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Paloma Hernández García

¿Cómo representar la naturaleza divina de Cristo?

El papa Bergoglio quiere convertir a la Iglesia católica en un producto humano moderno sometido a una religiosidad puramente sentimental de donde se ha extirpado la teología.

Cartel Semana Santa de Sevilla | Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Sevilla

Parece mentira que tenga que venir una atea a auxiliar a quienes han visto algo inconveniente en este cartel que anuncia la Semana Santa de Sevilla. El caso es jugosísimo lo miren ustedes por dónde lo miren y daría para análisis copiosos, tanto desde el punto de vista político como artístico, psicológico, sociológico, ideológico y, por supuesto, religioso. Pero un artículo no da para tanto, de manera que me limitaré a abroncar a quienes critican a los críticos de este cartel de Semana Santa. En otras palabras, voy a darme el gusto de cantarle cuatro frescas a los resabiados que, tras el rechazo a esta imagen de un Cristo resucitado, sólo ven la presunta ignorancia cerril de un sector de católicos casposos incapaces de entender que estamos "en pleno siglo XXI". Empezaré triturando el argumento ofrecido por el propio artista, tópico al que se han acogido múltiples comentaristas del fenómeno: "Si alguien ve en mi cuadro algo sucio, es su propia suciedad interna la que está proyectando en el cuadro".

Pues no señor, el fuerte rechazo que está generando este cartel se asienta en razones objetivas, no meramente subjetivas, como si dijéramos que las personas que expresan su malestar lo hacen por ser unos reaccionarios retardatarios, pobres analfabetos cargados de prejuicios oscurantistas y podridos de homofobia y de malos sentimientos. No, ni el reduccionismo psicologista (el problema está en quien mira la obra) ni el reduccionismo sociologista (menuda panda de retrógrados) explican por sí solos la fuerte contestación que, desde distintos sectores sociales, ha recibido esta pintura. De hecho, la reacción impugnadora ha surgido indistintamente tanto en personas creyentes como en no creyentes, hombres y mujeres, niños o adultos, partidarias de una ideología política o de otra. Yo escribo, de hecho, desde un ateísmo esencial total, pero resulta que conozco un poco la doctrina católica y también controlo algo la historia del arte, pues mi profesión durante más de veinticinco años fue la de pintora.

La imagen de Cristo resucitado

Lo primero que debemos subrayar es que la imagen de Cristo resucitado es una imagen normativizada por siglos y siglos de tradición. Es decir, la imagen de Cristo resucitado es una institución, y como toda institución aparece fuertemente marcada por una serie de preceptivas estéticas e ideológicas que, necesariamente, separará valores de contravalores. Es esta condición axiológica o normativa de las instituciones la que determinará que ciertos materiales quedarán necesariamente fuera de su jurisdicción si no cumplen ciertas reglas: el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, por ejemplo, nunca aceptaría, en el presente, una obra apologética del franquismo. Por otro lado, bien conocida es la prohibición de la representación de Dios en imágenes por parte del judaísmo y del islam, tradición que no se sigue en el cristianismo, a excepción de algunos periodos y de algunas iglesias reformadas. El catolicismo, por ejemplo, condenó en el Segundo Concilio de Nicea del año 787 la idolatría (la adoración de las imágenes, los ídolos, las personas —santos— como si fueran Dios) pero alentó la representación de Dios en imágenes y esculturas al reconocer a éstas como espejo de lo divino y una vía adecuada para estimular la religiosidad de los creyentes.

La representación de María o de los santos no genera el problema de la divinidad.

Ahora bien, el Magisterio católico determina que la imagen verdadera de Cristo debe ser capaz de representar tanto su naturaleza divina como su naturaleza humana. Dicha característica queda dogmáticamente establecida en el Concilio de Calcedonia de 451: Cristo es "Perfectus Deus, perfectus homo". Cristo es Dios, segunda Persona de la Trinidad Beatísima y hombre perfecto (sin pecado original). Y el principio interpretativo de todo el catolicismo —también en las relaciones que secularmente establece entre el poder político y la Iglesia— es "Unión sin confusión, distinción sin separación": unión hipostática de las dos naturalezas (humana y divina) en la única persona del Hijo/Verbo eterno de Dios en Jesucristo. De manera que la resurrección de Cristo es la glorificación del cuerpo de Cristo o, como dice Santo Tomás, es la divinización del cuerpo de Cristo que conserva las heridas de la Pasión, pero que no está sometido a las limitaciones de la naturaleza humana. Así las cosas, no es que la imagen de Cristo resucitado esté fuertemente normativizada, es que, posiblemente, no encontremos otro caso parecido en la historia, pues la representación de María o de los santos no genera el problema de la divinidad. Por tanto, ¿cómo representar la naturaleza divina de Cristo? Es en este punto, en mi opinión, donde radica el problema de esta pintura de Salustiano García. Veamos ésto con calma.

Mandylion expuesto en la capilla privada del papa en el Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.

Las fuentes que van orientando el canon para representar a Cristo, tanto en su humanidad perfecta como en su divinidad perfecta, son, por un lado, las Sagradas Escrituras, y por otro, el Magisterio de la Iglesia, es decir, la tradición, los distintos desarrollos teológicos que se van dando históricamente. Como referente plástico inmediato tenemos, además, la reliquia cristiana conocida como el Mandylion o lienzo de Edesa que, milagrosamente, habría impreso el rostro de Jesús y que, desde siglos muy tempranos, habría orientado la labor de pintores y escultores, condicionando fuertemente el canon. La razón principal por la que esta pintura de Salustiano García genera rechazo es porque rompe el canon en aspectos que no afectan meramente a los rasgos físicos que la tradición asigna a la persona de Jesús, sino que alteran contenidos teológicos sustanciales de la doctrina católica. En el Cristo resucitado del pintor sevillano, la naturaleza divina ha sido desbordada, sobrepasada, por una figura humana, demasiado humana (arrianismo) caracterizada a la postre por sutilísimos rasgos homo-eróticos que todo el mundo ha percibido —tanto los defensores como los detractores de la obra, con la única diferencia de que unos los justifican y otros no— rasgos que muchos creyentes interpretan como una ofensa, como es natural. ¿O es que la normativización de la imagen de Mickey Mouse merece más respeto que la de un Cristo resucitado? Por otro lado, lo que una persona no creyente percibe de inmediato es, sencillamente, una fuerte ruptura del canon y de la tradición imaginera española, pues ¿no es la Semana Santa andaluza una exaltación del arte post-tridentino? ¿Acaso no es el barroco lo más característico del catolicismo español que da el salto a América?

Con toda seguridad, muchos oídos piadosos —piadosos del wokismo— se sentirán escandalizados ante tan nobles catilinarias. Para mí el escándalo está en la asunción acrítica por parte de amplios sectores del clero y de la feligresía católicas de una reivindicación que es más política que religiosa, pero que sobre todo resulta improcedente. Porque a nadie le llama ya la atención esta suerte de estética kitsch elegetebeizada que acicala buena parte de la publicidad de nuestros días, ciertos programas de la televisión, las salas de muchas galerías de arte o las calles de Chueca. Lo que digo es que es normal que el marketing turbo-queer aplicado a un cartel que anuncia a nivel mundial la Semana Santa de Sevilla genere reacciones adversas. ¿O qué rayos pasa? ¿Es que todos los colectivos pueden quejarse menos los católicos? Porque ahora resulta que tenemos que tragar con la tendencia sentimentaloide, irracional, dogmática y rigorista del wokismo, que pone el acento en el ensalzamiento del victimismo, en la búsqueda constante de chivos expiatorios y en la exigencia a la sociedad y al Estado de reparaciones jurídicas y económicas por los agravios históricamente cometidos contra el colectivo al que se pertenece ¿y los católicos no pueden decir que esta pintura no representa ni la majestad ni la solemnidad que son consustanciales a Cristo resucitado? ¿De verdad alguien ve en esa pintura el cuerpo glorioso de Cristo? Porque a lo mejor lo que pasa es que, con tanto deísmo y tanta pachamama, ya no entendemos el trascendental significado que encierra esta verdad teologal.

El papa Bergoglio quiere convertir a la Iglesia católica en un producto humano moderno sometido a una religiosidad puramente sentimental

La inercia ideológico-política del presente persiste en declarar a la Iglesia católica como una rémora del pasado más tenebroso, erigiéndose sus principales predicadores, en tanto progresistas, como únicos portadores de la verdad, de la felicidad y del progreso. Pero es que aquí nos topamos con el gran mito del progreso que atacaremos con ahínco en otro artículo. Este proceso de secularización del catolicismo responde a las ideas modernistas que, desde finales del siglo XIX, trataban de armonizar la doctrina católica con el ideario protestante, y que en estos momentos son ya defendidas por miembros insignes del clero católico. Desde estas posiciones se apela a la "inmanencia vital", que consiste en plantear que la fe y la existencia de Dios tienen su origen en el sentimiento interior de la persona, en el seno de la conciencia humana psicológica, subjetiva. La Revelación y el Magisterio de la Iglesia, o sea la tradición, serán por tanto devaluados. Asimismo, desde estas corrientes se entiende que los dogmas están sometidos a procesos de evolución, de temporalidad, y que pueden cambiar o, mejor aún, que pueden desaparecer del todo, como de hecho está sucediendo, dado que es un secreto a voces que el papa Bergoglio quiere convertir a la Iglesia católica en un producto humano moderno sometido a una religiosidad puramente sentimental de donde se ha extirpado la teología. Esta visión es absolutamente inaceptable desde la perspectiva católica, que sostiene que fe y razón conducen a Dios. Y ahí está la escolástica para dar cuenta de ello: el catolicismo siempre defendió a la filosofía (la razón) como instrucción preparatoria a la fe cristiana frente al pietismo protestante tan próximo al nihilismo.

Los resultados objetivos que la obra ofrece

Resurrección de Rubens

Decir que la imagen de Cristo resucitado es una institución no implica que dicha institución no haya podido adaptarse a los distintas escuelas o estilos artísticos, como demuestra la ingente producción artística generada a lo largo de más de dos mil años. Más bien ha ocurrido todo lo contrario, pues el arte religioso de estirpe católica ha alcanzado cotas técnicas y artísticas difícilmente superables en todas las épocas. Efectivamente, muchos pintores y escultores habían incorporado provocaciones en el arte —Miguel Ángel, Caravaggio, Pontormo— a través de la representación de Jesucristos afeminados, mujeres masculinizadas, santos caracterizados como mendigos, vírgenes como prostitutas, etc., novedades que la Iglesia de Roma fue asimilando en la medida en que no comportaban un riesgo para el corpus dogmático católico. Y el proceso de asimilación de las innovaciones generó debate, en efecto. Así, el fraile Sigüenza, refiriéndose al conjunto de los cuadros de Navarrete el Mudo, expresó:

(…) y verdaderamente son imágenes de devoción, donde se puede y todavía da gana de rezar; que en esto muchos que son tenidos por valientes, hay grande descuido, por el demasiado cuidado de mostrar el arte». Atención a esta sutileza con que el padre Sigüenza critica ciertas excesivas estilizaciones de algunos manieristas italianos: «el demasiado cuidado de mostrar el arte», cita que yo me permito parafrasear para denunciar «el demasiado cuidado en mostrar el yo interior del artista.

Porque lo que aquí disputo es el fundamentalismo subjetivista, esto es, la reducción de la obra de arte a la expresión del propio artista (sus sentimientos). Y así muchos dirán que lo importante es que el artista se exprese en "libertad", una libertad entendida de manera metafísica que vendría a decir que el artista tiene que hacer lo que le da la gana. Pues no señor, esta idea de que el artista contemporáneo ya no está determinado por fuerzas exteriores y que ahora opera como un sujeto "libre" y libertador es una idea completamente mítica y una patraña completa. Yo no pongo en duda las motivaciones personales (psicológicas) de Salustiano García a la hora de enfrentar este encargo, pintado, según sus propias palabras, "con sinceridad y limpieza de espíritu". Lo que digo es que dichas intenciones han sido desbordadas por los resultados objetivos que la obra ofrece, por la realidad de la obra misma, pues sólo con un esfuerzo supremo de generosidad podemos calificarla como la expresión de la majestad de un Cristo resucitado. Mi buen amigo Marcelino Suárez Ardura subraya el alejamiento de la tradición imaginera española y "el paganismo atinente a la imagen, que representa más a un efebo o a un Apolo —el contraposto, el acabado pop de la figura y diría hasta una sutil insinuación de curva praxitélica— que a un Cristo resucitado".

El tiempo dirá

El problema, insisto, no es que Salustiano García haya tomado como modelo a su hijo —muchos de los grandes artistas del pasado trabajaban con modelos— o que haya pintado un desnudo, menuda novedad. El problema es que no ha logrado dignificar esa figura, pues acoplarle las potencias del Cristo del Amor no es suficiente. Y si no ha podido hacerlo, qué le vamos a hacer: muchos Jesucristos de la gran pantalla han resultado fallidos y no pasa absolutamente nada por reconocerlo pues resulta que los artistas no son infalibles. Lo que no puede ser es que nos hagan comulgar con ruedas de molino o que cientos de comentaristas salgan en tromba a ejercitar su filosofía espontánea escribiendo textos para explicar ideas o virtudes que no están de ninguna manera objetivadas en esta obra del pintor sevillano; que publiquen textos, en suma, para decir cosas que la obra no dice de ninguna manera. Les invito a analizar este cuadro tapando sucesivamente distintos partes de los elementos que lo componen. Comprobarán ustedes enseguida dónde está el problema. Porque el problema no está en la "mente" del espectador, está en el cuadro.

Hay un asunto crucial con el que sí estoy de acuerdo con Salustiano García, a saber, que sólo el tiempo dirá si su obra es capaz de sobrepasar sus propios elementos adjetivos, serviles, logrando así desarrollar históricamente una potencia, una poética, una sustantividad capaz de generar nuevas interpretaciones, nuevos asombros, nuevas disputas a las generaciones venideras. Porque lo cierto es que hay muchas obras de arte —literarias, cinematográficas, musicales, etc.— que se agotan en su propia época y quedan a modo de reliquia de tiempos pasados sin mayor valor que el de haber "expresado" determinados aspectos de la época que les dio origen. Porque el problema está en llegar a determinar qué sucede con esas obras de arte que logran desarrollar históricamente unos valores que no se agotan. Es la pregunta que se hacía Marx en los Grundisse, ¿por qué el Partenón nos sigue impactando? Desde la perspectiva materialista de Gustavo Bueno, lo que ha pasado es que el Partenón ha logrado desarrollar históricamente una sustantividad: en algunas obras surgen inconmensurabilidades, resultados insospechados, suprasubjetivos, que no se agotan, que permiten que determinadas obras de arte puedan ser interpretadas indefinidamente. Es a esto a lo que llamamos sustancialismo artístico actualista, que indica que las coordenadas de interpretación tienen que estar transformándose constantemente y que, para sustantivarse, la obra de arte necesita una recepción histórica. Eso es lo que ha pasado con muchas de las obras de los grandes transformadores de la pintura religiosa de todos los tiempos. En el caso de esta pieza de Salustiano García quedamos, pues, a la espera.

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