Los seductores (en cines a partir del 22 de octubre) demuestra que los franceses pueden vencer a los americanos en su propio territorio. El filme protagonizado por Romain Duris y Vanessa Paradis es una comedia romántica bastante movida y muy, muy dinámica, que captó la atención de cuatro millones de espectadores tras su estreno en Francia. Y una vez vista, pese a que la película no es ninguna maravilla, tampoco resulta demasiado chocante.
El director Pascal Chaumeil, primer ayudante del director Luc Besson (Adele y el misterio de la momia), filma Los seductores como si se tratara de una de las películas de acción escritas por su maestro. El ritmo y estilo de las producciones de éste, como Desde París con amor (que también tenía cierta naturaleza de sainete), parece latir con más intensidad que las convenciones de la comedia romántica más edulcorada, o al menos, convivir con ellas con ruidosa armonía. Lo mismo ocurre con esa doble naturaleza en la confección del producto, que bebe de los tópicos de las comedias románticas americanas pero los pervierte aportando un sabor francés, sin que el resultado se resienta.
Por supuesto, al final gana el pulso la parte dulzona, pero lo hace con cierto estilo, una vez que asumimos que no nos encontramos ante una fórmula exactamente depurada. Chaumeil se dedica a encadenar durante la mayor parte del tiempo situaciones pasadas de rosca con desvergüenza, pero lo cierto es que logra momentos impecables, como ése que envuelve a un tenedor y la amiga ninfómana de la protagonista, por citar uno en concreto.
Los seductores es, de todas formas, una comedia unidimensional y sin ningún interés más allá de su habilidad para entretener. No obstante, hay que reconocer que esto último lo logra muy bien, y que la película se contempla con comodidad y hasta con cierta ilusión. Romain Duris demuestra ser un galán peculiar, la luz y el color de su escenario nos atrapan, y hay gags físicos y socarrones que hacen saltar la carcajada. Por mucho que la historia sea lo de menos y que todo tienda al disparate, la retahila de enredos que se suceden a velocidad de órdago nos mantiene distraídos. Probablemente, si hubiera algún giro dramático en su último acto la estaríamos criticando precisamente por eso...