Zahara, blasfemia y cristianofobia
Zahara tiene derecho a ofendernos. Como nosotros a criticarla por hacerlo (y, de paso, a su trabajo, por llamarlo de alguna manera).
Zahara es una cantante que hace ostentación del término puta. Así se llama su último álbum. Una manera infantil de provocación que se estila habitualmente en la industria musical a rebufo de Madonna. Solo que lo que era original y transgresor en la artista italo-americana es pose y convencionalismo en la española. Cuando estalló el pequeño escándalo alrededor de su póster blasfemo sobre la Virgen María (en el que aparece la propia cantante transfigurada en una mezcla entre una pintura de Murillo y un anuncio de Dolce & Gabbana, sujetando un muñeco simulando al Niño Jesús y una banda en el pecho donde se lee el recurrente "Puta"), creía que nunca la había oído pero lo cierto es que sí había escuchado alguna de sus canciones en un programa de Radio 3.
Zahara es combativa y meliflua, aguerrida y cursi, reivindicativa y monótona, melodiosamente previsible. Intenta ser turbadora pero en realidad está cortada según los parámetros a la moda de la radio-fórmula indie. Es una apoteosis del negocio del exhibicionismo victimista jugando a ser Gramsci, Butler y Chomsky denunciando el machismo heteropatriarcal capitalista. No hay lugar común de la cultura woke que Zahara no explote entre rimbombantes ecos de una producción de qualité que imita a otras ídolas prefabricadas como la neozelandesa Lorde.
Zahara parece una combinación de manual de autoayuda con una pizca de Auto-Tune y mucho de autocompasión. La ética banal de Paulo Coelho con la estética glamurosa de Pedro Almódovar. Un ejemplo (recítese de la peor manera posible para mostrar cómo lo hace la cantante andaluza):
Yo no soy mejor porque tú me humillaras,
Yo no voy mejor porque tú me anularas,
Lo que me ha hecho fuerte es alejarme de ti.
Lo que me ha hecho más fuerte es acercarme a mí.
Zahara ha optado por hacerse la mártir con su cartel blasfemo. ¡Es tan fácil ofender a los católicos! No solo sale gratis sino que encima suscita el aplauso y el respaldo de la secta política progresista, abonada a la cristianofobia como seña de identidad. En un país islámico podría ser condenada a muerte, como le sucedió al rapero Yahaya Aminu Sharif, pero sabe que en España le hace ganar puntos para algún día ganar el Premio Princesa de Asturias por resultar tan confortablemente incómoda. Como suele suceder a las feministas de izquierda, la sororidad termina justo cuando se cruzan las fronteras ideológicas. A las mujeres que no se ciñen a los parámetros del feminismo radical cabe insultarlas, humillarlas y violentarlas. Isa Serra, la diputada de Podemos, mostró el camino tildando de "hija de puta" a una policía. Por la misma senda de la sororidad selectiva, Zahara se descuelga elevando la ofensa contra María, un modelo de mujer que les irrita tanto como el de Santa Teresa de Jesús. No deja de ser paradójico que Zahara pretenda hacer una denuncia del acoso a las mujeres mientras se convierte en una matona machista disfrazada de mosquita muerta pasivo-agresiva.
Pero Zahara tiene derecho a ofendernos. Como nosotros a criticarla por hacerlo (y, de paso, a su trabajo, por llamarlo de alguna manera). Yo, que no soy religioso pero tengo en gran valía a la Virgen María, me siento ofendido por que la vulgar cantante suscite a sabiendas un escándalo frívolo zahiriendo a una gran mujer como fue la madre de Jesús, la inspiradora de obras artísticas tan grandiosas y sublimes como La anunciación y La virgen de la granada de Fra Angelico. Debemos aspirar a una democracia liberal en la que sea máxima la libertad de expresión siempre que no se incite a la violencia. Libertad para los inteligentes y las tontas, los creativos y las zafias, los respetuosos y las groseras. Por supuesto, habrá quien la aproveche para ser como Fra Angelico y quien se conforme con ser como Zahara. También quien responda a la libertad imitando a Torquemada o el que trate de seguir a Jesús cuando dijo:
Por tanto os digo: todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada. A cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del Hombre, le será perdonado; pero al que hable contra el Espíritu Santo, no le será perdonado, ni en este siglo ni en el venidero.
En mi opinión, la Madre del Hijo del Hombre perdonaría a Zahara. Nosotros quizá no seamos capaces de ser tan comprensivos y jamás podamos hacerlo, pero sí que podemos soportarla.
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