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Póster The Host

De todas las variaciones recientes del cine y la literatura de consumo, probablemente una de las más desafortunadas haya sido la generada por Stephenie Meyer en la narrativa adolescente. Con La huésped, la autora de la saga Crepúsculo insiste, una vez finiquitada su exitosa saga romántica, en trasladar al cine una de sus novelas, la única fuera de aquella franquicia vampírica, en una odisea de descubrimiento personal juvenil apoyada en los parámetros de un género (esta vez la ciencia ficción con invasiones extraterrestres de por medio) y también en el sometimiento a sus parámetros e intereses de un notable equipo técnico y artístico, encabezado aquí por el director Andrew Niccol (autor de El show de Truman y director de la celebrada Gattaca) cuya imaginería es superior en todo a de la escritora, por mucho que éste ande también de capa caída.

En The Host (La huésped), Stephenie Meyer dio el salto a la ciencia ficción romántica, dejando en la cuneta, convenientemente masticados y escupidos, todos los mitos conocidos sobre los hombres lobo y los vampiros. La protagonista es una desafortunada humana superviviente a una invasión alienigena que ha acabado con la raza tal y como la conocemos. El cuerpo de la chica es poseído por un ente extraterrestre que trata de colonizar hasta el último recuerdo de su cabeza. No obstante, hasta el último hálito de conciencia de ella se resiste y la imagen del antiguo amor de esta acaba por enamorar también a la huésped… De modo que tanto una como otra, cuerpo y mente, se lanzan al rescate del joven.

La huésped, hay que decirlo, es mejor que cualquier entrega de la saga Crepúsculo en todo. La cuestión es si a estas alturas eso importa en un relato destinado a un público compuesto de fans del trabajo de su autora. Lo que distancia La huésped de la serie Crepúsculo es la existencia de un largo segmento central de película en el que Niccol deja ver sus intereses narrativos y visuales, distanciándose del esquizofrénico y mustio retrato de la confusión adolescente parida por su autora (reflejado en un excesivo y molesto uso de la voz en off, verdaderamente el handicap de la película), y aprovecha sus mimbres para ir aportando notas de un sobrio relato de supervivencia y búsqueda de identidad, camuflado bajo el clásico conflicto entre dos mundos, sin preocuparse más que lo justo por la merma en el tempo narrativo.

Pero todo ello, naturalmente, queda a medio hacer para dar paso al consiguiente triángulo amoroso, ahora más que nunca un peaje para satisfacer a las masas enfervorecidas, y que obliga a Niccol a afrontar esa mema camisa de once varas de pretextos en los que se mete su autora para salvar las artificiosas inverosimilitudes de un argumento cuyas posibilidades ella misma no entiende. Instantes como aquellos en los que Wanderer (Saoirse Ronan) se deja llevar por Ian sobre un colosal pico rocoso de Nuevo México, y su conversación simultánea con Melanie, "oculta" en su interior, resultan sintomáticos de cómo la imaginería de Meyer consigue, simplemente, arruinar el sustento de un argumento en el que resuenan ecos de La invasión de los ladrones de cuerpos casi tanto como el baile de hormonas de sus púberes adolescentes, al que Niccol intenta devolver la dignidad que nunca debió perder en manos del retrato de la represión sexual que prefiere sostener Meyer.

La huésped es, al final, una nueva muestra de ese cine lánguido y falsamente trascendente, que utiliza su brillante superficie sólo para disimular su condición de obra mutante y mal montada, escasamente ágil y carente de todo erotismo, pasión y -simplemente- lo que llamaríamos sense of wonder. Un mal en el que parece derivar cierta producción actual y que anula la vivacidad, dinamismo e ingenuidad que le presumimos al cine destinado al consumo juvenil, una cualidad de la que en décadas pasadas el género andaba sobrado pese a su simplicidad, y que aquí se pierde en beneficio de nada.

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