Jesse Eisenberg, el protagonista de La Red Social, reincide en la comedia de la mano del realizador Ruben Fleischer, con quien ya coincidió en la exitosa Bienvenidos a Zombieland. Si en aquella el objeto de mofa y homenaje eran las violentas películas de zombies, pasadas por el tamiz de una efectiva buddy-movie y hasta la comedia romántica, en esta ocasión el punto de partida son las cintas de acción con robos de por medio.
Eisenberg es Nick, un pizzero que malvive en un pequeño pueblo de Michigan y que es secuestrado por un par de criminales principiantes. Conectado a un chaleco bomba que estallará a menos que el joven atraque un banco por ellos, Nick cuenta con la única ayuda de su compañero de piso hindú, Chet, que se toma las cosas con un nerviosismo bastante occidental.
En esta ocasión la transferencia de las convenciones de un género a otro no le ha salido igual bien al realizador de Zombieland. 30 minutos o menos es una cinta de humor negro cuya multi referencialidad a veces confunde. Ese desconcierto forma parte de la apuesta de Fleischer, pero la trama se le desinfla mucho después de su prometedor punto de partida. Los arrebatos turbios del cine negro y de las cintas de acción más convencionales (fíjense en las referencias explícitas a ‘Jungla de Cristal’ y ‘Arma Letal’) da la impresión de no tener bastante empaque. A 30 minutos o menos le falta esa chispa de personalidad que tenían comedias de acción más o menos crudas como, por ejemplo, Superdetective en Hollywood (1984).
No obstante, Fleischer sigue siendo un director con oficio. Por un lado, y esto es una apreciación personal, ese aroma de historia de extrarradio que adorna el esperpento, su realista sensación de miseria moral, resulta bastante auténtica. Eso convierte la cinta en cierto reverso cómico de ese cine negro de la América Profunda, repleto de personajes sin aparentes aspiraciones, y aquí cito Un Plan Sencillo por tratarse de una cinta quizá prematuramente olvidada. Por otro, el realizador domina el enredo y el diálogo muy bien, sabe manejar a los actores y, ayudado de una duración inusualmente breve, consigue que 30 minutos o menos sea una de esas películas extrañas por su enorme concisión, en la que no se cuenta nada más que lo necesario, y que por eso mismo se disfrutan de una manera pura pese a su naturaleza de pastiche.