'Megamind'. Increíble pero cierto: Dreamworks se reforma
Si hace poco comentábamos las bondades del cine de animación a propósito del estreno de Gru: mi villano favorito (todavía arrasando en las carteleras españolas), lo mismo vale ahora para Megamind, de la factoría Dreamworks, que tiene un punto de partida similar a aquélla, pero además sorprende por un tono que combina sorprendentemente bien la parodia con una sólida construcción de los personajes.
Megamind bucea en la mitología del eterno perdedor y, sobre todo, de esa elemental necesidad mutua entre héroe y villano como las dos caras de la misma moneda, cada uno de ellos en busca de un sentido y un propósito a sus vidas en la figura del otro (¿se acuerdan de El protegido de Shyamalan?). Todo ello con la esperada incorreción política apta para todos los públicos de su estudio, pero yendo algo más allá en sus argumentaciones de lo que viene siendo habitual en el cine infantil. Después de la espléndida Cómo entrenar a tu dragón, Megamind certifica, contra todo pronóstico, que Dreamworks parece haberse reformado y dado con la densidad adecuada en sus películas de animación después de mediocridades como Madagascar o las últimas entregas de Shrek, que han recaudado ingentes cantidades de millones en todo el mundo.
Pese a que la presente carece de la brillantez en el diseño de los personajes de la que hacía gala la mencionada Gru (me refiero a esos modelos faciales, vistos en la saga Shrek, y que me parecen extremadamente antipáticos), la película de Tom McGrath sorprende gratamente en casi todo lo demás. Tras un excelente prólogo que sitúa su punto de partida en el Superman de Richard Donner, Megamind no se limita a seguir los postulados de la parodia pop de los títulos más zafios de la casa y pone en el tapete reflexiones sobre la identidad y la normalidad perfectamente engarzadas con el humor y la aventura a todo trapo de un filme familiar.
El resultado es delicioso gracias a un desarrollo hasta cierto punto imprevisible (impagable la dignidad que se le imprime a Metro Man, interpretado por Brad Pitt en la versión original) y la estupenda imaginería freak desplegada en los inventos del protagonista. Como viene siendo habitual, el cine de animación acaba siendo lo más potable de la cartelera.
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