Crítica: '300. El Origen de un Imperio'
La secuela de 300, que trascurre de manera simultánea a aquella, da todo lo que promete pero carece de la fuerza del original.
En el año 2007 casi nadie en Hollywood esperaba que el primer 300 funcionase tan rematadamente bien. Tanto a nivel de taquilla, con más de 450 millones de dólares recaudados mundialmente (sobre un escueto presupuesto de 65) como en sus propias entrañas fílmicas. Y es que también muy pocos, salvo conocedores de la obra del inclasificable genio del cómic que es Frank Miller, esperaban que la película del hoy consagrado Zack Snyder resultase un epítome tan bueno de la belicosa era post 11-S, guerras en Oriente incluidas, y no sólo una exhibición de esos logros estéticos y texturas digitalizadas que la entonces reciente trilogía galáctica de George Lucas no acertó del todo a capturar.
Es precisamente el sentido del espanto y el atavismo espartano el que se echa de menos en esta tardía (siete años ha tardado) secuela/spin-off dirigida por el aún desconocido Noam Murro, una aventura que al fin y al cabo sustituye a los cafres liderados por Leónidas, que no concebían destino mejor que morir en la batalla, por un grupo de marines griegos al servicio de la democracia y mucho más apegados a cierto modo de vida más, digamos, convencional. La comparación no es baladí: la película de Murro destaca de nuevo por su apología del abdominal retocado, su violencia de cómic y acción constante, además ahora en glorioso 3D, de modo que complacerá sin problemas al público masivo. Pero salvo momentos puntuales carece de ese sentimiento de pérdida e incluso gravitas romano (que no nos oigan los espartanos) que adornaba en clave pulp la hipermusculada función de Snyder.
300. El origen de un Imperio se desarrolla simultáneamente a la célebre batalla de las Termópilas narrada en el primer filme, con el general Temístocles (intrascendente Sullivan Stapleton) liderando una armada de barcos contra la flota de Gerges, decidido a aplastar tanto a Esparta como, bajo este punto de vista del relato, también a Atenas. Pero también narra acontecimientos previos y posteriores que completan su mitología. Esta amplitud de miras no favorece en exceso a la película, que carece de un héroe relevante y se apoya casi por completo en la excelente villana interpretada por Eva Green, que despliega su extravagante atractivo y aún tiene tiempo de aportar cierto sentido del humor a su composición. La película progresa a buen ritmo, pero Murro no puede evitar la impresión de que la trama avanza a espadazos, ni tampoco que los diálogos que deberían definir situaciones y personajes parezcan meros interludios entre secuencias de acción.
Para el recuerdo quedan retazos de genio, como esa escena sexual en la que Murro se atreve a plantear la atracción sexual nada furtiva entre Temístocles y Artemisia, o alguna secuencia de acción como aquella que cambia el curso de la batalla y en la que simplemente todo explota por los aires. Pero en general esta vez todo parece un poco más flojo. 300 era un filme que puede tener detractores y defensores, pero daba la impresión de ser algo que este correctito blockbuster, repleto de intrascendentes chorros de sangre digital, apenas roza: un trabajo importante.
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