Terrence Malik es un grandísimo director. Se le consideraba verdaderamente grande y adquirió un aura mítica por haber hecho 2 películas que obtuvieron unas críticas deslumbrantes. “Malas tierras” (1973) una personal visión de la típica historia de Bonnie y Clyde y “Días de Cielo” (1978). Cuando 20 años después realizó “La delgada línea roja” todos la esperaban con ansia, su acercamiento poético e intelectual a la guerra contrastó con el visceral de Spielberg ese mismo año. También obtuvo grandes críticas. Desde ahí parece que la cosa no ha ido tan bien se le acusa de un esteticismo que siempre tuvo y cosas por el estilo. En cualquier caso siempre da calidad.
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Extraña elección de oficio para un señor que rechaza pagar los peajes que la fama conlleva.
Independientemente del talento de Terrence Malick como cineasta, no comparto la visión que tiene de la naturaleza. Tanto en La delgada línea roja como en El nuevo mundo muestra una visión idílica de la naturaleza y de las sociedades primitivas (indios americanos, nativos de las islas del Pacífico), en contraste con los males de la civilización. Las historias que cuenta Malick contribuyen a transmitir esa impresión: los hombres que representan a las sociedades civilizadas llevan la guerra, la destrucción y el afán de conquista a ese mundo idílico y hermoso. Es una visión ingenua y sentimental.
En realidad, el estado de naturaleza es poco amigable para el ser humano, la naturaleza puede ser muy hostil, y es la civilización la que hace que el mundo sea más habitable.
Por otro lado, Malick cuenta sus historias sirviéndose de un ritmo contemplativo que provoca sopor en muchos espectadores, y no me refiero únicamente a espectadores palomiteros habituados al ritmo de Misión imposible, sino también a espectadores habituados al cine pausado de Dreyer o Yasujiro Ozu.