Antonio López es el representante por excelencia del realismo español de la mitad del siglo XX y el padre de la escuela hiperrealista madrileña. Aunque es sus inicios se dejó fascinar por estilos tan distintos como el quattrocento italiano, Paul Cézanne o Salvador Dalí, en los años 50 se decantó por el imán que supuso para él la corriente realista. En su imaginario encontramos calles y rincones de Madrid que atestiguan el paso del tiempo con la eternidad de su trazo, pero también escenas íntimas en su casa y con su familia, un espacio más cercano y cotidiano.
En esta etapa no estuvo solo. Se rodeó de un fructífero grupo de amigos, una gran generación de gran vitalidad artística, que comenzaron a caminar juntos en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. El Museo Thyssen-Bornemisza los presenta al público con la exposición Realistas de Madrid, que quiere "reconocer el lugar histórico que merece el realismo español como parte de la historia del arte moderno".
Además del mencionado Antonio López, se muestran obras de su esposa, María Moreno (Madrid, 1933); los escultores Julio López Hernández (Madrid, 1930) y su hermano Francisco (Madrid, 1932); la mujer de Julio, la pintora Esperanza Parada (San Lorenzo de El Escorial, Madrid, 1928 – Madrid, 2011); la mujer de Francisco, la también pintora Isabel Quintanilla (Madrid, 1938), y Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza, Toledo, 1930 – Madrid, 2011).
Lo curioso de organizar una exposición con artistas vivos es que los aludidos pueden mostrar su acuerdo o desacuerdo con lo que de ellos se dice. En este caso, por ejemplo, sobre la etiqueta de realistas, con la que no terminan de comulgar. Antonio López escribió: "Todos nosotros tuvimos que reconstruir el lenguaje de lo figurativo, el lenguaje de representar la forma real. Éramos como unas gentes que volvían a hacer, después de mucho tiempo, de nuevo, una nueva pintura, una nueva historia".
La visión de lo cotidiano
Realistas en Madrid incluye unas noventa piezas entre óleos, esculturas, relieves y dibujos -elegidas por los dos comisarios de la exposición, María López, hija de Antonio López, y Guillermo Solana-, y revelan una poética común basada en la visión de lo cotidiano con tintes de misterio, melancolía e intimidad, con presencia constante de la muerte y carentes de pretenciosidad. "Hay afinidades entre los siete artistas pero cada uno tiene su mundo. No se pueden revolver demasiado", admitió Solana.
Antonio López es el centro neurálgico de la exposición. Algunas de las obras nunca se han visto en España porque pertenecen a colecciones privadas, como es el caso deEl cuarto de baño, de 1966. Mención especial también merecen Taza de váter y ventana, de Antonio López, que se exhibe junto a Lavabo y espejo, una pintura icónica que pertenece al Museo de Arte de Boston; o dos grandes vistas de la Gran Vía, una de ellas finalizada el pasado año. Del resto de artistas se han seleccionado entre 15 y 20 piezas de cada uno, algunas maravillosas como Vaso, de Isabel Quintanilla, o Chefinita, de Francisco López.
La intimidad más veraz
La intimidad del espacio doméstico es el punto de partida de la muestra con obras en las que "el ser humano está siempre presente, pero no se ve, sólo están sus huellas", como explicó Guillermo Solana durante la presentación de la muestra. El visitante puede experimentar una extraordinaria sensación de pudor al colarse en la intimidad más veraz de cada uno de los artistas. Más tarde, el itinerario va saliendo a la calle, a las obras de vistas urbanas.
La figura humana, apenas presente en los cuadros, encuentra en la escultura su mejor aliado, son los trabajos de Julio López.
Para María López, ser comisaria de Realistas en Madrid supone un placer doble: "Los siete artistas forman parte de mis recuerdos y de mi vida, pero además son piezas fundamentales en el ámbito del nuevo realismo. Es un arte inspirador en la que se concentran muchas emociones", resaltó.