Colabora
Juan Manuel González

Kinski y Herzog, enemigos íntimos

Mi enemigo íntimo es el título del documental presentado en 1999 por el director alemán Werner Herzog, en el que diseccionó su relación personal con el polémico actor Klaus Kinski, fallecido siete años antes. A lo largo de más de quince años ambos colaboraron juntos en cinco películas como Aguirre, la cólera de Dios o Fitzcarraldo, hasta llegar a Cobra verde, en la que se rompió el vínculo artístico entre ambos y también su amistad personal.
 
Mi enemigo íntimo empieza relatando la demencia de Kinski, capaz en sus peores momentos de atemorizar a todo ser humano cercano a su presencia; de abrir una puerta a cabezazos; entrar en ataques de cólera imprevisibles o recibir desnudo al cartero, lo mismo da. Pero también de inesperados arrebatos de ternura o cobardía. Una verdadera fuerza de la naturaleza a la que, dice la leyenda, Herzog no dudó en dirigir mientras le apuntaba desde detrás de la cámara con un rifle para evitar nuevos berrinches. 
 
El cineasta alemán cuenta los inicios de su relación con el genio con gran cuidado por la descripción de los espacios en los que ambos se movieron -ambos compartieron pensión en su juventud de forma casual-, algo esperado en un cineasta telúrico como Herzog. Y aunque no cae en el sensacionalismo, muestra algunas de las broncas que Kinski organizó en plena selva. Atención a ese momento en el que el propio Herzog relata, bastante tranquilo, el momento en el que un indígena del equipo tuvo que cortarse su propia pierna con una sierra tras ser picado por una serpiente venenosa, durante el rodaje de Fitzcarraldo. La reacción de Kinski, ególatra irredento, fue cabrearse porque su café estaba tibio...
 
Lo cierto es que viendo el interesante documental uno se queda con ganas de más. Herzog abre la caja de sus recuerdos pero se guarda en todo momento de incurrir en polémicas, aunque deja bastantes dudas (a propósito, no me cabe duda) acerca de si él mismo es un santo o un calculador arribista de la locura de su amigo. Más bien le interesa retratar de forma fría y a la vez sentimental una amistad compleja e intrincada en la que ambos, de alguna manera, parecían complementarse como las dos caras de una moneda. Aunque cada uno de ellos planease su asesinato mutuo...
 
Vean a Kinski en pleno arrebato. Uno de los pequeños, según Herzog.

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