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El sentido de la originalidad

La originalidad completa supondría un caos en el orden social.

Todo el mundo quiere ser original en sus gustos, dedicaciones, manías, costumbres, en la presentación de su yo ante los demás. Eso es lo que quiere decir individuo, que no puede dividirse, que es único. Naturalmente, se trata de una pretensión muy ardua. Somos muchos en los censos de población y la originalidad completa supondría un caos en el orden social. Al menos sería un continuo sobresalto, al tener que soportar las genialidades del prójimo.

La consecución de la originalidad implica una buena provisión de inteligencia, pero sabemos que esa cualidad se distribuye de acuerdo con una curva normal. Es decir, la mayor parte de las personas cuentan con una dotación mediana de intelecto, lo que impide un exceso de originalidad. Más bien, lo que suele mostrarse es un cierto gregarismo. "Donde va Vicente, va la gente". La especie humana no parece descender de un primitivo orangután, sino de la hormiga. No es un antecesor despreciable. Desde luego, los rastreros himenópteros son de admirar por lo bien que administran la división del trabajo y cumplen sus obligaciones. A propósito, todos los insectos tienen seis patas, un maravilloso artilugio de la evolución que proporciona una gran estabilidad para caminar, especialmente en los terrenos quebrados. No estaría mal que diseñáramos los vehículos terrestres con seis ruedas.

Las ínfulas de originalidad se dan, preferentemente, en los escritores, los artistas, los directores de cine. Como es previsible, no todos logran parecer tan singulares como pretenden. Además, cuando aparece un rasgo de novedad, los demás lo reiteran, lo copian. Un ejemplo: no sé a qué director de cine se le ocurrió lo de rodar como si fuera de noche, como una especie de atractivo estético. El hecho es que esa es la constante de muchas de las películas y series recientes, lo que llega a ser cansino para el espectador. Al final, lo que priva es la imitación, no la originalidad. En eso consiste, precisamente, el fenómeno de la moda. Proporciona un moderado placer el hecho de vestir, comer, divertirse, etc. Todo es según lo que se lleva o se establece como lo elegante o lo apetecible. La ventaja de seguir las modas de cada momento es que así hay que pensar poco.

Cuando se les hace difícil ser originales, el artista o el escritor, simplemente, persiguen la excentricidad, la extravagancia, lo que choca o llama la atención. Por ejemplo, suplen la escasez de inteligencia con un atuendo o un tocado llamativos. Es un rasgo, sobre todo, femenino. Lo digo con el riesgo de que me consideren machista; que es ahora el equivalente de ser judío para los nazis.

El sentido de la originalidad se opone, en muchos aspectos, al sentido del ridículo, tan común en todos los campos. En España se cultiva con encomio no hacer el ridículo ante los demás, esto es, no salirse del guion establecido. Es un principio de orden, conservador, que se da tanto en la derecha ideológica como en la izquierda. Como queda dicho, conduce al gregarismo, que facilita el esfuerzo de tener que tomar decisiones. Recordemos que la voz grey se refiere tanto a un colectivo de animales como de personas. La deberían emplear más los ecologistas, que suelen ser individuos negados para cualquier tipo de originalidad. Lo suyo es la repetición de los mantras ideológicos de los olvidados fundadores de esa tribu. Con el feminismo ocurre algo parecido; pero no quiero dar más detalles, para no provocar la ira de los que mandan. Los tengo ya bastante amoscados.

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