Steven Soderbergh es un realizador desconcertante. Después de revolucionar el cine independiente con Sexo, mentiras y cintas de vídeo –o más bien concebirlo, tal y como fue entendido en los noventa-, el realizador alternó éxitos de taquilla como la trilogía Ocean’s Eleven, con cine independiente y hasta experimental realizado en los márgenes de la industria. Después de varios proyectos frustrados, y del fracaso de su díptico sobre el Che, Soderbergh anunció su retirada del cine… para después posponerla y volver a las carteleras con la comedia El soplón y otros dos filmes de género, la cinta de acción Haywire y la que ahora nos ocupa, un thriller que describe el avance de un virus desconocido que amenaza a la población global.
En los primeros cinco minutos de Contagio, la ejecutiva Beth Emhoff (Gwyneth Paltrow) enferma en su casa de Minneapolis tras regresar de un viaje de negocios a Hong Kong. Su marido, Mitch (Matt Damon) asiste impotente al empeoramiento de su esposa mientras el virus desconocido se expande por todo el mundo. La OMS, el Gobierno de EEUU, así como organismos científicos nacionales e internacionales, con el doctor Cheever al mando (un estupendo Laurence Fishburne), asisten incrédulos al fenómeno.
Esto es sólo el primer tercio de Contagio, en el que Soderbergh describe la implacable transmisión del virus durante más de veinte minutos y cómo el pánico se extiende entre las autoridades... antes de que lo haga entre la población. Y ya en ellos el director demuestra dominar a la perfección todos y cada uno de los resortes de la acción. La cinta maneja hasta una decena de personajes pertenecientes a distintos estratos sociales y laborales –y al menos la mitad de ellos interpretados por estrellas-, al tiempo que filtra por el camino multitud de detalles técnicos y especulativos sin caer en discursos demagógicos. Contagio es pura narración, la acción avanza al mismo ritmo implacable que la enfermedad asesina, y con similar nivel de frialdad y realismo.
Eso sí, a Soderbergh parece importarle más retratar el avance del virus, el pánico y los protocolos de contención que las historias humanas. Contagio consigue evitar todo asomo de sensacionalismo pese a plantear el más cruel de los escenarios, pero el arma principal para lograrlo es apagar cualquier conato de melodrama, de emoción. Sólo en los cinco minutos finales del largometraje, con esa coda más o menos sentimental que aporta un siempre excelente Matt Damon, el director se detiene y permite al público identificarse a un nivel más o menos cotidiano con la tragedia, antes de dar la explicación definitiva y recuperar ese tono pesimista que domina el metraje.
Pero sea cual sea la opción narrativa de Soderbergh, y que ésta sea un tanto discutible -los personajes parecen puestos bajo el microscopio igual que una muestra de sangre cualquiera-, lo cierto es que el director la ejecuta con mano maestra, recuperando el pulso perdido en experimentos anodinos o mediocridades de éxito como Oceans Thirteen. En los ajustados 100 minutos que dura Contagio no existe el aburrimiento: no hay un solo tiempo muerto, un solo instante innecesario, y una agresiva sensación de urgencia cunde igual que lo hace el pánico. Y pese a ello, el director filtra su desencanto en pinceladas significativas y sin caer en el populismo de algún éxito del pasado (y sí, estoy hablando de Erin Brockovich), y aquí me refiero al retrato del personaje de Jude Law, un periodista freelance sin escrúpulos con el que Soderbergh se muestra poco condescendiente, o el papel de un senador anónimo en el destino del rol de Kate Winslet. Soderbergh, esta vez, ha decidido no pagar peajes ideológicos ni formales, y por eso Contagio podría ser su mejor filme de estudio desde la estupenda Un romance muy peligroso.