La saga Underworld, que ahora llega a su cuarta entrega, ha gozado de una razonable salud comercial desde el estreno de su primera película, allá por el año 2003. Su mezcla de videojuego pseudo gótico y monstruos clásicos, y el atractivo de su protagonista, la británica Kate Beckinsale, convirtió la saga iniciada por el realizador Len Wiseman (futuro marido de la actriz y ahora embarcado en el reseteo de Desafío Total) en un razonable éxito comercial dentro de las ambiciones de un producto de serie B.
Con Underworld. El despertar, y tras el paréntesis en forma de precuela de la infravalorada tercera película, la saga demuestra de forma inesperada que conserva bastante sangre en las venas. Y no, no me refiero a su ensanchamiento al formato tridimensional: la película dirigida por el dúo sueco formado por Måns Mårlind y Björn Stein es más breve, más violenta y más entretenida que las dos primeras entregas de la serie.
En esta ocasión, los productores han escogido recuperar el hilo de la historia de la chupasangre Sélene (no así a su partenaire masculino, Scott Speedman, por mucho que su personaje esté presente en la historia). Tras un largo periodo fuera de juego, la joven se ve envuelta en un nuevo episodio de la eterna lucha supremacista entre vampiros y hombres lobo, aunque ahora hay al menos dos cosas distintas. La primera, que los humanos han entrado en el conflicto, y la segunda, que la atractiva chupasangre descubrirá que ha tenido descendencia en el lapso de tiempo en el que ha permanecido en coma...
Tras un comienzo que nos lleva a anticipar lo peor, y que parece directamente extraído de la intro de un videojuego de fondo de catálogo, Underworld: El despertar sorprende gracias al ritmo vibrante y percusivo de un guión firmado por media docena de guionistas, entre ellos el propio Wiseman y el autor de cómics J. Michael Straczinski, y que realmente no da tregua al espectador. Marlind y Stein saben justificar la presencia de excelentes actores como Stephen Rea y Charles Dance mediante un par de secuencias de diálogo que maquillan perfectamente la falta de sorpresas del argumento, mientras echan el resto con un puñado de secuencias de acción repletas de flashes y ralentís innecesarios, pero sorprendentemente claras en su ejecución.
No obstante, lo mejor de la función es una Kate Beckinsale que está mejorando con la madurez, y que se basta de su sola presencia para dotar a su antiheroína una notable fuerza dentro de las ambiciones de un producto como Underworld. La actriz utiliza perfectamente su curvilínea languidez y las explosiones de furia de su personaje para aportarle a la solitaria Sélene ciertos matices que recuerdan a la Ripley de Sigourney Weaver (esa eterna alegoría sobre la maternidad de Alien y secuelas) y pasearse por la película con la seguridad de quien sabe que el show le pertenece.