Existen dos maneras de aproximarse a Golpe de efecto. La primera es alabar la sencillez de su concepción, sus ajustadas pretensiones y –sobre todo- la interpretación de todos sus actores, desde su protagonista Clint Eastwood, que repite aquí el estereotipo de viejo gruñón de Gran Torino, hasta John Goodman, quien al igual que en Argo, paladea todos sus minutos de réplica con evidente satisfacción. La segunda consiste en anteponer a todo ello la ocasional torpeza de su realizador, así como la deriva de una segunda mitad algo farragosa y convencional, que convierte a Golpe de efecto en, efectivamente, un filme menor en la filmografía de la leyenda Eastwood.
Y es que aunque no lo parezca, Golpe de efecto no está dirigida por Clint Eastwood, sino por debutante Robert Lorenz, un artesano de la legendaria productora del autor de Sin Perdón, Malpaso, que al igual que en el pasado hicieron otros como James Fargo o Buddy van Horn, se limita a seguir las pautas artísticas de su maestro en un drama cómico, o comedia dramática, que bascula en torno a las conflictivas relaciones familiares de un anciano con mucho carácter y su hija, en momento de evidente declive vital.
En Golpe de efecto Clint Eastwood no se llama Walt Kowalski, como en Gran Torino, sino Gus Lobel, uno de los mejores ojeadores o cazatalentos de béisbol de las últimas décadas. Sin embargo, y al igual que sus compañeros, Gus está quedándose desfasado. Sus enfermedades empiezan a pasarle verdadera factura, y -en lo que podría significar un buen corte de mangas a la superior, pero manipuladora, Moneyball-, los nuevos dirigentes de su equipo empiezan a cuestionar sus métodos, basados en la intuición y la experiencia y no en cálculos informáticos. La única persona que podría ayudarle es también la única a la que Gus nunca pediría ayuda: su hija, Mickey (Amy Adams), empleada de un importante bufete de abogados de Atlanta, cuyas ganas y ambición le han hecho ascender hasta convertirse en socia.
Decíamos que nos hallamos ante un filme menor. Pero al igual que en la exitosa Gran Torino, el último filme protagonizado por Eastwood (que según dijo él mismo, iba a ser el último), en Golpe de efecto existe una franqueza a la hora de presentar los achaques de su protagonista que otorga a la cinta un cierto carácter insólito, extravagante, dentro del panorama de las multisalas actuales. Eastwood y Lorenz van más allá del estereotipo senil y representan el ocaso del personaje con autenticidad, comprensión y ocasional ironía, continuando la labor del actor en aquel formidable título, y realizando un convincente retrato de la vejez y el progresivo aislamiento frente a las nuevas generaciones que trasciende el argumento, un tanto telefilmesco, del guión de Randy Brown.
Con estos mimbres, resulta paradójico, aunque no sorprendente, que (a diferencia de Cocoon, por ejemplo), los excesos melodramáticos y lastimeros de Golpe de efecto no vengan del retrato abordado por Eastwood, sino por otra parte distinta, una vez otros conflictos (románticos, familiares) toman el relevo de lo anterior. La resolución de los rifirrafes de Gus con Mickey, su hija, o el progresivo acercamiento de esta a Johnny, encarnado por el solvente Justin Timberlake, son todos ellos aspectos que delatan las limitaciones de Lorenz respecto a su maestro y el escaso rendimiento del guión de Randy Brown una vez trata de meterse en harina, y parecen más una huída hacia delante que una solución adulta -por muy amable que quiera parecer- al planteamiento del largometraje.
Lo mejor de Golpe de efecto está, por ello, en el fondo, en su retrato del oficio y dedicación de sus personajes, en su apuesta por -precisamente- el relevo generacional y el progreso por encima de las reservas que ello pueda generar, recuperando de Gran Torino la apuesta sin tapujos por unos Estados Unidos concebidos como un crisol de razas y culturas cohesionados por unos valores tradicionales. Es aquí donde Golpe de efecto revela su verdadero realismo, su punch, así como una capacidad de observación –una intución, como la de su protagonista Gus- que sobrepasa las imposiciones del género o la ocasional torpeza del libreto o la realización (me refiero, por ejemplo, a la inserción de una imagen de archivo del propio Eastwood en un flashback climático, probablemente sacado de los almacenes de Malpaso...). Sin ánimo de sobreinterpretar, Golpe de efecto retrata a través de un conflicto paterno filial los desajustes de un país, América, respecto a esa visión utópica que es la misma que enunció recientemente el propio Eastwood en su polémico discurso ante una silla vacía, un sueño no tan lejano en el que –como espeta su alter ego en una de sus lacónicos gruñidos- el respeto, el oficio y la libertad triunfan sobre lo meramente confortable. Al final, la película llega a la conclusión de que, en realidad, todos esos problemas son muy fáciles de superar sin perder un ápice de carácter. Según lo pienso, tampoco está tan mal para una obra menor.