Empezar un comentario sobre Philomena, nominada a 4 Oscar, alabando la actuación de Judi Dench sería una obviedad. Pero allá vamos: la actriz que interpretó a M en los últimos siete filmes de 007 aborda su nuevo trabajo con esa naturalidad, sencillez y discreción que parece reservada sólo a 1) aquellos que ya no tienen nada que demostrar y 2) que rehúyen los divismos y excesos, precisamente porque no los necesitan (¿verdad, Meryl Streep?). Es precisamente esa -llamémosla así- suavidad, la que destaca en la nueva película de Stephen Frears, una película basada en la novela del periodista Martin Sixsmith, uno de los protagonistas de la historia real que se narra, y que en la cinta incorpora con similar fortuna (y eterna incomodidad) el no menos brillante Steve Coogan.
Admitimos Philomena como película menor, pero sólo si aplicamos ese término a la (deliberada) tonalidad adoptada por Frears, a su economía de medios a la hora de abordar una historia sencilla que alberga sus peligros y que, sin embargo, se reserva un par de cortes de manga bastante importantes. Se trata de la historia real de Philomena Lee, una humilde anciana irlandesa que recurrió a Sixsmith para buscar a su hijo, perdido/robado medio siglo atrás. Coogan, verdadero impulsor de la cinta en calidad de productor y coguionista, se reserva el goloso papel de Sixsmith en una película que orbita exclusivamente alrededor de dos personas y la rara relación materno-filial que establecen. A partir de ahí, la cinta apenas expande miras, y de hecho antes la hemos calificado como menor con toda la intención del mundo. Pero el mérito del filme habita ahí, y no es precisamente pequeño: Frears coquetea todo el tiempo con el melodrama barato pero se vale de su armamento británico para reírse del telefilme que amenaza siempre a la vuelta de la esquina. Y la jugada le sale bien.
En sus escasos noventa minutos de duración, Philomena retrata las contrariedades del mundo moderno (al comienzo del relato Sixsmith es un marginado en su profesión) tanto como las del "antiguo" (la dramática historia de Philomena en el convento), a la vez que construye en efectivos e irónicos brochazos una sólida y quijotesca pareja de protagonistas. En menos de un cuarto de hora Coogan y Dench ya nos llevan de la mano a reparar su injusticia, adivinamos en el rostro de él su pasmo y posterior implicación con la historia de esta extraña anciana tanto como el terror y determinación de la propia Philomena a la hora de cumplir su misión. La concreción y economía narrativas de Frears, su escritura de narrador bien concentrado, no va en detrimento de la riqueza de emociones. Philomena es humilde pero nunca superficial, y pese a su tono sentimental, en realidad tampoco resulta blanda. El director de La Reina y Alta Fidelidad sabe que combinar drama y comedia es una cuestión de agudeza y músculo narrativo, de confianza en sus actores, pero casi nunca de solemnidad y sentimentalismo, y aquí vuelve a mostrar que domina tanto el campo del humor irónico como el del drama.
Con esa suavidad, condensación y buen hacer transcurre la historia de Philomena, una película de buenos sentimientos que ve tan sumamente bien que es capaz de albergar una severísima crítica, sin concesiones, a ciertos sucesos ocurridos en el seno de la Iglesia, presentados por Frears sin aspavientos y sin que casi nos demos cuenta. Y sí: utilizando la cita a T.S. Elliot de la película, y por acabar más o menos donde empezamos, arrodillémonos ante Judi Dench.