

Aunque no lo crean, hasta hace muy pocas semanas existían reservas sobre el rendimiento de esta Guardianes de la Galaxia. Basada en unos personajes Marvel considerados secundarios, sin una estrella del calibre de Robert Downey Jr. -totalmente identificada con su personaje en la mente del público- para garantizar la afluencia a los cines, la película se estrenaba además en pleno mes de agosto, después de media docena de títulos del mismo género y otras tantas aventuras de efectos visuales, y por tanto enfrentándose a un posible cansancio en su público. Pues bien: tras los 95 millones de dólares recogidos en su primera semana en EEUU y la pulverización de todas las estadísticas manejadas por los analistas, va a suceder justo lo contrario: Guardianes de la Galaxia, el entretenimiento más fresco de la temporada, va a ser la película que acabe de convertir en invencibles a Marvel y Walt Disney el próximo cuarto de siglo.
Los resultados son contundentes no sólo en la taquilla, y vienen a demostrar que el universo de la Casa de las Ideas, como se conoce a la editorial, se expande ya en todas direcciones. Con Guardianes de la Galaxia el director y guionista James Gunn salta de la serie Z de Troma -previo paso por la serie B de Slither y el indie de Super- a la superproducción en clave blockbuster, y lo hace llevándose un poco del espíritu de todas las anteriores. La nueva aventura de superhéroes del estudio de Los Vengadores funciona muy bien y de muy diversas maneras antes de convertirse en, precisamente, eso: una aventura de superhéroes. De hecho, la película de Gunn es mejor cuando no tiene que pagar el peaje de destrucción urbana masiva propia del género y deja a los personajes, ya sean reales o digitales, campar a sus anchas por una galaxia en la que resuenan tanto las aventuras de Star Wars como los reversos paródicos de aquella, ya fueran firmados por Mel Brooks o Stewart Raffill (The Ice Pirates), pasadas todas por el tamiz de las mejores películas del estudio.
Las razones son variadas. Gunn erige su película sobre el habitual McGuffin superheroico del que tampoco necesitamos saber demasiado, pero a la vez incorpora una peculiar dinámica que perturba el devenir de la historia: esta vez son las equivocaciones y travesuras de sus protagonistas, un equipo de perdedores y rebeldes con distintas motivaciones, las que funcionan como motor -casual- de avance del relato. Los Guardianes de la Galaxia son cinco losers que acaban juntando sus caminos y pasan largo rato debatiendo si hacer el bien, el mal... o un poco de cada cosa. Pero su película tiene aún más líneas de discurso: la primera escena situada en 1988 sirve de percha para incorporar una nostalgia y dramatismo que va más allá de la recuperación de éxitos musicales o referencias pop que pueblan su metraje (y que da lugar a sus mejores instantes, incluyendo la mitificación definitiva de Kevin Bacon) sino que otorga la abundante salsa a los personajes, un equipo que pese al jolgorio general vive, al fin y al cabo, perseguido por la pérdida (de origen, de identidad, familiar).
Ese es el germen del éxito de la película y su sense of wonder: lo bien que funcionan sus personajes, su equipo de actores (el infinito carisma de Chris Pratt, Dave Bautista e incluso las creaciones digitales) y el encanto general de la propuesta. El gran mérito es hacerlo parecer fácil, o recurriendo a la imaginería de la película, hacerlo todo bailando: Guardianes de la Galaxia es probablemente el filme más apto para neófitos Marvel de todos los paridos por el estudio en los últimos años, y a la vez el que va a garantizar su futuro y sanear su galería de personajes. Sin ninguna intención de ser una película relevante, estamos ante el perfecto filme de aventuras, aquel que hace de su intrascendencia una virtud. Una gozada.