La sobriedad de Sin retorno no debería solapar la película del debutante Miguel Cohan. Si bien la cinta carece de la extraordinaria fuerza de El secreto de sus ojos o de la negrura atroz de Carancho, en ella habita la misma rabia social y los buenos mimbres de cine de género que en aquellas. La película de Cohan se mueve en los infinitos grises de la tragedia. Un accidente de tráfico que acaba con la vida de un joven desemboca en dolor: dolor para un falso culpable, para el involuntario causante y para los familiares de la víctima. Por el camino, Cohan invierte roles, reparte golpes a algunas constantes del sistema argentino –la corrupción, la inoperancia judicial y policial- y analiza de forma sosegada la problemática moral
A partir de ahí, Cohan sustenta con seguridad una historia de thriller centrando toda su atención en los aspectos más íntimos y dramáticos de la misma. El guión integra perfectamente todos los posibles derivados, no fuerza la máquina del suspense ni el pesimismo total que se desprende, y se convierte en una buena muestra de cine social perfectamente engarzado en el entramado de un thriller dramático eficaz.
Sin retorno carece, sin embargo, de la fenomenal y excesiva puesta en escena de los dos títulos mencionados más arriba, carece de garra en este aspecto, y falla un tanto el tiro en el retrato de alguno de sus personajes principales. El personaje de Federico Luppi se nos antoja algo más desdibujado de lo que debería, y la evolución del de Sbaraglia es algo abrupta debido a una marcada elipsis que obliga al actor a partir su interpretación en dos. No obstante, la notable opera prima de Miguel Cohan nos anuncia otro cineasta argentino a seguir con ganas.