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Póster Efectos secundarios

Desconozco si el masaje mayoritario que la crítica norteamericana ha dedicado a Efectos secundarios se debe al anuncio de su director, Steven Soderbergh (Ocean's Eleven, Erin Brokovich), de que se trataría de su última aportación al cine tras más de treinta películas de los más variados géneros. Lo cierto es que en la cinta protagonizada por Jude Law y Rooney Mara parece planear un desapego y desencanto que, si bien no trasciende la habitual frialdad con la que Soderbergh aborda todos sus largometrajes, sí que podría resultar sintomático de ese cansancio de las reglas de Hollywood. La cuestión es si ese distanciamiento, que sentaba tan bien a películas como Contagio o Un romance muy peligros, resulta igual de beneficioso en Efectos secundarios, o si la película se acerca a los mediocres y aburridos resultados de otras como Haywire (Indomable) o Che y su secuela.

Emily (Rooney Mara) y Martin (Channing Tatum, en su tercera colaboración con Soderbergh) son una próspera pareja neoyorkina cuyo mundo se desmorona cuando Emily intenta suicidarse. Incapaz de superar su depresión, Emily acepta seguir una nueva medicación recetada por su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (Jude Law), pensada para calmar la ansiedad, que será el principio del drama. El nuevo fármaco comienza a tener inesperados efectos secundarios que amenazan con destruir las vidas de todos los protagonistas...

Efectos secundarios abarca todas las variedades de suspense concebibles en los poco más de noventa minutos. Thriller criminal, psicológico y hasta médico, Soderbergh y su guionista tienen tiempo para realizar un comentario a las malas prácticas de la industria farmacéutica en la Sanidad estadounidense, y a los intereses espurios de quienes ejercen el trato directo con el paciente, que aporta cierta gravedad y consistencia al relato. Pero tanto como eso o más, el realizador basa su propuesta en el equilibrio entre todos sus elementos y sobre todo en el previsible intercambio de papeles entre víctima y verdugo, o entre medicado y lúcido, que permite bascular entre los personajes de Mara y Law (paciente y doctor), y que viene a aportar el conseguido toque de imprevisibilidad y tensión a la historia, difuminando las fronteras entre locura y cordura, o tal y como apunta el médico interpretado por Law durante el juicio, entre conciencia o intención.

Con la precisión de buen químico, el realizador interpreta el guión de Scott Z. Burns (autor también de la espléndida Contagio, su última gran película) como una caída de fichas de dominó, en la que cada escena conduce a la siguiente con un compás implacable en su uniformidad, algo que parece heredado precisamente de aquella cinta. El problema es cuando el realizador, siempre elegante, taciturno y minimalista en la puesta en escena (él mismo es el responsable, bajo pseudónimo, de la fotografía de sus filmes) ha de subir el tono a medida que se acerca la conclusión, y ese desapego y decepción empiezan a jugar en contra del relato. Pese al ritmo compacto y brillante de su segundo acto, Efectos secundarios se desarma en su desenlace, aunque el resultado global sigue siendo notable.

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