No merece perder mucho el tiempo con José María González Kichi porque, una y otra vez, con insistencia terca e ignorante, demuestra que en toda su cabeza apenas cabe una idea, de siempre totalitaria y antigua, como buen marxista-lenihilista-trotsko-anarquista-anticapitalista y todo lo que haga falta para predicar que España es una mierda tan grande como el capitalismo y que él, y su compañera Teresa, tienen la solución única posible para la salvación del género humano y del mundo mundial.
Como todos hemos hecho el tonto de jóvenes, porque no teníamos ni idea de nada cuando nos hicimos de izquierda hasta que recibimos una iluminación afortunada, no le recrimino su tontería, pero sí hay que advertirle que cuando la bobería que a uno le habita dura y dura hasta más allá de los 45 años, algo falla y algo hay que mirarse porque más que un toquedáo pasajero y narcisista lo suyo parece ya algo serio que debe tratarse.
Este Kichi parece no haberse dado cuenta de que en 1976 comenzó en España una transición hacia la democracia, con sus defectos, que los tuvo, pero cuya finalidad era la reconciliación nacional, frase que inventó el Partido Comunista en la década de los 50, y que tenía y tiene por finalidad que nunca jamás en esta nación tenga que reproducirse una guerra fratricida como la que nuestros padres y abuelos vivieron desde 1936 a 1939. Incluso hubo una amnistía que, por ejemplo, me benefició a mí.
Amnistía se relaciona con olvido judicial, político y moral de los delitos que se cometieron con anterioridad a una fecha, esto es, con una forma civilizada de tolerar a quien discrepa de los propios postulados porque se pone por delante de todo la convivencia en libertad.
Es obvio que hay una parte de la izquierda española que no quiere ni olvidar ni perdonar ni transigir ni convivir y nos está obligando a todos a recordarle que la II República no fue un paraíso sino un infierno para la mitad de España y que a la Guerra Civil condujeron tanto el totalitarismo de una izquierda antidemocrática y violenta como el golpe de estado que quiso impedirlo.
Pemán estuvo en el bando franquista en 1936, como Unamuno, como Ridruejo, como Torrente Ballester, como Martín de Riquer, como Laín Entralgo, como Manuel Machado, como tantos otros y otros muchos que convivieron con el régimen franquista, como otros tantos aplaudieron o callaron ante los crímenes de Lenin y Stalin.
Nuestra transición, ya se ve hoy que escasamente exitosa en algunas mentes fanáticas, deseó dar un paso adelante por el camino del reencuentro, de la discrepancia no asesina, de la primacía de la vida sobre la aniquilación. Pero está claro que eso es lo que buena parte de la izquierda no quiere. Nada de tolerancia, todo de imposición sectaria y excluyente.
Pues nada. Este alcalde de Cádiz pretende retirar de la memoria colectiva de su ciudad a un gaditano que escuchó el pregón del Carnaval que hizo el estalinista Rafael Alberti y le abrazó después. Pemán, que nunca fue franquista sino monárquico convencido, amparó toda la vida a escritores noveles, de izquierdas o derechas y era un prodigioso conferenciante y un gran escritor español. Pero, claro, en algunas cabezas tal consideración no cabe.
De ahí el homenaje que le dedicamos por la vía interpuesta de Paco Rabal que incluso le escribió un soneto al autor de El divino impaciente.
Decía así (por ni lo cree le proporcionamos copia del original firmado):
A DON JOSÉ MARÍA PEMÁN (SIN MÁS DEMORA)
Yo le quise a Pemán por liberal,
por su oratoria ágil, su escritura,
por su enorme bondad, por su ternura,
por su generosidad, por su leal
entrega a sus ideas, por su cordura,
por su gracia andaluza, por su sal,
porque le dio una mano a Paco Umbral,
al dramaturgo Sastre, a la cultura.
Fui su Edipo, su Tyestes, Marco Antonio,
y me puso de pie en el escenario,
y soy de sus virtudes, testimonio.
No quiero ver pasar su Centenario,
pues siendo yo de izquierdas, "un demonio",
él me abrazó rabioso y solidario.
Francisco Rabal. (Firma)
Madrid 15 de mayo de 1997