Saltó la liebre en la pasada de ceremonia de los Oscar, una de las más aburridas y previsibles de los últimos tiempos, cuando la película dirigida por Susanne Bier arrebató el Óscar a la griega Canino, la canadiense Incendies e incluso a Biutiful de Iñárritu. La categoría de mejor película extranjera es una de las más sorprendentes, y el premio a En un mundo mejor cumplió, en realidad, todos los pronósticos.
En un mundo mejor reflexiona sobre la violencia y sus consecuencias en un ámbito cotidiano, y con niños como principales víctimas y actantes. Por el camino, referencias al cáncer, familias acomodadas y disfuncionales, divorcio, odios sociales en una sociedad acomodada, abuso escolar y muerte, sin olvidar referencias cruzadas al Tercer Mundo e historias cotidianas que se entrelazan en el mundo civilizado. Bier maneja tanta tela con seguridad y en una historia muy bien controlada que no cae en desproporciones, y he ahí quizás el mayor defecto de la obra: al final sus procedimientos desprenden cierta comodidad y conformismo.
En un mundo mejor es una película muchísimo menos desafiante de lo que se quiere. Susanne Bier tiene en realidad los dos ojos puestos en congraciar a crítica y público, y su complejo mensaje pierde enteros por el camino. Audazmente confeccionada y muy bien dirigida e interpretada, la cinta danesa tiene sin embargo demasiadas pretensiones de verdad, y a Bier se le ve el plumero de querer inventar la rueda, cuando en realidad se mueve mejor en la esfera de un brillante y sencillo melodrama cotidiano.
No obstante, En un mundo mejor resulta un filme estimulante y poderoso. Resulta tenso y dramático cuando debe, nunca cae en lo gratuito, y Bier defiende su incuestionable tesis con ahínco suficiente. Una lástima al final casi no nos queden incógnitas que despejar pese a los claroscuros que se sugieren a lo largo de la cinta. Algo que, pensándolo mejor, explica perfectamente por qué el filme ha contentado tanto a los académicos de Hollywood.