¿Cómo han pintado los pintores españoles a España? Quizá esa pregunta contenga casi todos los problemas de la pintura española. El problema es que no puede responderse de modo universal, entre otras razones, porque un mismo pintor cambia su manera de pintar a lo largo del tiempo. También los humores y la estética del crítico cambian a lo largo de su vida. Mas quizá una cosa no varía: la permanencia de la fealdad y la belleza. Hay pintores que pintan la fealdad. Es el caso de Picasso. Pintó mejor que nadie la deformidad. Picasso o la monstruosidad de España. Y otros, como Dalí, que pintan la belleza. Pintó la perfección con el instintivo canon "del hombre de la calle: cuando se vuelve, petrificado de admiración, al paso de un cuerpo -llamemos a las cosas por su nombre-, de un cuerpo pitagórico". Dalí o la belleza de España.
Este enfrentamiento entre Dalí y Picasso no obedece a un problema de diferencias entre escuelas, que, por supuesto, existen, sino a algo más originario. No se trata de una cuestión de "arte", surrealismo contra cubismo, estilo, forma o modos de pintar, sino de algo mucho más castizo y original. Es algo difícilmente explicable para quien no está acostumbrado a mirar pintura española. Los enfrento para que veamos lo que subyace a los dos: España. Es algo real que la pintura, la Escuela española de pintura, tiene ese fondo común, por desgracia, inquebrantable a todos los españoles: una inigualable capacidad de autodestrucción. Autofagia es el vocablo que utiliza María Zambrano para referirse "a ese mal sagrado de España. Es la marca hispánica, el sello profundamente español de la pintura de Picasso".
Yo, sin embargo, me atrevería a extender ese sello trágico a casi toda la pintura española del siglo veinte, incluso a la más bella, como es la de Dalí. Todos los pintores españoles son perseverantes y hasta obstinados por pintar la materia que muestre el alma dura como el pedernal de España. Nuestra infinita voluntad autodestructiva aparece de repente, sorpresivamente, en los cuadros de nuestros pintores como algo natural. Eso es lo terrible. Es lo que hace singular a la pintura española. Quizá a toda la cultura española. Sí, da igual que miremos a Dalí o a Picasso, a Zuloaga o a Gutiérrez Solana, o a otros mil pintores, para saber que todos ellos comparten "esa capacidad de destrucción" que termina situándonos en ciertas ocasiones al margen de la historia. Somos un pueblo raro, a pesar de todos nuestros esfuerzos por corregirnos.
Entre la vida y la muerte, entre el surrealismo de la belleza y el feísmo de la muerte, la pintura española es diferente a la del resto del planeta. Somos gente de extremos. Acaso por eso, o por pura arbitrariedad estética, me atrevo a generalizar y elevar a tesis la siguiente afirmación: todo en Picasso es desaliño y todo en Dalí es proporción. El primero retuerce todas las formas hasta pintar la fealdad absoluta. El segundo sumerge todo, cualquier cosa o tema, en la realidad para pintar la belleza absoluta, surrealista. "El arte bello, la ´belleza bella` contra el arte feo, ´la belleza fea`" por decirlo con la prosa de Juan Ramón Jiménez. Dos cuadros me alumbran en mi especulación. Los refiero por orden cronológico.
El primero fue pintado seis meses antes del estallido de la Guerra Civil: Construcción blanda con judías hervidas. Es una obra maestra del surrealismo. Aparece un monstruo amorfo autoestrangulando sus carnes, haciéndose daño a sí mismo. No creo que exista mejor imagen para representar una guerra fratricida. La cabeza del monstruo recuerda, dicen los críticos de arte, al Saturno devorando a su hijos y al Coloso, de Goya; puede que tengan razón los especialistas en beaterías pictóricas, pero creo que ese cuadro, que más tarde Dalí subtituló Premonición de la guerra civil, tiene su precedente en el de Goya: Duelo a garrotazos. Este cuadro terrible no deja nunca de ser bello.
En la otra parte de esta imaginaria exposición sobre España tenemos, cómo no, el Guernica. Aunque quizá lo más atroz en el Guernica, como dijera Giménez Caballero, "no es lo pintado en él sino la propaganda sobre él ( como antecedente de la película Holocausto en la que los nazis mataban a muchos judíos y en el Guernica algunos 'gudaris' vascos un 26 de abril de 1937 durante la guerra civil española)", reconozcamos su grandiosidad, sus valores pictóricos, su Arte. Sí, es un monumento, por utilizar las categorías del panfleto de Dalí, Los cornudos del viejo arte moderno, a la fealdad, a lo moderno, a la técnica y a lo abstracto. Tenía razón Dalí en su crítica a Picasso. Acaso no ha habido mayor alabanza a la pintura del malagueño, aunque sea paradójico, que la crítica del catalán:
"¡Gracias, Pablo! Tus últimas pinturas ignominiosas han matado el arte moderno. Sin ti, con el gusto y la mesura característicos de la prudencia francesa, habríamos tenido pintura cada vez más fea durante al menos cien años, hasta llegar a tus sublimes adefesios esperpentos. Tú, con toda la violencia de tu anarquismo ibérico, has llegado al límite y a las últimas consecuencias de lo abominable. Y lo has hecho, como Nietzsche habría deseado, marcándolo todo con tu propia sangre".
En su pecado, viene a concluir Dalí, lleva Picasso la penitencia. El Guernica es la quintaesencia de la pintura moderna. Después de ese cuadro, la pintura española no se ha recuperado nada más que a través de la vuelta al esqueleto de la realidad. La pintura busca con desesperación los elementos más sagrados y últimos de lo real: el aire, el espacio, la materia, sí, la genuina materia que no sea aséptica y prefabricada, y las figuras primeras… ¿Figuras?, Sí, vuelta a la primigenia figura humana. Retorno y recreación de una pintura figurativa llena de cicatrices, pero liberada de su orgulloso racionalismo. A todo eso nos obligó, sin pretenderlo, Picasso. Dejó al abstraccionismo en una vía muerta. Acabó para siempre, como nos enseñó Dalí a todos los mortales que nos preocupamos por la estética de la pintura del siglo XX, "con el arte moderno fabricando más fealdad él solo en un día que todos los demás juntos en muchos años". Fealdad y, por supuesto, autofagía: odio y destrucción de lo propio, Zambrano dixit.
No nos dejó otra alternativa, dice Dalí, que "volver la mirada a Rafael". El canon es, naturalmente, un hombre. En esto estaban de acuerdo Zambrano, D´Ors y Dalí. Después de la Guerra Civil, hay una vuelta al canon rafaelista, especialmente al inmenso valor del dibujo para la pintura. El dibujo, soporte de la pintura, no sólo viene a revisar la fealdad de la pintura abstracta, el arte feo, como dirá Juan Ramón Jiménez, de la "belleza fea", sino para dar paso a una nueva figuración que quizá libere a la pintura española de esa terrible y temible capacidad de autofagia o autodestrucción de lo español. ¿Ha conseguido la pintura de España, sí, de la postguerra, del franquismo y aún de la actual época democrática liberarse de esa obstinación autodestructiva? Me temo lo peor, pero la respuesta aproximada la dejamos para otra ocasión.