Abd-al-Rahmán III comenzó a reinar en al-Andalus como emir en 912. Al año siguiente de derrotar la rebelión de Omar ben Hafsún, vuelto al cristianismo con el nombre de Samuel, en 929 se proclamó califa (jefe religioso). De este modo, el islam se dividió en tres califatos: el abásida, con capital en Bagdad; el fatimí, en Ifriquiya y luego en El Cairo (único califato chiita); y el omeya, en Córdoba.
El nuevo califa, que en Córdoba levantó el acueducto y el alminar de la mezquita aljama, decidió construirse una ciudad a ocho kilómetros al oeste de su capital y al pie de las estribaciones de Sierra Morena.
120 hectáreas de extensión
Prescindiendo de explicaciones románticas (la petición de una esclava), los motivos que se dan para explicar este proyecto son: la emulación de los abásidas, que habían levantado la ciudad de Samarra; un contrapeso a la derrota por el califa fatamí de un rebelde aliado del Omeya; y el abandono el alcázar, situado en la zona más populosa de Córdoba, donde era más sencillo un asesinato o un motín que en una ciudad apartada.
Las obras de Medina Azahara empezaron en 936. La inauguración de la mezquita de la ciudad se hizo en 941. El califa estableció su residencia en ella en 945. Y en 947 o 948 se trasladó la ceca que había en Córdoba. Abd-al-Rahmán recibió varias embajadas, que difundieron la magnificencia de Medina Azahara: de Constantino VII, emperador bizantino, de Otón I, cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, de reyes españoles… El hijo y heredero del primer califa, al-Hakam, vigilaba la construcción.
Medina Azahara se extendía un kilómetro y medio de este a oeste y 750 metros de norte a sur. 120 hectáreas protegidos por una doble muralla de cinco metros de espesor. En ella había 500 puertas y 4.313 columnas, de las que 1.013 provinieron de Ifriquiya, 140 de Constantinopla y el resto de lugares de al-Andalus.
La pieza más impresionante era el salón donde el califa, que en otro ejemplo de la orientalización de al-Andalus, había copiado el protocolo hierático que rodeaba al emperador bizantino, recibía a embajadores y altos dignatarios. El tejado lo formaban planchas de oro y plata sostenidas por placas mármol de distintos colores y en el centro había un estanque lleno de mercurio que reflejaba los rayos del Sol.
Cuando en 961 murió Abd-al-Rahmán, en la ciudad vivían 20.000 personas, de las que 12.000 eran soldados, 6.000 mujeres en el harén y 3.750 esclavos.
Esta magnífica Medina Azahara, como el califato que la levantó, se mantuvo en pie menos de cien años y luego desapareció de la historia durante nueve siglos.
La ciudad rival de Almanzor
El primero que clavó la piqueta en los muros de Medina Azahara fue Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, conocido por los cristiano como Almanzor. Como escribe Felipe Mañillo:
"para librarse de la princesa madre y del califa edificó una nueva ciudad administrativa a la que, parafraseando el nombre de la ciudad de Abd-al-Rahmán, llamó al-Madina al Zahira, la ciudad resplandeciente."
La ciudad se construyó entre los años 978 y 980 Guadalquivir arriba, en la misma orilla de Córdoba. Creció tanto que sus arrabales se mezclaron con los de Córdoba.
Mientras Almanzor gobernaba como un dictador desde 981 hasta su muerte en 1002, en Medina Azahara quedó el nieto de Abd-al-Rahmán III, el pusilánime Hisham II, dedicado a la oración, según el decreto que entregaba el gobierno de al-Andalus.
Almanzor, que mandó 52 aceifas contra los españoles para saquear sus tierras y alimentar el mercado de esclavos, había comenzado su gobierno expurgando la gran biblioteca de al-Hakam II. Para ganarse a la plebe cordobesa y dejar claro su poder sobre Hisham II, quemó los libros de lógica, astronomía, filosofía…, salvo los de medicina y aritmética.
A la muerte de Almanzor le sucedió su hijo al-Muzaffar. Pero el régimen de Almanzor había debilitado al-Andalus. Por ejemplo, formó el ejército con bereberes y hasta cristianos; los andalusíes quedaban exentos del servicio militar pagando un impuesto. Esta medida tuvo como consecuencias la pérdida de ánimo guerrero de los andalusíes y su dependencia de mercenarios para defenderse, así como un agobiante sistema fiscal para pagar a éstos.
Quemada por bereberes
En 1010 estalló una tremenda fitna (guerra civil) que se extendió hasta 1031. Entonces, se abolió el califato y nacieron los reinos de taifas, hasta que la invasión almorávide los derrotó y unificó al-Ándalus.
Las tropas bereberes atacaron en noviembre de 1010 Medina Azahara, en cuya ceca se seguía acuñando moneda. Después de un sitio de tres días y gracias a la traición de un oficial de la guarnición, tomaron la ciudad, mataron a todos sus habitantes y la convirtieron en su cuartel. Cuando en la primavera de 1011 se marcharon de ella, la saquearon y quemaron.
Como cuenta el arquitecto Leopoldo Torres Balbás, "en seguida se inició la explotación de sus enormes ruinas, arrancando el cobre de las puertas, el plomo de las tuberías y otros materiales". También sirvió de cantera. Los musulmanes gustan de destruir las grandes construcciones de sus enemigos vencidos, aunque compartan su fe. "Pilas de fuentes, basas, fustes y capiteles se llevaron de allí, sobre todo en el siglo XII, a Sevilla, a Granada y aun a Marrakech."
Como habían hecho los primeros Omeyas para decorar la mezquita de Córdoba que construyeron sobre la basílica arrebatada a los españoles, los almorávides y los almohades robaron cientos de columnas y otras piezas para sus propias edificaciones. En el Alcázar y la Giralda de Sevilla hay docenas de capitales con fechas y alabanzas referidas a los Omeya.
Cuando los cristianos españoles recobraron Córdoba (1236), Medina Azahara ya había pasado de las piedras a los sueños. En el reinado de Fernando III se denominaban las ruinas como Córdoba la Vieja y posteriormente algún erudito afirmó que la ciudad omeya era una fundación romana previa a la Córdoba definitiva.
En 1405, el Ayuntamiento vendió Córdoba la Vieja a la Orden Jerónima, que usó muchos sillares para el cercano monasterio de Jerónimo de Valparaíso.
El asombro de los contemporáneos
Medina Azahara fue redescubierta en 1832. Las primeras excavaciones científicas se realizaron en 1911. La Ciudad Brillante recibió la condición de Monumento Histórico Nacional en 1923. Después de la guerra civil, las excavaciones se reanudaron tan pronto como en 1944. En 1985, la competencia sobre el monumento pasó a la Junta de Andalucía, que se ocupa desde entonces de la conservación.
Los impresionantes descubrimientos en el siglo XX llevaron a Manuel Ación Almansa a escribir en 1995 que confirmaban las crónicas, tanto cristianas como musulmanas:
"La notoriedad de los hallazgos se relacionó inmediatamente con las descripciones que aportaban las fuentes escritas, por lo que pasó a aceptarse el carácter hiperbólico de éstas como una realidad que se podía atestiguar en el yacimiento, tales las enormes sumas del tesoro califal invertidas en su construcción, el ingente número de operarios, objetos y materiales de lejanas procedencias, balsas llenas de mercurio y perlas incrustadas en la decoración parietal."
Los antiguos eran antiguos y están muertos. No tenían Wifi, pero no eran idiotas y muchas veces no necesitaban inventar nada para sus libros y pergaminos, que, como eran bienes escasos y valiosos, no solían emplearse para contar mentiras. Nosotros, en cambio, hemos perdido el vínculo con nuestros antepasados de tal manera que carecemos de la capacidad de asombrarnos de lo que hacían.