Itálica famosa, colonia romana y su declaración como Patrimonio de la Humanidad
Ahora, que se quiere pedir la distinción de Patrimonio de la Humanidad, bueno parece recordar la urbe, considerada la Pompeya española.
El emperador romano mejor conocido por los españoles es el que se expresa en un relato que recomendó un político. En 1982, en el ardor del idilio de los socialistas de Suresnes con la cultura europea (de izquierdas), Felipe González declaró que su libro de cabecera era Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. En realidad, la especialista en literatura era su entonces esposa, Carmen Romero, que seleccionaba sus lecturas en aquellos tiempos de bodeguilla y rosas. Van a cumplirse treinta y cinco años de aquello. Ahora, que se quiere pedir la distinción de "Patrimonio de la Humanidad" para la ciudad de Itálica, que le vio nacer o, en todo caso, crecer, bueno parece recordar la urbe, considerada la Pompeya española, y la novela, con un deje de tristeza.
La novela de la francesa, que se disparó en ventas tras la mención del incipiente César González, como lo retrataron Amando de Miguel y José Luis Gutiérrez, presentaba las reflexiones del emperador Adriano, uno de los cinco "buenos" césares de la Historia de Roma según Maquiavelo. Era, sobre todo, un amante de la paz, esa "libertad tranquila", tal vez no fin sino medio para el desarrollo de una gran Roma vertebrada preferentemente, legiones aparte, por el Derecho, una eficiente administración, el urbanismo imponente y una cultura de la belleza. La casi obsesión por las obras y reconstrucciones le llevó desde Jerusalén a la ciudad de sus orígenes, Itálica, ciudad famosa e importante de la Bética de cuyo latín ceceante nunca logró desprenderse para chufla de los altivos senadores romanos.
Como uno de tantos, compré aquel relato en clave autobiográfica y lo leí. A los pocos días volví a leerlo y luego lo leí otras veces más, siempre a lo largo de 1982 y especialmente, de nuevo, en 1984. El motivo de tanta relectura fue la apreciación de la escasa importancia que la Yourcenar concedía a la colonia militar de veteranos legionarios donde se ha creído que nació y vivió Adriano, y antes que él, Trajano durante sus años infantiles y adolescentes a la espera de marchar definitivamente a Roma.
En 1984, la relectura de las Memorias fue necesaria para demostrar que la escritora francesa parecía ignorar deliberadamente los orígenes hispano-béticos del sobrino de Trajano, bético asimismo e italicense de pro, ambos pertenecientes a la tribu llamada Sergia. De hecho, Yourcenar sólo menciona seis veces a Itálica. Para hacernos una idea de la anomalía, digamos que, en una de las más recientes biografías de Adriano, la de Anthony Birley, Itálica es mencionada en 59 ocasiones a pesar de defender que, si se hace caso a la Historia Augustana, Adriano no nació en la ciudad.
Aquel desdén, que lo fue puesto que la Yourcenar creía que Adriano había nacido efectivamente en Itálica, podría significar que el lugar de nacimiento tiene ínfima relevancia en la vida de una persona o que aquella ciudad del Guadalquivir no tuvo una importancia histórica de relieve o quién sabe si se ponderó que, al ser parte de la gran Hispania romana, no debería ser subrayada en la novela de una gala orgullosa.
"Memorias infantiles de Adriano"
Por todo ello, me puse a escribir un texto que, posteriormente, sirvió de base a un guión para Televisión Española donde se corregía la desgana de la autora francesa y se simulaban una especie de "memorias infantiles de Adriano" en las que la ciudad del tercer anfiteatro, por tamaño, del Imperio Romano fue reivindicada por su importancia histórica y por su influencia en la vida de Adriano.
Ya en sus comienzos se decía así:
En otros textos, compuestos por gramáticos pagados para ensalzarme, Itálica es un lugar menor, un mundo perdido en la provincia más próxima a Cartago. Quieren que haya nacido en Roma para fantasear con las genealogías. Aunque a pocos les guste recordarlo, Trajano nació allí, en la orilla del Betis. Y yo también. Los recuerdos de Itálica me devuelven los primeros doce años de mi vida. Ahora que la hidropesía se apodera de mí con la vehemencia de los vencedores, me resulta inquietante contemplarme como un niño al que arrojó la vida en aquel municipio de la Bética. Sé que lo que debo hacer. Deber, deber. ¡Qué pocas veces, ¡Marco, he querido y cuánto, cuántas veces, he debido!
En realidad, Itálica fue una importante ciudad de la Hispania, inicialmente concebida como enclave de acogida de veteranos de las guerras africanas, sobre todo, y posteriormente, realzada por el propio emperador Adriano. Antonio García y Bellido adelantó la hipótesis de una Itálica reconvertida por Adriano y los estudios posteriores parecen confirmarlo. Las investigaciones más detalladas confirman que, junto a la Itálica primitiva - el campamento militar de Escipión de finales del siglo III a.C. erigido sobre un asentamiento turdetano-, se construyó en el siglo II d.C. la que podríamos calificar como la Itálica de Adriano. Cabe deducir de la gran obra las especiales relaciones que el emperador tuvo con su ciudad de origen.
Con ello, se da por hecho que Adriano, además de conceder a su patria chica el honor de ser considerada "colonia", categoría privilegiada en las relaciones con Roma, la extendió y la embelleció. Ya lo había escrito Dión Casio en su Historia de Roma, a pesar de corroborar que no fue amigo de visitas a Itálica. "Y sin embargo no visito su tierra natal, aunque le otorgó grandes honores y le concedió varios grandes privilegios", escribió.
Desde el principio se supo que la nueva calzada y las termas, cuando menos, eran fruto del impulso de Adriano. Pero el trabajo de Gil y Luzón sobre el tema dejó claro que lo que hizo Adriano fue una nueva Itálica. La vieja Itálica yace bajo la población sevillana de Santiponce mientras que la Itálica de Adriano, totalmente de nueva planta, se encarama hacia las colinas cercanas. En esta nueva Itálica estaba su famoso anfiteatro, sólo inferior a los de Roma y Capua, murallas, casas porticadas construidas según normas urbanísticas, cloacas, ampliación de acueducto, y otras construcciones que conformaron su "nova urbs".
Marguerite Yourcenar insistió, eso sí, en la actitud de Adriano que no querer volver a su ciudad de nacimiento interpretándola como un comportamiento hostil hacia sus orígenes hispanos, pero algunos versos compuestos por el emperador muestran otra cosa:
Pequeña alma mía, tierna y flotante,
huésped y compañera de mi cuerpo,
descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos,
donde habrás de renunciar a los juegos de antaño.
No pudo haber juegos de antaño sino en Itálica y en la gran Bética que la incluía y rodeaba hasta Gades, de donde era su madre.
En aquel guión de 1984, escribí:
Mucho antes de que comenzaran las murmuraciones sobre el desprecio a Itálica que nunca he sentido, ordené los trabajos de ampliación de la ciudad. He querido que mi tierra natal conociera los progresos del urbanismo que he enriquecido con mis continuos viajes por las provincias orientales. Me decidí por la austeridad geométrica del tradicional ortógono para su nueva planta y propuse la colina del Septentrión como el emplazamiento más idóneo. La dificultad de las calles empinadas sería compensada por el escaso peligro que causarían las inundaciones del Betis. Quise que Itálica conociera el placer de unas amplias aceras porticadas, como las que me entusiasmaron en Éfeso y Palmira. Siempre me desagradó la angostura de unas calles que parecían reminiscencias de la cultura ibera.
He alargado considerablemente el acueducto y lo he acercado a Itucci, aprovechando la presencia de un valle artesiano de cuya existencia me informaron los ingenieros. Los desperfectos de la vieja muralla han sido reparados y he aumentado su altura con moles de caliza. Las termas que he mandado edificar han causado la envidia de eminentes romanos. He levantado un templo a los misterios de Eleusis y he construido fuentes de agua potable en las inmediaciones de las casas. He consentido su ornamentación con cientos de esculturas y he atendido personalmente al aspecto exterior de las fachadas. He duplicado la primitiva Itálica.
Dado que su majestuosidad y belleza sólo es hoy contemplable en reconstrucciones virtuales quizá debiera aprovecharse la oportunidad para sacar a la luz y recuperar, en lo posible, la ciudad adrianea. Es posible porque su planta está fuera del casco urbano de Santiponce, que se sitúa sobre la vieja Itálica de Escipión, si se logra la declaración de Itálica como patrimonio de la Humanidad.
…que en la noche callada
una voz triste se oye que, llorando,
"Cayó Itálica", dice, y lastimosa,
eco reclama "Itálica" en la hojosa
selva que se le opone, resonando
"Itálica", y el claro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles de su gran ruina:
¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina!
(Rodrigo Caro, A las ruinas de Itálica)
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