Sin revelar nada de la trama de Cruce de caminos, cabe aclarar que la nueva película del director Derek Cianfrance (Blue Valentine) tiene una estructura que quizá sorprenda al espectador desprevenido. La cinta comienza con una de las estrellas reseñadas en el cartel promocional, y continúa después con otro de los protagonistas del relato tomando el relevo del anterior. Pero Cianfrance, promesa indie donde las haya, se reserva aún una tercera y larga sección, protagonizada por una nueva generación de personajes, momento en el que la ambiciosa película empieza a dibujar -mejor o peor- sus verdaderos propósitos.
Cruce de caminos asoma la cabeza como un nuevo abordaje de Ryan Gosling al modelo de delincuente taciturno retratado en la célebre Drive -aspecto en el que, parece, se ha centrado su campaña promocional-, y de ahí deriva a un policial que en sí mismo considerado parece más de saldo que otra cosa... pero que, no puedo explicarles cómo, sirve de puente a Cianfrance para confeccionar algo así como el melodrama definitivo. Una aventura trascendente que utiliza los resortes del policíaco y el thriller para reformular en clave épica los códigos del drama familiar, en un recurso que en teoría acabaría justificando las licencias y numerosas obviedades que se concede en el transcurso de los 140 minutos que dura la función.
Bien es cierto, y esto es un dato objetivo, que el director de Blue Valentine se sirve de todo un ejército de actores de reparto y estrellas más o menos a contracorriente (sería injusto obviar la presencia de un esforzado Bradley Cooper o el excelente chaval Dane Dehaan, visto en Chronicle) para elaborar un melancólico y atmosférico drama que combina con sincretismo indie el mito del tarambana místico forjado por Gosling con el thriller policial más estándarizado, si quieren uno de esos que protagonizaría Mark Wahlberg. Cambio de trama, pero no de tono. Antes y después de montarse lo que sin duda es la cabriola argumental más importante del año, Cianfrance tiene tiempo para empezar con un plano secuencia cuaronesco, orquestar una vibrante persecución (muy a lo Drive) y hasta esbozar algún instante de desdoblamiento Lynchano (impresión a la que ayuda la portentosa música de Mike Patton) construyendo poco a poco algo diferente, atmosférico y oscuro, pero a la vez orientado a la emoción y los sentidos.
Lo cierto es que lleva un tiempo deglutir la propuesta de Cianfrance, que logra al menos sacarse la prepotencia de encima y limar las asperezas del conjunto, concentrándose en los puntos fuertes del relato, en la consecución de un cierto estado de ánimo y energía (tal y como verbaliza el propio Gosling en cierta escena) que no en las abundantes licencias, clichés y obviedades que se permite. Cruce de caminos es un filme ambicioso, fallido en ocasiones, pero con cierto ángel, con misterio, y sobre todo, uno que sitúa a Cianfrance en esa esperanzadora lista de realizadores a punto de hacer algo verdaderamente grande.