El remanso de paz que supone el Parque del Retiro en una ciudad como Madrid, con 125 hectáreas de zonas verdes, multiplica su atractivo gracias a sus numerosos conjuntos arquitectónicos y esculturas al aire libre. Encontramos estatuas del mundo mitológico de la talla de Hércules, Diana, Venus o Hera, pero destaca, de otro ámbito muy distinto, una por su singularidad y la leyenda que la rodea. Se trata de El Ángel caído, una de las pocas esculturas que representa al diablo y que, curiosamente, se sitúa a 666 metros sobre el nivel del mar. Esta circunstancia – casual o no – ha dado lugar a miles de especulaciones que sitúan la puerta al infierno en este lugar.
Esculpida en 1877 por Ricardo Bellver (Madrid, 1845 - Madrid,1924 ) representa la expulsión de Lucifer del cielo y muestra al diablo envuelto en serpientes que le inmovilizan brazos y piernas. Fue comprada por España por 4.500 pesetas.
Relacionada con el mal está otra escultura que nos lleva hasta Florencia. Se dice que La Piedad de Miguel Ángel, esculpida por el genio del Renacimiento en la última etapa de su vida, está maldita. No porque algún espíritu se haya introducido en su núcleo sino porque fue odiada por el propio artista. Es la conocida como Piedad Bandini o Piedad florentina –distinta a La Piedad que custodia el Vaticano–. Se conserva en el Museo de la Ópera del Duomo de Florencia y resulta imponente por sus casi dos metros de altura. Representa el descendimiento de Cristo, que yace inerte sobre los brazos de su madre y sostenido por Nicodemo –un autorretrato-. A la izquierda del grupo está María Magdalena.
Los cronistas de la época dicen que Miguel Ángel se frustró al verla terminada porque fue entonces cuando descubrió imperfecciones del propio mármol. Tomó su martillo y trató de destruirla. Las marcas son perceptibles en el pecho, espalda, codo y pierna de Cristo.
El biógrafo Giorgi Vasari escribió: "Tiberio Calcagni (alumno de Miguel Ángel) le preguntó por qué había roto la Piedad y perdido todos sus maravillosos esfuerzos. Miguel Ángel le respondió que una de las razones era porque su criado le había importunado con sus sermones diarios para que la terminara y otra porque se había roto una pieza del brazo de la Virgen. Y todo esto, dijo, así como otras desgracias, incluyendo el descubrimiento de una grieta en el mármol, le habían hecho odiar la obra, había perdido la paciencia y la había roto".
A finales de 2019 se hizo un exhaustivo estudio para su restauración, que se hará a vista del público dada la importancia de la obra. La intervención, que sufre un retraso por la crisis mundial de Covid-19, consistirá en su limpieza para eliminar la suciedad acumulada por los años y los efectos del humo de las velas.
Otro arranque de ira de Miguel Ángel
Este no es el único ejemplo que encontramos en la biografía de Miguel Ángel acerca de un brote incontenible de ira. Para la Basílica de San Pedro, creó entre los años 1505 y 1515 un sobrecogedor Moisés que, por diferencias con el Papa, terminó en la Basílica de San Pietro in Vincoli (San Pedro Encadenado) en Roma, un templo levantado en el siglo V para custodiar las cadenas con las que San Pedro fue encarcelado en Jerusalén. Se ubica en el lado derecho del transepto de la iglesia.
Miguel Ángel eligió el momento en el que el personaje bíblico regresó del monte Sinaí, tras pasar 40 días, y encontró al pueblo de Israel adorando falsos ídolos. Moisés se halla sentado, con las Tablas de la Ley bajo un brazo, con un gesto contenido de ira. Su realismo es apabullante. "Parecía más trabajo de un pincel que de un cincel", dijo Vasari. Según los cronistas, el artista desafió al hombre de mármol, le golpeó con un martillo y le gritó: "¡Habla!2
Las enigmáticas pinturas negras de Goya
No sabemos si misma ira sintió Francisco de Goya, pero la situación política, con la actualidad revuelta en el convulso Trienio Liberal, más una severa crisis personal y mental que agravó su sordera y sus delirios, provocaron que el artista aragonés aparcase su costumbrismo clásico con el que comenzó a decorar las paredes de la finca la Quinta del Sordo, a la orilla del río Manzanares, para pintar sus famosas y enigmáticas Pinturas negras. Fue un drástico cambio tanto de estilo como de temática en el que volcó su pesimismo. La gama cromática se reduce a ocres, dorados, tierras, grises y negros.
Las Pinturas negras de Goya están consideradas como precursoras del expresionismo pictórico. El artista supo trasladar al arte la fealdad del ser humano – tanto interna como externa-, con rostros de horror, criaturas desorientadas, bocas abiertas, ojos desorbitados y posturas siniestras, que proyectan tristeza, melancolía y furia. Hubo un estudio que atribuyó hace años las Pinturas negras a su hijo Javier, una tesis rechazada de inmediato por el Prado.
La versión oficial es que Goya pintó estas catorce obras en el comedor y el salón de la Quinta del Sordo. Frédéric Émile, barón d’Erlanger, compró en 1873 la finca y trasladó las pinturas al lienzo para posteriormente, donarlas al Museo del Prado, donde se conservan. Una de las que más emociones suele despertar en el espectador es Saturno devorando a su hijo, en el que el titán, con un gesto desencajado y mirada absorta, desgarra el cuerpo mutilado de su hijo.