A la saga American Pie se le puede acusar de bastantes cosas, pero no de cumplir su muy acotado cometido. Tanto es así, que las aventuras de Jim y su pandilla consiguieron darle nuevo gas comercial a la comedia sexual adolescente de Porkys, albóndigas y otros novatos para una nueva década, la primera del siglo XXI, más aséptica y menos turgente que las anteriores.
En efecto, la saga American Pie estaba protagonizada por jovencitos obsesionados con el sexo y la masturbación. Y por ello fue acusada –de una manera, hasta cierto punto, injusta-, de reverdecer una corriente de representación de los adolescentes como seres descerebrados y acomodaticios, sin tampoco tener en cuenta que, al fin y al cabo, lo que nos encontramos aquí es una caricatura. Tras el evidente descerebre, además, existía esa afabilidad que impone la inevitable corrección política que, para quien esto escribe, era en realidad lo más molesto del invento, en tanto que la sangre, o mejor los fluídos, casi nunca llegaban al río, por aquello de molestar lo menos posible. Valga que a un servidor la saga nunca le resultó especialmente agresiva. La prueba es que llegamos a esta cuarta entrega, con reunión de treintañeros con la cabeza más o menos asentada, con la cabeza más baja y menos entusiasmo en los gags de lo que debería.
En esta ocasión, y aprovechando ese tirón nostálgico que la industria ha descubierto en el público treintañero, recuperamos a la pandilla casi al completo (la joven lesbiana sólo pasa por allí al final de la cinta) reuniéndose trece años después para correrse la juerga definitiva. Algunos han madurado, otros no, otros se embarcaron en relaciones exitosas, otras se acabaron, y alguno que otro parece seguir abocado al fracaso.
Ninguno de estos elementos sirven a los nuevos directores Jon Hurwitz y Hayden Schlossberg para añadirle veritas a sus bufones. La pareja de realizadores trata de convencernos que los personajes han evolucionado, pero que a la vez siguen siendo los mismos de siempre. Y la verdad es que no cuela. Lo cierto, eso sí, es que algunos de ellos siguen teniendo personalidad, como el siempre molesto Stifler interpretado por Seann William-Scott, pero no hay apenas giro de tuerca en la nueva película. American Pie: el reencuentro sigue teniendo el mismo problema de las anteriores: poco cuidado visual, poco sexo y el escaso carisma de la mayoría de sus intérpretes secundarios, excluyendo al Stifler de marras y a Eugene Levy, que vuelve como el padre –ahora viudo- de Jim, y que proporciona un eficaz contrapunto tierno que los directores tampoco saben matizar. Sólo queda entonces certificar el acta de defunción de la saga: American Pie ha sentado la cabeza.