El color que enamoró a los artistas y envenenó a sus clientes
El conocido como verde de París era tan brillante que encandiló a los impresionistas y a la clase media victoriana. Resultó mortal.
En Londres, a mediados del siglo XIX, el médico Thomas Orton acudió a la casa de los Turner, destrozados tras enterrar a tres de sus hijos. Querían salvar a su pequeña, también enferma, pero fue inútil. Parecía que todos habían sido víctimas de la difteria, una afección común en ese periodo. No eran los únicos niños fallecidos en similares circunstancias y ninguno había respondido a los tratamientos tradicionales contra este mal. Además, a pesar del alto riesgo de contagio de la difteria, la infección afectaba a los miembros de un mismo hogar pero no a los vecinos más próximos. Orton decidió practicar la autopsia a la niña de los Turner y los resultados concluyeron que había muerto por una intoxicación con arsénico. Faltaba encontrar cuál era el foco.
La solución la tenían frente a sus ojos: en las alfombras, las cortinas, los muebles y hasta en el papel de la pared. Todos los fallecidos síntomas parecidos compartían el gusto por la decoración en tonos verdes, un color brillante y vivo bautizado como "verde de París". Era el color de moda entre las clases acomodadas del momento tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Era una creación de Carl Scheele, uno de los mejores químicos del siglo XVIII. Scheele utilizó el arsenato de cobre para confeccionar este pigmento verde intenso. Pronto enamoró a tanto a los artistas impresionistas como Cézanne, Manet o Van Gogh, como a las grandes compañías de tinte, desconocedores del peligro que corrían tanto ellos como sus clientes.
Cuando Thomas Orton y otros médicos informaron de que los niños estaban muriendo por respirar en habitaciones decoradas con papel verde, la comunidad científica mostró su escepticismo. Les costó bastante que calase la tesis sobre que la humedad del ambiente extraía el arsénico del tinte y su inhalación resultaba mortal para las personas más vulnerables -menores, ancianos y enfermos-. "No era infrecuente que los niños que dormían en un cuarto empapelado de ese modo murieran envenenados con arsénico", publicó The Times. Se estima que algo más del 50% del papel de pared verde que se vendió en Estados Unidos en la década de los 80 del siglo XIX contenía este elemento.
El verde de París dejó de usarse como pigmento en la segunda mitad del siglo XIX y pasó a utilizarse como pesticida.
El libro más peligroso del mundo
Ahora puede resultar evidente, pero en ese momento se desconocía el poder envenenador del arsénico o, al menos, se desoían las alertas que se lanzaban. El profesor de química estadounidense Robert M. Kedzie publicó en 1874 el libro Shadows from the Walls of Death (Sombras de las paredes de la muerte) en el que advertía de su extremo peligro. Cansado de ser ignorado, decidió impregnar con arsénico las páginas de cien copias. Paradójicamente, el libro que debía salvar vidas se transformó en una potente arma. Hoy solo quedan cuatro ejemplares y se consideran los libro más peligrosos del mundo. Los custodia la Universidad de Michigan.
No son los únicos libros que parecen sacados de la novela El nombre de la rosa de Umberto Eco. Recientemente, unos investigadores de la University Southern de Dinamarca hallaron en la biblioteca tres volúmenes de los siglos XVI y XVII envenenados con arsénico. Por suerte, el potencial nocivo del arsénico disminuye con el paso de los años.
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