Sucedió en septiembre de 1921, poco después del desastre de Annual, durante unos días en los que el ejército rifeño avanzaba sin oposición hacia Melilla y se dedicaba a arrasar uno por uno todos los "blocaos" —pequeñas fortificaciones diseminadas y fáciles de tomar— que se encontraba por el camino. Prestar servicio en el de Dar Hamed era una tarea particularmente arriesgada. Era conocido por los soldados como el "Blocao de la muerte", o "Blocao malo". Así que no es de extrañar que cuando cientos de enemigos armados cayeron sobre el lugar los únicos encargados de defenderlo fueran los veinte hombres que se encontraban allí cumpliendo un castigo.
La unidad más cercana para prestar ayuda era de la Legión, ese Tercio de Extranjeros que había sido creado un año antes por intercesión de Millán-Astray. Sin dudarlo, solicitó permiso para acudir al rescate de los compañeros en la estacada, pero la petición fue denegada por considerarse una misión suicida. Lo único que quedaba era esperar de brazos cruzados o, en su defecto, si la vergüenza por la inacción pesaba más, desplazarse al infierno de manera voluntaria. Nada más sugerir esa posibilidad, el jefe de la unidad se encontró con que todos sus hombres dieron un paso al frente. Terminó por seleccionar únicamente a quince, "los que no tenían mujer e hijos o dijeron no tenerlos", según palabras de Arturo Pérez-Reverte.
Casi un siglo después es Augusto Ferrer-Dalmau quien les rinde homenaje en su último cuadro, Voluntarios para morir; lienzo que nace a sugerencia de la Agrupación Nacional de Legionarios de Honor cuando se cumplen cien años de la formación del Tercio. "Me lo propusieron hará cerca de un año", relata el pintor de batallas a este periódico. La idea era seleccionar alguna de las grandes gestas protagonizadas por la Legión en su historia, "pero son tantas que tampoco era tarea sencilla". Al final recurrió a su amigo Arturo Pérez-Reverte, quien le rescató un antiguo artículo sobre el episodio del "blocao de la muerte" que le terminó de convencer.
"De noche, caladas las bayonetas, los quince hombres emprendieron la marcha, cruzaron las alambradas, atravesaron luchando cuerpo a cuerpo la masa de atacantes enemigos y entraron en el blocao llevando con ellos a dos compañeros heridos en el exterior, cuando los defensores, casi todos muertos o heridos, estaban a punto de sucumbir", reza el texto publicado por Pérez-Reverte en la revista XL Semanal. "El gran reto del cuadro consistía en que la mayor parte de la batalla ocurrió de noche", explica el pintor, "por lo que era fundamental encontrar algún punto de luz que iluminase la escena". Al final ha recurrido al fuego, plasmando un más que plausible incendio en el cobertizo que le ha permitido trazar los rostros de los soldados abrazados a la muerte. Tampoco hay que olvidar que de todos ellos, al final de la refriega, sólo sobrevivió Ernesto Miralles Borrás, enviado a buscar refuerzos. El resto fue sucumbiendo a medida que se acababan las municiones, hasta que los pocos que quedaron en pie fueron pasados a cuchillo sin haber retrocedido un paso.
El otro gran reto del cuadro ha estado en la pandemia. Ferrer-Dalmau es conocido por la intensa labor de documentación que realiza antes de cada pintura, así que el año del coronavirus le ha dificultado enormemente su labor. "Ha sido difícil, sin duda, pero en este caso, al menos, he tenido la suerte de haber realizado el curso de reservista de la Legión en Almería y de tener guardadas, por tanto, una infinidad de imágenes sacadas en su museo". El confinamiento, por otro lado, le ha ofrecido más tiempo del acostumbrado para trabajar. "En ese sentido no me puedo quejar", reconoce. "He podido emplearme a fondo sin demasiadas distracciones".