Entre el maremoto de grandes estrenos de verano genera consuelo la llegada de producciones como Las dos caras de enero, una nueva adaptación de Patricia Highsmith, realizada al modelo de la exitosa El talento de Mr. Ripley, y que supone el debut en la dirección del guionista iraní Hossein Amini. Y sí, digo bien, consuelo. Por varias razones: la primera, porque cada vez resultan menos abundantes los ejemplos de cine comercial de perfil adulto y modesto dentro de un mercado poblado por otra clase de espectáculos menos austeros. Pero a ello habría que sumar también algo de extrañeza, debido fundamentalmente al tono abiertamente clásico y "a la antigua" con el que el autor de la muy moderna Drive ha impregnado a la historia, sin que ello redunde en voluntad de ejercicio de estilo alguno ni tampoco derive en un producto añejo y pasado de moda.
Siguiendo el patrón de anteriores adaptaciones de Highsmith, Las dos caras de enero aborda una trama de thriller de suspense pero centrando sus miras en las relaciones que un peculiar trío de personajes establece entre ellos, y en particular los dos hombres que lo conforman. Década de los sesenta, pleno verano. Chester, un enigmático individuo de porte aristocrático (excelente Viggo Mortensen) y su esposa Colette (Kirsten Dunst, más bella que en ocasiones anteriores) están de vacaciones en Grecia en un aparente viaje vacacional. Tras un encuentro casual con Rydal (Oscar Isaac), un profesor norteamericano que también guarda un buen número de secretos, el trío deberá huir de las autoridades del país, embarcándose en una tensa contrarreloj para llegar a Estambul que pondrá a prueba sus verdaderas intenciones.
Todo en la película de Amini bascula entre los personajes de Mortensen e Isaac. Pero lo que en principio podría parecer un nuevo matiz homosexual, como en la citada El talento de Mr. Ripley, en esta ocasión deriva más bien hacia derroteros igualmente psiconalíticos, pero esta vez más emotivos y desesperados, relacionados con ciertos traumas paternofiliales. Las dos caras de enero es un thriller de suspense clásico, pero no desactualizado: la película no se priva de una veta psicológica que le proporciona gran riqueza y justificación al relato, más atento a las sutiles modulaciones de sus actores que de los golpes de efecto de la trama. Podría resultar extraño y pretencioso afirmar que la película de Amini no versa sobre el crimen y el castigo, o que en ella no existe más justificación que la de fabricar una emulación hitchockiana, pero no es completamente así. En ella, todo gira en torno a ese terrorífico y eterno concepto de enterrar (simbólicamente) al padre, casi una figura mitológica y legendaria que se acaba convirtiendo en el motivo de ser de la persecución, en el verdadero mensaje tras los acontecimientos.
No debe resultar casual, por ello, que el grueso de la historia se ubique en territorio griego. Con una correcta puesta en escena y una excelente fotografía que captura perfectamente la luz y el calor mediterráneos, la película de Amini desarrolla una intriga sencilla con un tono íntimo y pausado, casi una excusa para desarrollar la rivalidad a pleno sol entre Chester y Rydal. Las paranoias gubernamentales, secretos y la confusión moral del thriller contemporáneo perviven, pero todo ello visto desde un clasicismo nada vetusto, en el que el concepto de culpa resulta, eso sí, más íntimo y personal que en películas actuales. Tanto Viggo Mortensen como Oscar Isaac, el primero interpretando a un culpable como si fuera inocente y el segundo a un inocente como si fuera culpable, realizan sus mejores trabajos, y de su paranoica persecución y la sombra padre-hijo que desprenden sus personajes -entre el amor y el odio, con una mujer en medio- surgen los momentos más estimulantes de una película notable.
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