¿Se acuerdan del póster de El coloso en llamas? ¿O el de La aventura del Poseidón? En todos ellos se apelotonaban nombres como los de Gene Hackman, Ernest Borgnine, Paul Newman, Steve McQueen, Henry Fonda… Dejando de lado las distancias entre éstas y la nueva película del industrioso Paul W.S. Anderson (Resident Evil), en Pompeya nos tenemos que conformar con los de Kit Harington (Juego de Tronos) y Emily Browning (Sucker Punch). Lo que nos da perfectamente la medida del producto ante el que nos encontramos.
Pompeya narra las últimas horas de la ciudad romana, enterrada junto a todos sus habitantes en el año 79 a.C. por una devastadora erupción volcánica.
Del director de Resident Evil no esperábamos, evidentemente, un filme de catástrofes a la antigua usanza, ni tampoco que manejase con maestría la historia de amor que promete el despliegue publicitario. De las implicaciones políticas que se desprenden de la trama, un romance entre dos castas en medio del colapso total, casi mejor ni hablamos, por mucho que estén ahí (estamos, de nuevo, ante un amorío limitado por las estructuras sociales).
Lejos del énfasis de, por ejemplo, Marc Webb por conjugar romance y acción en las dos entregas de The Amazing Spider-Man (a Titanic, la referencia inmediata de la película, mejor ni la mentamos), Anderson se muestra más interesado por asimilar la aventura al neopeplum reiniciado hace más de una década en la ya eterna Gladiator. El británico, con los ojos evidentemente puestos en Ridley Scott, preña su espectaculito con cenizas y decorados digitales muy bien utilizados, disfrazando con simpática profesionalidad el andamiaje de una película de serie B que sustituye el cartón piedra por un (suficiente) trabajo de digitalización.
En Pompeya, que se inicia con líneas de Plinio el Joven a ritmo de videoclip y continúa con una trama amorosa en dos movimientos (chico-conoce-chica/chico-rescata-chica), tienen más psicología los caballos que los personajes. Pero su realización pulcra y su pulso no son poca cosa. En Pompeya el andamiaje de un guión básico se descubre en un turmix digitalizado de Titanic despachado en hora y media que, desde luego, se pasa alegremente. El de Resident Evil y secuelas es el primero de la segunda fila, y cada vez rueda mejor.
¿Moraleja? Que hay una manera de disfrutar de Pompeya, y aquí los conocedores del cine de Anderson (Alien vs. Predator, Death Race) me entenderán: esa manera, es, simple y llanamente, saber que desde el comienzo estábamos ante una película suya.