Hace un siglo, el eximio escritor (dizque filósofo) José Ortega y Gasset lo anunció con todo detalle: "La deshumanización del arte". Pero lo que entonces era solo una vanguardia, una escuela, ahora ha devorado la creación artística entera. Se ha creado una sólida casta de artistas plásticos, galeristas, autoridades culturales, críticos y entendidos. Todos ellos de forma mancomunada definen lo que es arte, lo que vale dinero, sin que el público pueda opinar. Es más, si uno se atreve a sostener que aquello que se exhibe como arte en ferias internacionales no es más que una broma, una burla, queda como ignorante y cateto.
No hay más que ver la última feria de Madrid sobre arte contemporáneo. El truco publicitario ha sido en este caso exponer una performance provocadora: una serie de retratos pixelados bajo la advocación de "presos políticos". Entre ellos figuran los rebeldes catalanistas que tratan de violentar la Constitución española y promover un cambio político por la brava. Lo de menos es si esos vivales son presos políticos o políticos presos. La cuestión mollar es que se desata una polémica artificial sobre si se debe exhibir o no la citada performance. Ya la ha comprado un progresista millonario, que piensa hacer muy rentable su pequeña inversión. Queda claro así que lo fundamental del pingüe negocio del arte es que se hable de él. Este comentario mío entra en el capítulo de la propaganda que tanto beneficia a los artistas, mecenas, marchantes y mercachifles de ese negocio que tanto priva a la legión de papanatas.
No solo en las obras plásticas. En la música y en la literatura sucede algo parecido. Se define como arte lo que imponen unos cuantos profesionales, que viven precisamente de esa dedicación. A cualquier cosa llaman chocolate las patronas, pero o lo tomas o lo dejas, como las lentejas. La verdad es que la sociedad actual ha avanzado un gran trecho en el camino de la libertad, pero todavía quedan restos de un pasado autoritario, absolutista, dictatorial. Este del arte establecido como mercado es uno de ellos. Es tal su poder que se hace difícil mantener una posición crítica al respecto. No es una mera cuestión teórica o especulativa. El arte actual mueve millones de unidades monetarias y domina los medios, los gobiernos, la opinión pública. Es un floreciente mercado porque en nuestro tiempo hay más dinero que educación.
Solo cabe un consuelo para las personas sensibles: visitar de cuando en cuando los museos, solazarse con la música clásica enlatada, apreciar las películas de antes, contemplar la inmensa riqueza de los paisajes naturales o urbanos. Todo, menos caer en la tentación de considerar que música es lo que se prodiga en los festivales de la canción o en los conciertos al aire libre de luces, ruido y drogas. La flaqueza mayor es creer que las artes plásticas es la broma que exhiben los espabilados galeristas en las ferias de arte contemporáneo. Además, la entrada no es gratis. Es una forma de advertir que esto del arte es una exquisitez solo apta para mentes refinadas y privilegiadas. Ya lo dijo el Eclesiastés (aunque parece ser una mala traducción), que el número de tontos es infinito.
De acuerdo, uno puede sostener que los republicanos catalanistas, cuando encarcelados legalmente, son presos políticos. Todo ello en nombre de la libertad de expresión. Pero, en nombre de esa misma sacrosanta libertad, mi parecer es que los republicanos catalanistas son verdaderos criminales porque alteran gravemente la convivencia de todos los españoles. Se entiende, españoles y españolas, catalanes y catalanas, autóctonos e inmigrantes.