Los Wachowski regresan al cine tras el batacazo del anime Speed Racer con la inclasificable e igualmente marciana El atlas de las nubes, una ambiciosa superproducción entre Alemania y EEUU protagonizada por casi una decena de estrellas, y compuesta de nada menos que seis historias aparentemente independientes pero evidentemente conectadas entre sí : como si de un cruce entre Vidas Cruzadas de Robert Altman y The Matrix se tratase, de las acciones de todos y cada uno de sus personajes depende, sin que la mayoría de ellos lo sepan, nada menos que el futuro de la humanidad entera.
Basada en un best-seller de David Mitchell, la película abarca durante casi tres horas de duración distintos tiempos, épocas y lugares, desde la Corea del siglo XXII, hasta la Escocia de principios del XX, pasando por los años setenta e incluso un Hawai postapocalíptico... además de casi todos los géneros codificados por el hombre, desde la comedia hasta la ciencia ficción, pasando por el drama, la aventura y hasta el thriller conspiranoico.
Y lo hace sin que los Wachowski cedan un ápice de terreno a sus críticos. Los autores de la memorable The Matrix, así como de sus más discutibles secuelas, caen con frecuencia en el exceso literario y en cierto halo de pretenciosidad que hace que la primera hora de El atlas de las nubes, aquella en la que los hermanos y el alemán Tom Tykwer se dedican a tejer sus historias, se haga ciertamente temible y con frecuencia insoportable.
Pero he aquí la sorpresa. Una vez superadas las reservas, asumida su incorregible irregularidad, El atlas de las nubes acaba resultando una de las experiencias cinematográficas más notables de los últimos meses, un crisol de historias y géneros impulsada por fuerzas invisibles, abiertamente mística pero siempre comprensible, que abre una serie de apasionantes interrogantes sobre sí misma. ¿Múltiples historias reunidas en torno a un destino común, o una sola desarrollada en varios tiempos? ¿Ciencia ficción, relato de época, de aventuras, thriller, drama...? Créanme que pasadas las dos horas de metraje tanto da.
Los Wachowski (y Tykwer) engarzan las miles de piezas del puzzle con una naturalidad de pasmo gracias a un dominio de los elementos fílmicos encomiable, y se arreglan para componer un clímax cinematográfico tras otro a lo largo de más de noventa minutos de metraje que les restan, ayudados, eso sí, de un extenso reparto (mención especial para Hanks y Broadbent, además de un estupendo James D’Arcy) que consigue brillar sobre los mediocres maquillajes que cubren sus caras. A la chita callando, El atlas de las nubes va creciendo en intensidad y pasa de convertirse en un farragoso híbrido de géneros a resultar una apasionante historia humana, ambiciosa y fallida, pero de una belleza (a la que contribuye la banda sonora también cofirmada por Tyker) y naturaleza experimental simplemente arrebatadora, inaudita en una gran producción.