Tres horas y cincuenta y nueve minutos: eso fue lo mejor que puede decirse de la gala de los Óscar de este año, que no sobrepasó ni un minuto su duración prevista. Porque hasta en la puntualidad, la 86º edición cumplió escrupulosa con el guión marcado, alérgico a las sorpresas y a los giros inesperados. Esto sigue siendo Hollywood.
Tras el pertinente análisis cinematográfico, proponemos un recopilatorio de lo que fue lo peor y lo mejor de una noche que insiste en ser llamada la fiesta del cine, y que cada año se revela más como excusa para trasnochar pegado a las redes sociales. Aquí está, licuado y seleccionado, lo que dio de sí la noche.
Lo peor
La alfombra roja
Como cada año, el arranque de los premios solo contentó a los adictos fashion y expertos en modelitos. Para los demás, el espectáculo comenzó como un interminable letargo de dos larguísimas horas en las que contemplar cómo alguien con micrófono persigue a directores y actores preguntándoles de quién van vestidos y si están nerviosos. La celebrity llega, sonríe, dice el nombre del diseñador y lo trascendental de una noche mágica y pasa el turno. (Bis). Para añadir sopor a la cosa, la amenaza de tormenta que ha sobrevolado Los Ángeles dio pie a infinidad de conversaciones de ascensor sobre la posibilidad de chubascos y lo bonita que se había quedado la noche. Una espiral de diversión. Aunque es difícil levantar un modelo tan anquilosado, se echaron en falta unos presentadores con gracia como la Kristin Chenoweth de la pasada edición, que aliviara un poco la pasarela de tópicos.
El humor blanco
Hollywood buscaba en Ellen Denegeners un humor inocuo que evitara el consumo de anitácidos, y a fe que su presentadora se ganó el jornal. Con un guión bastante anodino, la rubia condujo una gala en la que primó el humor blanco y las bromas blanditas, exceptuando el comentario que le hizo a Liza Minnelli sobre su parecido con un señor, ante el sofoco y las manos en la cabeza del auditorio. Desde casa, hacíamos propia la afirmación sobre la diva. En lo demás estuvo simplemente correcta, haciendo gala de tablas pero renunciando a las carcajadas culpables del respetable, en los que resplandecía una perpetua mueca de alivio. Esta vez no hubo chistes de negros, judíos u homosexuales como cuando Seth MacFarlane se puso la frente del cotarro. Ni siquiera un mal chiste sobre los españoles ante los que envolverse en la bandera del catetismo.
Lisergia Mcconaughey
El problema fue esperar que quien subiera al escenario fuera Rust Cohle, el hombre descreído que añora los momentos en los que "los hombres no contaban sus mierdas", porque cuando subió su intérprete la fantasía se derrumbó. El mejor actor del año se marcó un discurso lisérgico en la recogida de su estatuilla, poseído por un trance en el que parecía levitar vaya usted a saber a causa de qué. Empezó hablando de Dios y acabó divagando sobre el universo, dejándonos un extraño sabor de boca y pocas ganas de aplaudir su más que merecido galardón. Quien pudo, zapeó en busca del penúltimo capítulo de True Detective.
Melancolía musical
Si el año pasado la gala se caracterizó por el uso y abuso del interludio coregrafiado, este año la reina absoluta ha sido una machacona melancolía musical. Salvo el número de Gru en los inicios de la gala, el resto de actuaciones fueron una especie de Eurovisión con más glamour y menos caspa, pero idéntica emoción: ninguna. Solo los gallos de Bono nos revolvieron en el sofá, dejándonos con ganas de aconsejarle que se aplique el nombre de la canción vencedora: Let It Go. Si lo más destacable fue la interpretación de Pink, ya se hacen cargo de cómo fue lo demás.
La peluca y el logopeda de Travolta
La vida es aquello que ocurre mientras a Travolta le crece el pelo de una manera monstruosa. Este año volvió a dejarnos patidifusos con unos implantes que algún día lo devorarán, pero sobre todo con una presentación del número musical entre lo demente y lo surrealista. Se confesó forofo del género e introdujo a trompicones el número de Idina Menzel, que pronunció de un modo tan extraño que costó saber de quién estaba hablando. Seguimos preguntándonos quién es esa "Adele Dazim" de la que habló.
El "In memoriam"
El momento más sentimental de la noche nos traía dos sorpresas: una buena y otra mala. Por fin se acababa con el aplausómetro de muertos, prohibiendo convertir el recuerdo a los fallecidos en un concurso de popularidad post-mortem, pero las ausencias nos hicieron arrugar el ceño. Faltaron figuras tan relevantes para el cine como Jess Franco y ausencias que dolieron a este lado del océano: Sara Montiel. Debían ir justos de tiempo.
Lo mejor
Los selfies, el photobomb y otras cosas de fotografiar
Si bien Degeneres no estuvo brillante sobre el escenario, su actuación en el patio de butacas nos regaló momentos memorables. La presentadora tiró de su garbo y buena sintonía con los invitados, y los involucró en el espectáculo de una forma magistral. Para la posteridad quedará su selfie -el tuit más retuiteado de la historia ya- el numerito de las pizzas o su troleo épico a Liza Minelli. En su decisión firme de dejar que brillaran los demás, nos ganó un poquito, hay que reconocerlo.
Benedict Cumberbatch
Al actor no le hizo falta estatuilla para acabar siendo de las mejores cosas que dejó la noche. Comenzó por hacer un photobomb (lo que toda la vida se ha llamado un jodefotos) en el momento cumbre de U2, y continuó brillando cada vez que la cámara enfocaba hacia su asiento. Intentó meterse en cada una de las fotografías, se emocionó con el discurso de la ganadora del Óscar y fue protagonista sin pretenderlo, simplemente sentado en la butaca. No le hace falta más.
Las mujeres
Los premios de de Cate Blanchett y Lupita Nyong'o quizá no fueron los galardones más sorpresivos, pero sus discursos sí consiguieron emocionar. La primera reivindicó el interés del cine que habla de las mujeres y la segunda dio un discurso fresco y emocionado sin deslizarse por la pura ñoñez, cosa más que habitual. "No importa de dónde seas, tus sueños son válidos", dijo. Si había algún momento en el que abandonarse culpablemente a la emoción, fue este.
Jared Leto
El actor comenzó revolucionando al personal con un look que hacía imposible no recordar el Jesucristo colega de Dogma, y terminó arrancando los aplausos más sinceros sobre el escenario. "A todos los soñadores del mundo que están viendo esto esta noche, en lugares como Ucrania y Venezuela, les quiero decir: estamos aquí", dijo. Se metió en el bolsillo incluso a los poco amigos de las reivindicaciones políticas, trayendo al primer plano situaciones que hacen falta recordar, incluida la lucha contra el sida que aborda el film por el que se llevó el galardón. El hecho de que desde lugares como Venezuela o Rusia jamás llegaran a ver este momento certifica la necesidad del mismo.
El homenaje a los héroes
La gala brilló especialmente en su producción audiovisual, cuyo hilo conductor este año eran los héroes de la gran pantalla. Entre premio y premio se engarzaron unos vídeos que rozaron la perfección, con un montaje cuidadísimo y unas escenas escogidas con mimo. Todo un homenaje no ya a los héroes, sino al cine. Cazafantasmas y Centauros del desierto incluidos.
Kevin Spacey y Bill Murray
La socarronería de estos dos veteranos alivió el páramo previsible en el que encalló la ceremonia. Spacey hizo un guiño a su personaje en House of Cards: "Y yo canto porque es maravilloso estar fuera de Washington y rodeado con todos mis amigos de Hollywood", dijo, haciéndonos desear fuertemente que el año que viene oficie él la ceremonia. Bill Murray se saltó el guión para recordar a Harold Ramis, con unas palabras muy lejos de la frecuentemente impostada emoción. Bravo, caballeros.
Jennifer Lawrence y la oda a la payasada
No es gala de los Óscar hasta que Jennifer Lawrence no se pega un culetazo. Y este año no perdió el tiempo y lo hizo al principio de la Gala, para rebajar tensiones. La joven actriz aceptó su papel de payasa perpetua y se tomó con humor que todo el mundo riera cuando subió al escenario a entregar una estatuilla: "¿De que te ríes? Si aún no he hecho nada", dijo socarrona. Ellen Degeneres aprovechó el buen talante de la actriz, y le espetó: "El próximo años te llevaremos nosotros el Óscar para que no te caigas".
Jim Carrey
Por si esta lista no se ha desacreditado por sí sola, terminamos destacando a Jim Carrey. Su imitación de Bruce Dern, el entrañable protagonista de la película que debería haberlo ganado todo, fue de lo más divertido. Sí, exactamente ahí estaba el nivel.