Según la terminología americana, una feel-good movie es una película destinada básicamente a hacer sentir bien al público. Siguiendo esta lógica, podríamos considerar un clásico como Que bello es vivir de Frank Capra como la feel good movie definitiva, una práctica continuada por otros títulos como Cadena Perpetua y, en menor medida (muchísimo menor...), filmes como Pretty Woman o Campo de sueños (si me permiten, ésta última es mi preferida). A la extensa lista se añade ahora Morning Glory, y lo cierto es que resulta una muestra de lo más efectiva.
Becky Fuller (Rachel McAdams, demostrando madera de estrella) es una inexperta periodista que encuentra el trabajo de su vida: levantar la audiencia de Morning Glory, un veterano y desmayado magazine de la televisión pública, lo que en EEUU equivale a decir poco menos que nada. Para recuperar público, Becky tiene la feliz idea de recuperar a Mike Pomeroy (Ford), un reportero de la vieja escuela que está más interesado en cobrar el resto de su contrato que en trabajar, y que para más inri es descrito por uno de los protagonistas de la cinta como la "tercera peor persona del mundo". El plató de Morning Glory se convierte con él en una bomba a punto de estallar.
Roger Michell consigue con una puesta en escena ágil y distraída alejar la película de cualquier comedia romántica al uso. De hecho, lo mejor de Morning Glory es la importancia que cobran elementos de la comedia más clásica y el poco tiempo que se le da al componente amoroso, destinado únicamente a decorar la trama con algo más de sentimiento. La película se centra totalmente en la relación entre Becky y el amargado Mike, y en presentar de forma dinámica la trastienda de un programa de televisión. A pesar de que la aguda crítica de los medios de comunicación sea más una excusa que algo realmente a poner en la picota, y de que el conflicto central apenas tenga garra (¿alguien duda de que estos dos acabarán llevándose de maravilla?), Morning Glory se disfruta al máximo gracias a la entusiasta labor de Michell tras las cámaras y la gracia de sus intérpretes, y aquí hablamos fundamentalmente de una Rachel McAdams que irradia la belleza y la simpatía de las verdaderas estrellas de cine.
Y si la protagonista de Vuelo Nocturno da el pego como persona capaz de cambiarlo todo a su alrededor, tampoco podemos dejar de mencionar la labor de apoyo de Harrison Ford, cuyo protagonismo crece a medida que se desarrolla la película. El actor se pasea por Morning Glory con la seguridad que otorgan décadas de estrellato y sin hacer un ápice más de lo necesario... lo que en su caso supone apenas musitar sus frases de una manera irresistible. El veterano Indiana Jones da una lección a otros grandes como Robert De Niro a la hora de parodiarse a sí mismo, y no deja que el personaje -que admite todas las analogías posibles con la carrera del propio Ford- pierda integridad en el proceso.
Morning Glory, pese a sus fallos de bulto, logra ser una película que apela al buen gusto del público sin renunciar a alcanzar al mayor espectro del mismo. ¿Cuántas veces hemos dicho eso de una comedia últimamente?. Lo dicho: una delicia.