"Es sólo un muñeco. ¿Qué es lo peor que puede pasar?"
La saga de terror protagonizada por Chucky, el famoso Muñeco Diabólico, regresa a sus orígenes. Sin que nadie lo haya pedido demasiado alto, salvo quizá un puñado de enfervorecidos fans, y en lugar del previsible remake que la mayoría de sagas terroríficas ya han recibido, nos llega directa al mercado doméstico y plataformas digitales La maldición de Chucky, una sexta entrega en la que el principal artífice de la saga, el guionista Don Mancini, regresa en su doble faceta de realizador a los orígenes de la versión ochentera, la de Tom Holland (e incluso la secuela de John Lafia en Universal) para suministrar una dosis razonable y controlada de miedo... aunque sin renunciar a alguna sonrisa.
E inesperadamente, lo consigue.
Quizá por el acotado despliegue de medios, la película de Mancini carece de la energética puesta en escena de Ronny Yu para La novia de Chucky, todavía hoy la entrega más sorprendente y vital de la serie. Pero atención: la nueva secuela directa a vídeo se defiende a sí misma bastante bien según avanza su ajustado metraje, ampliando la mitología del monstruo mediante unos flashbacks bastante útiles (que además permiten la aparición en persona de Brad Dourif, intérprete de carácter y habitual del género de terror que ha dado vida al dichoso Chucky a lo largo de las películas) y recuperando la capacidad del muñeco para horrorizar al espectador, a la vez que seducirlo con su -por así decirlo- carisma asesino.
Agotada la vena paródica y referencial de los noventa, La maldición de Chucky trata de ir algo más en serio, y la maniobra le sale bien. La película se revela, de hecho, como un ejercicio de terror inesperadamente elegante y logrado, que sin duda complacerá a los fans del terror fantástico de décadas pasadas que sepan del contexto, las limitaciones y la ambición de la película. Ambientada en un único escenario y una única noche (esa mansión gótica en la que ni siquiera falta un peligroso ascensor), Mancini se erige con La maldición de Chucky como un director capaz de generar cierta tensión y hasta de hacernos olvidar que, a estas alturas de la serie, todo el pescado está vendido. Lejos de la astracanada de la anterior entrega, pero también de ejercicios nostálgicos innecesarios (pese a los dos cameos finales, pre y post-créditos, que contentarán a los fans y que aquí no comentaremos), el realizador y guionista se las arregla para convertir la nueva película en un ejercicio de terror fantástico bastante sobrio y elegante, con una tensión bien graduada pese a las pocas víctimas potenciales del relato, y en la que se obtienen buenas escenas incluso desde las proposiciones más obvias.
Lejos de los aires exagerados y grotescos de las anteriores secuelas, Mancini trata de proporcionar una atmósfera a un relato que, aquí más que nunca, adopta la formula de un cuento de horror gótico sobre fantasmas del pasado (todo se ambienta, para colmo, la noche anterior a un funeral), al tiempo que disemina aquí y allá detalles de interés que ayudan a paliar la planicie de sus personajes y la mediocridad de gran parte de las actuaciones. Apuntes como la sutil dominación de la madre sobre la inválida Nica, visible brevemente al principio de la película, o la competitiva relación de la joven en silla de ruedas con su hermana... dan algo más de trasfondo a un personaje que gracias a la interpretacion de Fiona Dourif (casualmente, o no, hija de Brad Dourif) nunca cae en lo grosero pidiendo la compasión del espectador.
Todos estos rasgos, además, encuentran su traducción visual en determinados planos (el charco de sangre que culmina en una toma circular sobre el muñeco, mientras se sobreponen los créditos; el reflejo del asesino en el cuchillo; el fundido de cierto plato en un plano cenital sobre la mesa, para generar dudas sobre quién será envenenado...) y hasta recursos narrativos: la aparición estelar del dichoso muñeco se vuelve a retrasar hasta más allá de la mitad de la cinta, lo que delata cierto atrevimiento en una sexta entrega. En suma: Mancini se las arregla para sostener la tensión en todo el núcleo central de la película, cuando todos esperábamos que se desmoronase, y de postre la mantiene cuando Chucky hace su primera gran aparición, recurriendo al gore sólo en contadas pero deliciosas ocasiones (ese momento ojo)....
La maldición de Chucky es una película modesta que no va de ejercicio de estilo, pero que goza de una serie de rasgos tremendamente elegantes que la elevan por encima del nivel habitual del directo a DVD y la secuela express, y hasta le dan cierta personalidad en el contexto de la saga. Lo dicho, que muy bien... para todo aquel que quiera apreciarla y respetarla.
La maldición de Chucky sale a la venta en DVD y Blu-ray esta misma semana.