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Juan Manuel González

'Cuando te encuentre'

En el fondo no resulta tan difícil de creer, pero ha sido el escritor romántico Nicholas Sparks quien mejor ha rentabilizado -en la ficción- el conflicto bélico de EEUU con Afganistán e Irak, naturalmente desposeyéndolo de todo contexto político. Sparks parece poseer la fórmula perfecta para generar historias de amoríos, más posibles que imposibles, que encanten al lector de sus novelas casi tanto como al espectador más o menos joven que acude a ver sus inevitables adaptaciones cinematográficas.

Hollywood, como era de esperar, ha encontrado un verdadero filón en Sparks. Métase en la batidora una larga ausencia o pérdida por un conflicto bélico, dos personas unidas en la distancia por correspondencia –en este caso, se trata una fotografía- así como un Estados Unidos rural y pintoresco, y diversas consideraciones sobre el concepto de hogar, regreso, familia y muerte, y el resultado será, en sus distintas variantes, narraciones tan eficaces (y al menos, poco pretenciosas) como El diario de Noa, La última canción, Querido John –si me permiten y por ir contracorriente, mi favorita- y la presente, Cuando te encuentre, protagonizada por un correcto Zac Efron y la televisiva Taylor Schilling.

El joven sargento Logan Thibault (Efron) regresa a su país después de una misión en Irak. En el bolsillo lleva algo que se ha convertido en su único apoyo: una fotografía de una mujer a la que ni siquiera conoce. Ella es Beth (Schilling), una joven madre que regenta un criadero de perros en Louisiana. Aunque la relación entre ambos no comienza con buen pie, entre otros elementos debido al exmarido de ella, la enigmática presencia y la amistad que ofrece Logan acabarán venciendo las barreras de Beth... antes de los secretos de ambos amenazan la relación.

En Cuando te encuentre, dirigida por Scott Hicks (nominado al Oscar por Shine, quién te ha visto y quién te ve), pese a la eficaz labor de Zac Efron y Taylor Schilling, todo el mundo parece haber conectado el piloto automático de manera demasiado evidente. Al igual que en el pasado hicieron Lasse Hällstrom o Nick Cassavettes con Querido John y El diario de Noa, dos de las más exitosas adaptaciones de los melodramas del autor, el realizador australiano cultiva con respeto el mismo tipo de artesanía del drama clásico, aportando –quizá como consecuencia de su paso por la publicidad- por un mayor cuidado estético que los anteriores, algo que recuerda más al estilo desplegado por él mismo en Corazones en Atlántida o por Francis Lawrence en Agua para elefantes.

En el fondo, Hicks se limita a seguir el hilo de la agradable fórmula procurando que el sirope no se desborde antes de tiempo, dosificando las insulsas canciones pop que adornan el relato –como si la partitura del correcto Marc Shaiman no fuera suficiente-, y exprimiendo los clichés del drama romántico con una elegancia visual que, al menos, delata cierta meticulosidad a la hora de pintar un espacio más emocionante que la propia historia. Pero nada evita la sensación constante de que todo el pescado está vendido de antemano, de que el antagonista resulta esta vez un tanto ridículo, y de que una de las únicas sorpresas del relato, en realidad, se nos revela en el prólogo del mismo. Aunque ahora que lo pienso, quizá no era el lugar adecuado para exigir giros y sorpresas...

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