Crítica: 'Asalto al Poder', con Channing Tatum
Roland Emmerich dirige un thriller de acción con secuestros y mucho músculo de por medio.
¿Quién mejor que Roland Emmerich para demoler la Casa Blanca? El realizador alemán, tras haber reducido a escombros el despacho oval en al menos otras tres ocasiones -la más célebre de ellas en Independence Day, tal y como él mismo se encarga de recordar en el filme- presenta esta semana Asalto al Poder, un thriller tan entretenido como irregular que, mitad sin querer y mitad queriendo, acaba certificando la probable y de momento definitiva defunción del género de acción, al menos en su acepción más pura.. Es decir, aquella que brilló por derecho propio en el cine comercial de los ochenta y noventa con cintas como Jungla de Cristal (1988) o La Roca (1996).
Y no se crean, que todo esto lo digo con increíble pesar: la película protagonizada por un carismático Channing Tatum y un Jamie Foxx un tanto ausente, haciendo este último de un sosías de Obama, recupera para el cine de gran presupuesto los postulados de dos pilares del género como los arriba citados y se presenta, pese a su fracaso económico (costó doscientos, recaudó cien), como la secuela que ninguna de esas dos películas, sobre todo la segunda, jamás tuvieron. Y más aún teniendo en cuenta las nefastas sensaciones que dejó hace poco la lamentable La Jungla: un buen día para morir, otro fracaso de taquilla que demuestra que, ahora mismo, el público parece haber dado la espalda a esa concepción del blockbuster masculino en favor de otro modelo de espectáculo, y cuya comparación con la presente da las claves de lo que van a leer a continuación.
Porque a diferencia de esta última Jungla, que no era nada, Asalto al poder al menos "es". Se trata, simplemente, de un thriller de acción de los noventa, sin afán revisionista ni medias tintas, sólo que estrenado en verano de 2013. ¿Y esto por qué? En el horizonte de influencias de Emmerich no figuran tanto los videojuegos de Playstation 3 como -afortunadamente- otro filme patriótico, espectacular, y a buen seguro recordado por los fans del género... y que no es otro que Air Force One, aventura que de manera nada casual (y pese a la disparidad de resultados, por no hablar del tono abiertamente humorístico que adopta aquí el relato) también fue dirigido con eficacia mayúscula por otro alemán, el ahora ausente Wolfgang Petersen. Asalto al Poder, quizá debido a la experiencia de Emmerich con el cine de catástrofes, hereda de todas las citadas su indiscutible espectacularidad, su enorme formato, que brilla por derecho propio en diversas secuencias -incluyendo la excelente toma del edificio por parte de los terroristas, por no hablar del despiporre cuando los Black Hawks se adueñan de la función- pero también su enorme consideración hacia el trabajo equilibrado de un notable elenco de secundarios como James Woods, Jason Clarke (La noche más oscura) o el excelente Richard Jenkins; una planificación que podríamos calificar como ordenada y clásica; y por último también los inverosímiles, imposibles y entrañables giros de guión, aspecto donde sin duda la película se muestra menos acertada.
Y preguntarán, con razón: ¿cómo se atreve a utilizar el adjetivo "clásico" en un filme como Asalto al Poder?. Porque además de todo lo anterior, de que la orgía de acción non-stop se desate, Emmerich nos obsequia con unos primeros cuarenta minutos en el los que el relato se apoya enteramente en el guión de James Vanderbilt, un primer acto que parece concebido a modo de emulación (flojita, pero plenamente funcional) de un capítulo cualquiera de El Ala Oeste de la Casa Blanca y que es perfectamente disfrutable en los términos de entretenimiento para el 4 de julio que exige la película. Porque lo que viene después, queridos amigos, es un show que combina guiños a McTiernan (esa música clásica que suena durante el propio asalto) con otros a la nueva generación Youtube, todos ellos pasados por el tamiz de encefalograma plano, serie B y patriotismo sulfúrico de Roland Emmerich. A Asalto al Poder se le pueden hacer muchas críticas, echarla abajo por la nula química entre Tatum y Foxx (el primero excelente, el segundo anódino), su patriotismo ruidoso, y sobre todo, por lo deslabazado de su decepcionante núcleo central, que arruina los buenos cimientos de esos primeros cuarenta minutos y que sin duda merecen un severo pescozón. Pero es tal el descaro y convicción que el alemán despliega durante la misma, su prístina claridad a la hora de combinar ironía e ingenuidad (atención al papel de una niña y un guía de museo en el desenlace), lo ligero y lo cafre, que resulta imposible no dejarse llevar por las dos horas de acción de este cómic bélico y su sucesión de alianzas, tiroteos y escaramuzas con camiseta de tirantes.
Puede que Asalto al Poder sea una emulación de menos kilates de la inalcanzable Jungla de Cristal, una nota a pie de página en el epílogo de un género artificioso pero físico, y que quizá como reflejo de ello sirvió de puente entre ciertas acepciones clásicas del cine y otras ya sumergidas en la era digital. Pero hoy no me cabe duda: también es la mejor película de ese tipo que hemos visto en más de una década.
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