir: la nueva versión del mito de Hércules -la segunda que nos llega este año- ha resultado ser una película mejor de lo anticipado, obligando a este cronista a comerse sus propios prejuicios. No por su profundidad o brillante desarrollo, en la línea de lo esperado en una película a caballo entre la serie B -al menos en cuanto a ambiciones- y la exuberancia de las grandes producciones de verano. Es porque los aficionados al cine de acción apenas esperamos ya nada de su director, Brett Ratner, responsable de una decena de mediocridades como la saga Hora Punta y de arruinar con su plana puesta en escena proyectos a priori más interesantes, como por ejemplo El dragón rojo.
No, Hércules no es una película perfecta. Pero tras su espíritu menor, de aventura amable y simplona, que lo es y con cierto descaro, encontramos más tela que cortar de lo que esperábamos.
Tras un prólogo explicativo horrible, Hércules mejora rápidamente. La película sitúa al espectador después de los doce trabajos del héroe mitológico, convertido ahora en mercenario al servicio del mejor postor... aunque el protagonista no trabaja solo, sino ayudado por una serie de compañeros que añaden a la película esa dinámica de grupo que ya hemos visto en Los Vengadores o Los Mercenarios. Extremo que acaba funcionando mejor de lo esperado, y añadiendo sustancia al verdadero tema de la película: el héroe logra sus hazañas gracias a la silenciosa participación de sus amigos, su "familia", tal y como desvelan sus excelentes títulos finales. Pero no adelantemos más argumento, pues lo interesante de la película de Ratner no está en el pie de la letra, tan típico y tópico como cabría esperar, ni siquiera en un excelente giro que da pie a su tercer acto (y que pese a previsible, resulta un añadido más a la cinta, que funciona rematadamente bien una vez toca dar palizas).
Ex luchador de wrestling metido a actor, el antes apodado La Roca ha logrado levantar franquicias veteranas (Fast & Furious) y otras condenadas (G.I.Joe), además de protagonizar otros tantos vehículos en solitario con notable éxito. En todas ellas, Dwayne Johnson ha lucido casi siempre tanto músculo como humor y sí, también cierta capacidad dramática, al menos la suficiente para defender su territorio. En esta ocasión no hay ningún cambio de registro, es más, su actitud entre chulesca y bonachona contagia más que nunca toda la película. Tanto que, por momentos, el Hércules de ficción que encarna Johnson parece más que nunca una propia proyección de su propia persona: se trata de un sujeto afamado y admirado que ha forjado su leyenda a base de trabajo (doce, en este caso) pero que a su vez es pura imagen y en cierto modo, cual luchador de wrestling, incluso un estafador: lejos de toda naturaleza divina, Hércules es al comienzo de la película la coraza del hombre real que hay detrás, un tipo verdaderamente duro pero con poco o nada de Dios, y que pese a su pasado trágico, se lo toma todo con cierto humor.
Como suele suceder, en Hércules habitan en realidad dos películas, una rutinaria y complaciente (pero muy resultona) y otra más interesante que habita bajo ella. De hecho, en sus peores momentos, los más torpes, se nota que es hija de quien es. Mientras el guión parece pedir un relato más oscuro, tanto su actor como el director empujan en dirección opuesta, provocando un cierto desconcierto en el espectador... que todavía no me explico cómo, no arruina la película sino que acaba beneficiándola. Lo extraño es que a medida que transcurre Hércules, que por cierto no se prolonga mucho más de noventa minutos, el discurso subterráneo de la película, su manera de construir un personaje unidimensional en un relato que reniega de todo aspecto fantástico, no se pierde e incluso permanece íntegro pese a la mediocre interpretación de Ratner: la película recicla material legendario con un matiz muy actual, trazando un paralelismo entre la fama y la naturaleza legendaria de su personaje (no es baladí la presencia de un historiador en su grupo), a la vez que lo inserta en una aventura amena que no pierde demasiado tiempo en explicaciones. La prueba definitiva de este Hércules es aceptarse a sí mismo, y lo hace en la mejor secuencia jamás filmada por su director, con el personaje desencadenándose (simbólica y físicamente) mientras grita su nombreen un marasmo creciente de gritos y tensión.
El que su discurso funcione tan bien al margen de ese nivel elemental es todavía un misterio para mí. Pero aparte, Hércules brilla por méritos propios gracias a su tono ligero y desenfadado, e incluso cuenta con las mejores escenas de acción filmadas por su director. La batalla en el poblado, donde se percibe la violencia si necesidad de sangre digital, o el mencionado clímax de acción (no se pierdan el "los trabajos han terminado, yo acabo de comenzar") gozan de más energía que cualquier cosa filmada anteriomente por Ratner. E ideas como la que hace referencia a los centauros gozan de interés y entidad por sí mismas. De modo que si buscaban un peplum entre vetusto y contemporáneo, una película de las de sábado por la mañana sin ningún arrepentimiento, no hace falta que busquen mucho más.