Mientras asistía a la proyección de Salvajes, la nueva película dirigida por el casi siempre polémico Oliver Stone, un nombre me venía obsesivamente a la cabeza: Tony Scott. El realizador británico, autor de Amor a quemarropa, Marea Roja o El último Boy Scout, y fallecido este verano tras tirarse de un puente en circunstancias confusas, hubiera abrazado un thriller criminal como Salvajes con el entusiasmo y falta de prejuicios de quien, simplemente, está destinado a dirigir una historia como la pergeñada por el novelista Don Winslow en su novela homónima.
No me entiendan mal: si algo tiene Salvajes es la formidable puesta en escena de su director, que al margen del mejunje ideológico que parece tener en la cabeza, es lo bastante inteligente como para distanciarse de discursos cuando debe y simplemente apuntarse al carro de, en ocasiones, narraciones más melodramáticas y convencionales como la injustamente menospreciada Wall Street: el dinero nunca duerme, o bien lanzar puñetazos visuales al espectador de la talla de Asesinos natos o Giro al infierno (que un servidor, particularmente, nunca ha aguantado).
Pero antes hablábamos del fallecido Tony Scott. El hermanísimo de Ridley, responsable de thrillers como Amor a quemarropa o Dominó (con los que Salvajes guarda dos, tres y tantos puntos en común como quieran) habría abordado la película con el alborozo, plenitud e integridad de quien, simplemente, está destinado a dirigirla, mientras que con Stone, cuya sabiduría visual y energía narrativa no cuestionaremos, da la impresión de que se trata de alguna clase de pleitesía hacia el espectador, o si quieren ustedes, de un movimiento interesado en su carrera.
De alguna manera prevalece la impresión de que en su argumento, que pasa en un plis de describir un extraño trío de amantes, a la crónica criminal (y moral) en el mundo del narcotráfico, y de ahí a la narración de un secuestro, falta algo de foco, y de que su trío de protagonistas, Blake Lively, Taylor Kitsch y Aaron Johnson (este el mejor de los tres, que para eso es británico) son demasiado jóvenes para el papel. Stone ya abordó el mundo criminal en la estupenda El precio del poder, de cuyo guión fue responsable, logrando que todos los excesos de la cinta acabaran jugando a su favor. E incluso obras tan criticadas como World Trade Center, dirigida por él mismo, se beneficiaban de una mayor tensión en su faceta de pura obra de acción. Si eso sucede es porque, al fin y al cabo y por muy simpáticos que puedan resultar algunos, todos los personajes del filme son corruptos, violentos o egoístas. Nada de esto impide que nos encontremos ante un filme entretenido, dinámico y colorista (la tremenda fotografía es de Dan Mindel, habitual de... ¡Tony Scott!), pero dudo que en las intenciones de Stone estuviera hacer una película sin resonancia.