La fatídica verdad es que el tiempo pasa rápido, demasiado rápido, y su calendario en bucle nos coloca ante las mismas tesituras nuevamente cada vez con menos pausa, con menos gracia, sin esa pizca de demora necesaria para sentir la gravedad de una vida cada vez menos abierta a la sorpresa. Ya son 2021 años de un Dios agonizante. 2021 velas colocadas en hilera, igual que en el poema de Cavafis. Quién sabe cuántas nos esperan encendidas ya. Lo único que observamos es la fila de detrás, con sus pabilos humeantes, y el soplido de ese Dios que nos remueve el pelo y las apaga, restando el tiempo que nos queda mientras lo cumple Él.
En estas fechas señaladas, un Cristo vestido de Scalpers ha bajado del cielo para caminar descalzo entre nosotros. Ha mirado a cámara con su rostro de modelo y ha pronunciado un alegato de activista de salón. Rebelde se nace, ha venido a decir, y multitudes de creyentes –otros no– han corrido a celebrar la recuperación de una figura que yacía olvidada en estas fechas conquistadas desde hace décadas por el merchandising anglosajón. Qué extraño, piensa entonces quien no cree. Habría que escuchar su discurso lentamente para entender exactamente qué es lo que celebran algunos católicos de hoy. 2021 años después del nacimiento del Mesías, este regresa para hablar de vaguedades. Reivindica su figura como la de un mero instigador del pueblo, un protoinfluencer ancestral, la vacía de su componente religioso y los católicos aplauden. La verdad es que es un anuncio muy revelador. Tal vez sea necesario no creer para darse cuenta de lo mucho que significa esta campaña. Ilumina como ninguna otra ese abandono que siente una comunidad incomprendida en sus creencias. Un rebaño señalado por los que nunca han seguido a su pastor, pero dispuesto a permitir que lo utilicen quienes pretenden lucrarse con su imagen para que al menos durante un año vuelva a brillar por encima de la del barbudo y gordo Papá Noel.
Detengámonos en el mensaje: "Llevas toda la vida celebrando un cumpleaños. Mi cumpleaños", comienza a hablar el Cordero de Dios. "¿Te has preguntado por qué?". Su voz es profunda y sensual, resuena en los oídos como si hubiese rebotado en las profundidades de su garganta durante siglos, hasta llegar a nosotros precisamente hoy. "¿Es por ser quien soy? ¿O por ser como soy?", prosigue después. El nuevo Cristo redivivo habla entonces de lo único que ha quedado de su legado que puede agradar a todo el mundo. Menciona su labor de opositor al "poder establecido", ese comodín utilizado hoy tanto por quienes se niegan a aceptar la absurda norma de las mascarillas en exteriores como por quienes comparan, yo qué sé, a los nacionalistas catalanes con Rosa Parks. Después engola la voz y pronuncia grave las palabras "amor en tiempo de guerras". Por un segundo recuerda a una figura conocida. Su melena al viento nos hace llegar una promesa tenue, un no sé qué profético, quizás la esperanza por una renovación de la vida pública que no requiera de grandes rompeduras de cabeza. Una nueva revolución que podamos hacer desde el sofá, gritando hacia la tele cualquier eslogan que resuene bien aunque no tenga coherencia. Y la cosa queda bastante clara.
Pensémoslo un poco más. Su discurso gira en torno a una pregunta. ¿Cómo es que, después de 2000 años, la gente sigue celebrando el cumpleaños de un pobre asesinado? Nada se dice del pecado, de la salvación de los hombres, de la promesa de la vida eterna ni del fundamento del Amor como camino de santidad. De hecho, lo que se dice exactamente es otra cosa: "¿Tú qué quieres celebrar, una fecha, una tradición, o una forma de nacer y de vivir?". La forma de vivir que propone Scalpers, lo dice su campaña publicitaria, se resume básicamente en salirse del patrón establecido. Ser rebelde, nada más. Lo que se vislumbra detrás de su anuncio es la mera pretensión de una marca que quiere diferenciarse del resto, que ha comprendido que ir a la contra vende, y que sabe de la existencia de una comunidad vasta y cansada del olvido, dispuesta a aplaudir cualquier iniciativa con la que crea estar acercando su fe a quienes recelan de su Iglesia por sentirla lejana y cruel. El avance es claro. Mientras antes lo que podía malinterpretarse era el mensaje, ahora lo único relevante es el sobre en el que va envuelto. De todas formas, la cosa tampoco importa demasiado. La vida seguirá su rumbo y nosotros tacharemos un año más como si apagáramos una vela. Y dentro de un tiempo inescrutable, también, invadidos del temor que nos transmita la oscuridad que se cierna sobre la última que nos quede por soplar, nos asaltará como nunca la única pregunta que de verdad nos ha importado siempre: ¿qué quedará al final?