A estas alturas no son ningún secreto los mil problemas atravesados por Guerra Mundial Z, tanto en su rodaje como su postproducción. Retrasos, accidentes y constantes reescrituras que llevaron, sin ir más lejos, a convocar de nuevo al equipo de producción para rodar un tercer acto que está muy, muy lejos del originalmente previsto (y que, paradójicamente, se sitúa entre lo mejor del filme). ¿Se aprecia alguno de estos cambios e incertidumbres en la película? Lo cierto es que créanme cuando les digo que tanto da: durante la proyección de Guerra Mundial Z tampoco hay demasiado tiempo para pensar en ello.
La cinta, que sitúa a Brad Pitt tratando de frenar una pandemia zombi, adapta un difícil best-seller de Max Brooks (difícil de adaptar, no de leer) que en manos de su director, Marc Forster, se transforma en un thriller de altos vuelos cuya acción, como si de un filme de James Bond se tratase, salta sin un minuto de descanso a lugares como Philadelphia, Jerusalén o Irlanda, todo ello a colación de una búsqueda a contrarreloj de un freno para la pandemia. Pese a a su recurrencia al tema zombi, que podría acercar la película al territorio del terror, la mezcla de thriller, acción y, en su último acto, también suspense, definen a empujones un prometedor thriller carente de sangre y vísceras, y que se mueve en su lugar según las claves del puro espectáculo de verano.
No es de extrañar que el director de Guerra Mundial Z sea el de uno de los últimos títulos de 007 protagonizados por Daniel Craig, la fallida y también accidentada Quantum of Solace. Tampoco que los problemas de la película sean bastante similares al de aquella aventura Bond. Forster filma los sucesivos ataques con su habitual cámara nerviosa, lo que a veces favorece la acción, y otras no tanto. Y sobre todo convierte Guerra Mundial Z en una carrera absolutamente trepidante, algo contra lo que no tengo absolutamente nada en contra...salvo que esta vez y en cierto modo, parece una decisión forzada por las circunstancias.
El realizador alemán, que comenzó su carrera con dramas comprometidos como Monster's Ball o Descubriendo Nunca Jamás, anda lejos de la labor de otros compatriotas suyos como Wolfgang Petersen o Robert Schwentke, de su limpieza en la concepción del plano y la estructura de la narración, y no puede evitar la impresión de que esa urgencia narrativa y su trepidante velocidad provengan de la necesidad de maquillar algo... ni tampoco que conlleven algunos sacrificios bastante serios.
Mientras que pasajes como el primer ataque en Israel o el anterior en Philadelphia, que sucede a los pocos minutos de película, dejan al personal con la espalda pegada a la butaca, otros como los desarrollados en Corea (y en el que aparece fugazmente el excelente David Morse) son la perfecta demostración de los defectos del filme. Forster confunde ritmo con prisa, aligera y recorta el filme de tal manera que simplemente nos dejamos datos por el camino. Sus set-pieces –y contiene al menos dos verdaderamente admirables– dan la impresión de estar insertas en un filme que no acaba de sentirse a gusto consigo mismo. Este déficit en caracterización (apenas hay algún secundario destacable, y llega en el mencionado tercer acto del filme) y de profundidad, no en los personajes tanto como en las puras situaciones, perjudica apuntes verdaderamente interesantes o inquietantes que se suceden aquí y allá, como rastros de una película que asoma la cabeza y luego la esconde porque no hay tiempo que perder.
Quien no tiene motivos para quejarse es Brad Pitt, cuya presencia, dignidad y personalidad constituyen el verdadero pegamento que mantiene unida una película que no logra permanecer demasiado tiempo en la cabeza o el corazón del espectador. Guerra Mundial Z es una cinta trepidante y entretenida, pero su eficacia parece proceder de un arduo trabajo de nivelado ulterior.
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