El zombi de Murillo
la historia hunde una de sus raíces en unos versos del famoso narrador y poeta danés, Hans Christian Andersen, admirador del pintor sevillano.
Zombi es una palabra antillana, de origen africano-occidental, que está documentada en español desde mediados del siglo XIX si bien algunos la acentuaban como palabra aguda, zombí.
Actualmente, un zombi es una persona que se supone muerta y que ha sido reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad o bien un atontado que se comporta como un autómata, según la RAE. Se le ha definido también como muerto al que únicamente se le permite vivir como mecanismo, sin alma propia. Un instrumento perfecto para el sueño de todos los dictadores que en el mundo han sido, son y, tristemente, serán.
Por ello, la apasionada liberal Aynd Rand escribió en 1961 que "nunca se debe actuar como un 'zombi', es decir, sin conocer los propios propósitos y motivos; que nunca hay que tomar una decisión, formarse una convicción o buscar un valor fuera de contexto, es decir, separado o contrario al conjunto integrado de nuestros conocimientos; y, sobre todo, porque jamás hay que intentar evadirse por medio de contradicciones".
Para nuestro particular homenaje a Bartolomé Esteban Murillo, algo en que estamos empeñados desde hace algún tiempo con motivo del IV Centenario de su nacimiento, hay que hablar del zombi de Murillo, una leyenda sorprendente que, sin embargo, no es nueva pues tuvo su momento estelar el siglo XIX. Pero ¿qué significaba esta palabra, zombi, en la España decimonónica?
Hay una obra de teatro en verso y un acto titulada El zombí, episodio dialogado de la Historia del Arte, de Félix de León y Olalla, "estrenado con extraordinario aplauso en el Teatro del Real Sitio de Aranjuez el 2 de marzo de 1902". El zombí era, se dice en el texto, el responsable de un extraño suceso que ocurría en el taller sevillano de Bartolomé Esteban Murillo. Sin que nadie supiera cómo, los cuadros eran modificados o enriquecidos durante la noche con detalles pictóricos de los que ninguno de sus alumnos y discípulos confesaba ser autor.
En esta pieza teatral, zombí equivale a "pequeño diablo enredador de por vida". Uno de sus personajes, Gómez, padre del mulato Sebastián Gómez, al parecer tan esclavo de Murillo como su hijo, creía que era un zombí quien pintaba sin autorización sobre los cuadros del maestro y sus discípulos. Pero su hijo le replica:
Es el Zombí una leyenda
del idólatra africano:
no existe tal ser, ni duende,
ni maleficio, ni trasgo.
Ya el padre Juan os lo dijo
la tal leyenda explicando.
Los diablos son seres que
si existen, no son tan cándidos
que hasta este taller se vengan
pintores a pintar cuadros
Es decir, que la palabra zombi no tenía por entonces el significado diabólico o terrorífico que tiene ahora, sino más bien el de duende, fantasma, diablillo o geniecillo doméstico. La imagen que los zombis proyectan hoy sobre la conciencia de las mayorías procede, en buena parte, de la película Yo anduve con un zombie (1943), dirigida por Jacques Tourneur que se basó en el relato corto de Inez Wallace. Hoy, más que andar con un zombi, parece que estamos sitiados por ellos y por sus sucedáneos, los muertos vivientes en interminables series de televisión y películas sucesivas.
Quizá algún lector se quede con la boca abierta, pero, curiosamente, la historia del zombi de Murillo hunde una de sus raíces en unos versos del famoso narrador y poeta danés, Hans Christian Andersen, admirador del pintor sevillano. Durante su ansiado viaje a España que pudo realizar, por fin, en 1862, consiguió visitar Sevilla y disfrutó de los cuadros de su apreciado artista. Escribió entonces: "Sevilla es la ciudad natal de Murillo, aquí iba yo a contemplar su grandeza y poder, el rayo de sol meridional del mundo de los genios".
Andersen conocía y apreciaba a España y a Murillo desde mucho antes. En 1845, escribió un poema en el Palacio de Sorgenfri que nunca fue publicado, aunque se conserva manuscrito en la Librería de la Reina de Dinamarca, Carolina Amalia de Augustenburg (1796-1881). Se titulaba precisamente y en inglés, The Zombie. En sus versos, "zombie" era más que nada una especie de duende interior, en este caso, de la alegría.
Resulta intrigante que aquellos versos se inspiraran en un largo poema anterior, nada menos que de 1838, al que Andersen puso el título de ¡El zombi lo hizo¡( Det har Zombien gjort y The zombie did it!, en danés e inglés respectivamente) que, como se dice en la web de la propia Librería Real, trata de un esclavo negro niño en la casa del pintor español Murillo, quien, al final, resultaría ser un gran artista, el mejor de todos los del taller del maestro – exageran notablemente -, para relacionarlo, como versión curiosa, con el cuento El patito feo.
"El tema español estuvo presente a lo largo de gran parte de su producción literaria, y en alguna ocasión hizo uso de la historia de nuestra pintura. Es el caso del poema Lo hizo el zombi, que trata el tema legendario de un supuesto esclavo que fue discípulo de Murillo y llegó a practicar en secreto su arte con una gran habilidad", escribe Javier Portús, en su nota para el Museo del Prado.
Aun podría ser más antigua la leyenda del zombi si un romance español datado en 1656, cuando Murillo tenía 38 años, fuese realmente de tal fecha. Se transcribe bajo el número 30 en un libro titulado Romancero español, colección de romances históricos y tradicionales, de varios autores (Madrid, 1873). Lo firma un tal J.S. cuya identidad desconocemos y en él, naturalmente, no se hablaba de zombi, sino de lo que podría ser un duende, significado que, como hemos visto, el término tenía en Andersen.
En ese romance se lee:
Siempre esto pasa de noche;
y es lo extraño que vigila
durante ellas un mulato,
esclavo del gran artista,
que el asombro de los jóvenes
nunca de otro modo explica
que atribuyendo a algún duende
que invisible se desliza
en el taller, los portentos
de que su mente se admira.
En el mismo siglo XIX aparecieron otros relatos que incluyen la leyenda del zombi o duendecillo del taller de Murillo. En un compendio titulado Museo de los niños, de 1843,aparece un texto titulado "El duende del taller o El mulato de Murillo", que firmaba Javier de Ased, un articulista habitual de ese tipo de publicaciones que pudo haberlo copiado de una revista escocesa.
Al menos, era casi idéntico al que había aparecido en 1838 en Edimburgo. Por curioso que parezca, la leyenda del zombi de Murillo apareció en la prensa cultural escocesa el mismo año de la redacción del ya citado poema de Andersen y se atribuyó al propio narrador danés. En la Chambers´ Edinburgh Journal, número 335, del sábado 30 de junio de 1838, apareció la narración titulada El pintor desconocido.
Empezaba de este modo:
Una hermosa mañana de verano, alrededor del año I630 (repárese en que Murillo tendría entonces 13 años), varios jóvenes de Sevilla se acercaron a la morada del célebre pintor Murillo, donde llegaron casi al mismo tiempo. Murillo aún no estaba allí, y cada uno de los alumnos caminó rápidamente hacia su caballete para examinar si la pintura se había secado, o quizás para admirar su trabajo de la noche anterior.
En realidad, es diferente al poema de Andersen, pero no es nuestro propósito un examen crítico de estos textos, sino el contenido de la leyenda.
En lo que coinciden relatos y versos consultados es que en el taller de Murillo ocurrían fenómenos no explicados como la modificación de los cuadros de los miembros del taller, incluidas las obras del propio Murillo, mediante figurillas añadidas sin permiso, pero muy bien pintadas. El pintor, siguiendo una estrategia racional lejana al recurso a duendes y a zombis, obligó al esclavo mulato Sebastián Gómez, que ayudaba en el estudio, a que vigilara una noche concreta para descubrir al responsable del atentado.
No pudiendo resistir la tentación de pintar sobre los lienzos de los demás, el mulato fue desenmascarado como el autor de las pinceladas perseguidas. Deshecho el entuerto, Murillo no concebía cómo podía aprenderse a pintar tan bien sólo mirando cómo él lo hacía. Combinando los diferentes relatos, el final es que Murillo lo perdonó. Es más, lo liberó de la esclavitud y lo apadrinó desde entonces. El zombi, o el duende, se llamaba Sebastián Gómez y era realmente un esclavo mulato del propio Murillo, que luego se convirtió en pintor de prestigio.
En los versos del romance ya citado de 1656 (¿), el final es apoteósico, exclamando Murillo:
...que algo más he conseguido
que pintar cuadros; logré
crear un pintor tan digno
de dar al arte español
con su pincel honra y brillo,
que en libertad con su padre
desde hoy, no como discípulo
juro tenerle a mi lado,
sino como á hijo adoptivo.
Andersen, en su poema, terminaba de forma parecida, reconociendo el maestro que, sin tener consciencia, había creado un pintor valioso por sus pinceladas a pesar de no haberle enseñado nada. Luego, entre oraciones y saludos a la libertad, emancipaba de la esclavitud al padre y al hijo. Finalmente, el "niño" mulato decía al padre: "El zombi lo hizo".
Sebastián Gómez, el mulato de Murillo
"Preguntad quién fue El mulato de Murillo, y no solamente todos los pintores, sino también muchos aficionados, os dirán quién fue y cuáles son las principales obras de este célebre pintor: preguntad quién fue Sebastián Gómez, y pocos, muy pocos sabrán deciros que este nombre y este apellido, vulgares con exceso, son el nombre y apellido de un gran genio que, nacido en la esclavitud, logró ser libre y brillar, merced a su propio mérito", se decía en la Revista Contemporánea [I]de marzo-abril de 1882, aniversario de la muerte de Bartolomé Esteban Murillo. El artículo llevaba por título, paradójicamente, Sebastián Gómez, y lo firmaba José Mariano Vallejo.
Pero ¿quién era este esclavo de Murillo, que dio origen a la leyenda del mulato de Murillo? Pues era realmente "Gómez (Sebastián) o el mulato de Murillo, pintor", y así lo escribió Agustín Cean Bermúdez en su Diccionario Histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España.
Y añadió:
Fue su esclavo, y con su aplicación procuró imitar a su amo en los ratos que le permitía su servidumbre, de manera, que llegó a ser pintor acreditado, con buen gusto de color, mucho empaste en los lienzos y bastante exactitud de dibuxo. Es muy bella la Vírgen con el niño que está en el pórtico de la iglesia de los PP. mercenarios descalzos de Sevilla, pintada de su mano; el Cristo a la columna y S. Pedro arrodillado a sus pies, en la sacristía de los capuchinos de aquella ciudad, y un S. Josef y una santa Ana en el coro baxo del propio. convento. Se cree haya sobrevivido a su maestro, y que hubiese fallecido en Sevilla.
En el inventario de los cuadros sustraídos por el "gobierno intruso" francés y almacenados en el Alcázar de Sevilla en 1810, aparece uno de Sebastián Gómez, que estaba originariamente en el Convento de San Pablo el Real titulado Virgen del Rosario y santo Domingo de Guzmán.
La extensión de la leyenda fue tal que ya había una litografía francesa de 1855 representando la infancia del mulato en el taller de Murillo. En el Catálogo de pinturas del Museo de Sevilla publicado en 1881 se puede leer que, con el número 113, aparecía un cuadro Una Concepción y grupo de Ángeles, del Mulato. Su nombre, se aclara, era Sebastián Gómez [II], el mulato de Murillo, que fue su esclavo.
Cuadros de este pintor de la escuela sevillana, ya estaban en 1842 manos de coleccionistas de relieve como Pedro García. En el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes hay una ficha que atribuye el cuadro que cuelga del Museo de Cádiz conocido como La Coronación de la Virgen del Rosario a Sebastián Gómez, "llamado El Mulato".
En el libro Murillo y sus alumnos, Paul Lefort lo cuenta entre ellos y dice que "Sebastián Gómez, el Mulato, el esclavo que Murillo hizo un artista…tuvo la gloria de ver dos de sus obras admitidas en este mismo convento de los Capuchinos de Sevilla, donde el maestro tuvo tantas obras maestras".
Entre los 63 lienzos de la exposición "Murillo y su estela", que estará vigente en Sevilla hasta el 8 de abril de este año, trece de ellos del gran pintor sevillano, está asimismo una obra de Sebastián Gómez, el Mulato. Esto es, en la leyenda del zombi de Murillo, cuya verosimilitud puede ser discutible, existe un personaje bien real que consta como autor en la historia de la pintura.
Murillo, ¿esclavista?
Para quienes quieran ver tras la leyenda del zombi o el mulato de Murillo una historia indignante que muestra una cara vergonzosa del pintor sevillano, aclaremos que la esclavitud estuvo presente en España hasta los primeros años del siglo XX y que, en el siglo XVII, era práctica frecuente en los talleres de pintura. Murillo fue sólo uno más de todos los que utilizaron esclavos en sus estudios.
No debería ser preciso recordar que el esclavismo ha sido una constante en la historia universal y que la mayoría de los países, incluso los ahora democráticos, tienen en su pasado comportamientos esclavistas. Se recuerda mucho menos que fueron las Leyes de Indias las primeras que prohibieron la esclavitud para los indígenas de América. Ciertamente, los negros tuvieron menos suerte.
"Disponer de servidumbre doméstica, criados o esclavos, en la Sevilla de los Austrias hubiera sido una señal de riqueza y distinción de no ser tan abundante el número de familias que los empleaban", escribió Francisco Núñez Roldán en La vida cotidiana en la Sevilla del Siglo de Oro. De hecho, Sevilla, Lisboa y Valencia eran las ciudades más mestizas de la península y apellidos como Moreno, Prieto o Pardo están vinculados a este fenómeno.
Pero para zanjar esta cuestión es definitivo recurrir al más que interesante libro de Luis Méndez Rodríguez, publicado por la Universidad de Sevilla, que lleva por título precisamente Esclavos en la pintura sevillana de los Siglos de Oro. En él se demuestra que la esclavitud era una constante en las diferentes dependencias de los pintores y otros artistas de Sevilla por aquellos tiempos.
También hubo esclavos en talleres artísticos de Barcelona y Mallorca, por ejemplo, pero el tráfico intercontinental del puerto de Sevilla facilitó que un mayor número de esclavos pudiese trabajar para los pintores, plateros, entalladores y demás artistas desde el siglo XV.
Limitándonos a la pintura digamos que en el siglo XVI pintores sevillanos como Juan Núñez, Pedro Fernández y Cristóbal de Mayorga, tuvieron esclavos. El gran Alejo Fernández tuvo once esclavos y fue muy activo en la compra y venta de cautivos. Curiosamente, en su taller hubo un precedente de esclavo pintor, tal vez el primero conocido, Juan de Güéjar, al que el maestro le tuvo tanto cariño que en su testamento lo dotó de libertad, si bien condicional, y medios para seguir pintando por su cuenta.
Al comienzo del siglo XVII, se podían encontrar esclavos en los talleres de pintura sevillanos. "De los pintores que poseyeron algún esclavo destacaron los casos de Francisco de Herrera, el Viejo, que era dueño de un esclavo llamado Juan. O los de Diego Esquivel, de Angelino Medoro, de Alonso Cano, De Pablo Legot, de Miguel Güelles, de Francisco López o de Bartolomé Esteban Murillo, quien poseía una esclava llamada Juana de Santiago", se dice en el libro citado.
También tuvieron esclavos Martínez Montañés, Francisco Pacheco, que en sus escritos "liberales" parecía considerar la pintura un arte vetado a los esclavos, e incluso Diego de Silva Velázquez. Nuestro genio tenía un esclavo, Juan de Pareja, que fue también pintor, pero nunca fue animado a desarrollar su arte. De hecho, nuestro Velázquez ordenaba que se emplease sólo en moler colores, aparejar algún lienzo y cosas menores. Nunca quiso que dibujara ni pintara precisamente "por el honor del arte", siguiendo a Pacheco. Así lo escribió Antonio Palomino en su biografía del autor de Las meninas.
De todos modos, Pareja logró pintar, entre otros cuadros, un autorretrato que cuelga del Museo del Prado, que se parece bastante, aunque a la baja, a la representación que de él mismo pintó el propio Velázquez y que está en el Metropolitan de Nueva York.
Además de Sebastián Gómez, el esclavo mulato de Murillo, y de Juan de Pareja, el esclavo de Velázquez, hubo otros esclavos pintores. En Córdoba, el pintor Alonso Moreno era hijo de un esclavo. En Sevilla, el imaginero Juan Fernández enseñó su oficio a un esclavo y hubo otros muchos casos.
De todos modos, ninguno de ellos tuvo la fortuna literaria del "zombi" de Murillo. Sebastián Gómez no sólo logró aprender el arte de su patrono, sino que fue liberado de la esclavitud precisamente gracias a su arte. Tiene entrada propia en los diccionarios y enciclopedias desde el decimonónico de Nemesio Fernández Cuesta, que le consideraba "el mejor imitador de su maestro" al asimismo decimonónico, pero más comedido, de Montaner y Simón. Y luego, en casi todos. Incluso tiene calle en Sevilla.
Es más, tal vez desde su época, pero seguro que desde Andersen hasta ahora e independientemente del valor artístico de su obra, "El Mulato de Murillo" se ha convertido en un personaje popular que cobra actualidad, precisamente, por el IV Centenario del maestro que celebramos este año.
[I] En aquellas fechas, próxima a Cánovas tras haber tenido un origen liberal y kantiano.
[II] Hay quien sospechó que en realidad hubo dos Sebastián Gómez, ambos de Granada. Uno, el mulato de Murillo y otro, influido por Alonso Cano. Uno decía ser iliberitano, de Iliberis, la vieja Granada anterior a los musulmanes, y el otro, se consideraba "granatense". Pero…
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