Los psicólogos nos han demostrado que las percepciones son, siempre, selectivas. Esto es, no vemos u oímos todo lo que entra por nuestros sentidos, sino solo una parte, la que nos interesa y hacia la que enfocamos nuestros sentidos. Si perdiéramos esa facilidad de selección, seguramente pereceríamos.
Por lo mismo, la memoria humana selecciona los recuerdos del pasado, pero solo los que nos puedan interesar más, por la razón que fuere. Si lo recordáramos todo con la misma intensidad, nos volveríamos tarumbas. El olvido es una buena cosa.
Más intrigante es el supuesto de las opiniones, la experiencia de recibirlas del exterior. El caso típico es el de oír o leer lo que dicen los comentaristas o "creadores de opinión" (opinión makers). Son los que salen en los medios con ese propósito de dar su parecer sobre esto o lo otro, normalmente asuntos debatibles en algún campo: deportes, política, economía, estilos de vida, etc. Se confía más en los analistas especializados, pero tampoco son garantía. Lo fundamental es recordar que todas las opiniones son selectivas, sobre todo para el que las oye o lee. Cada uno ve la feria como le va en ella.
Lo malo de los analistas es que se copian unos a otros, normalmente sin querer, como un acto reflejo. En cuyo caso, los argumentos no son tan auténticos como parecen y, en ciertos casos, pierden validez, capacidad de convencer.
Pongo un ejemplo. Es común deslizar el criterio de que el "cambio climático" (el calentamiento del planeta) se deriva, directamente, de la actividad industrial o de consumo. Ya, es soberbia de la especie humana pensar una cosa así. Se trata de una opinión tan repetida como inane. En una buena parte de la Tierra, la actividad humana es mínima. Si el famoso cambio climático significa que sube la temperatura de los mares y los continentes, habrá que buscar la causa fuera de nuestro planeta, primordialmente en el Sol. Lo que pasa es que eso es muy difícil de observar y medir. Por tanto, lo más expeditivo es echar la culpa a la actividad humana. Lo cual fundamenta el repertorio de las políticas ecologistas, que son las dominantes en el mundo. Las cuales convergen en justificar la intervención del Gobierno en todos los órdenes.
Mejor sería tratar de calibrar los pequeños cambios que tienen lugar en unos u otros lugares. Ofrezco mi minúsculo observatorio. Llevo más de dos decenios viviendo en un lugar de la sierra de Madrid. Observo una tendencia sistemática. Aunque cada año hay más árboles, lo preocupante es que decrece la población de insectos y de pájaros. Hay, pues, un cambio climático en pequeña escala, cuyas causas no logro entender, pues no soy un científico. No parece que los pocos habitantes de esta zona de la sierra hayan alterado sus hábitos a lo largo de los últimos 20 años, por lo menos en la medida en que puedan afectar a la población zoológica que digo.
La conclusión es que resulta muy arduo el esfuerzo de mantener opiniones independientes, ajenas a la presión de las modas intelectuales y políticas. Es más, tampoco puede haber personas independientes del todo. Quien más, quien menos, mantiene distintas afiliaciones ideológicas, profesionales o de intereses, que, por fuerza, tienen que condicionar sus puntos de vista. Sin llegar a tanto, lo más corriente es que los pareceres de un particular sean una velada reproducción de los emitidos por los opinion makers más campanudos. En ellos es muy corriente la impronta del ecologismo radical, una especie de religión civil de nuestro tiempo. Ya se sabe, fuera de la iglesia (en este caso, la ecologista), no hay salvación.