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Juan Manuel González

'Cartas a Julieta': Todos quieren a Amanda Seyfried

Póster Cartas a Julieta

Cada año 8.000 cartas de amantes separados llegan al balcón de los Capelli en Verona, la casa donde supuestamente tuvo lugar el romance que Shakespeare inmortalizó en su inmortal Romeo y Julieta. Allí, un grupo de desinteresadas mujeres se dedican a contestar los textos para consolar a los despechados tórtolos. Y allí es donde llega también Sophie, una estudiante norteamericana de turismo por Italia que, sorprendida por el afán de cortejo de los italianos, se compromete a tratar de arrimar de nuevo a una veterana pareja separada hace décadas, sin sospechar que el amor está a punto de llamar a su propia puerta...

Cartas a Julieta, que se estrena el 8 de octubre en cines, viene a engrosar las filas de la comedia romántica hollywoodiense, género que viene ignorando las advertencias de grave agotamiento con productos con el ingenio en estado de coma y el sentido del humor rebajado al mínimo. Cada muestra del mismo queda relegada así a un consumo sin complicaciones, a simples y anedóticos panfletos de amor cortés sin nada especial en fondo y forma.

La película de Gary Winick exhibe esa molesta tendencia de hacer que todo gire en torno a la protagonista, sin que las dificultades que se cruzan en su camino la pongan en verdaderos aprietos a lo largo del rutinario arco argumental. El final está visto para sentencia desde el primer momento y el disfrute queda supeditado a la predisposición a disfrutar del desfile de paisajes de postal, en este caso italianos.

Lo mejor que se puede decir de Cartas a Julieta es que no es ni la mitad de aburrida que Come, reza, ama, el filme protagonizado por Julia Roberts. La presente se justifica a sí misma gracias a la amabilidad del conjunto, ese tonillo melodramático en el que la sangre nunca llega al río y que se ve complementado con las presencias de Vanessa Redgrave y Franco Nero. La veterana pareja, tras varios dimes y diretes, también lo es en la vida real, y ambos se reservan el único momento verdaderamente romántico de la cinta: aquel en el que Nero aparece en escena... a lomos de un caballo. La cumplidora Amanda Seyfried, recién salida de Querido John, vuelve a buscar mimos en la presente, sólo que ésta vez no ha tenido a un obrero eficaz como Lasse Hällstrom tras las cámaras y se ha tenido que conformar con un asalariado sin interés como Gary Winick, que se limita a dejar que luzca la fotografía sin aportar ningún vigor a la historia.

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