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¿Por qué leer a Aquilino Duque?

Fue un gran poeta, un excelente narrador, un inteligente ensayista y un refinado traductor.

Para conocernos mejor. El otro día una amiga, Marta Cotarelo, me preguntó por qué un homenaje a Aquilino Duque. Mi respuesta fue sencilla: porque es un gran escritor. Su obra nos ayuda a conocernos de verdad. Fue un gran poeta, un excelente narrador, un inteligente ensayista y un refinado traductor de grandes autores portugueses, rusos y sajones. Su obra está viva. Si alguien necesitase un acercamiento rápido a la obra de Aquilino Duque, aconsejo el delicioso y científico trabajo de mi amigo Pedro de Tena en estas páginas en torno a su novela Mano en candela. Aquilino Duque es un refinado crítico de la modernidad. Es un clásico que se toma muy en serio el dicho latino: verba volant scripta manes. Las palabras dichas vuelan. Desaparecen. Las palabras escritas quedan. Son reales. La palabra escrita para Aquilino Duque es sagrada, porque es real. Fija algo indefinido e impreciso hasta convertirlo en Historia, en conciencia histórica, en una experiencia cargada de responsabilidades para quien lleva a cabo esa operación.

La palabra escrita se enfrenta a la magia, porque transforma los mitos en realidades. Aquilino Duque es sobre todo un escritor de convicciones en una España relativista. Procura no hablar directamente de lo que escribe para no traicionar su oficio. Su vocación. Porque escribe por necesidad, como a Nietzsche, no le gusta, a veces le repugna, hablar de sus textos. Sin embargo, nunca ha rechazado presentar sus libros, en cierto modo hablar de ellos, e incluso, si alguien le tira con sutileza de la lengua y le pregunta cómo define su poesía, podrá escuchar de sus labios: soy un poeta que sitúa sus versos en la tradición popularista española. No es Duque un tipo cerrado con ideas fijas y lineales, unívocas; al contrario, es un hombre de ideas variadas y curvas para defender una verdad, permanente, que le permita estudiar la realidad, que siempre es transitoria.

Duque asume sus contradicciones con responsabilidad e inteligencia, y si es menester hablar de sus obras porque alguien le seduce con preguntas pertinentes, o peor, porque algún malvado mantiene una grosería intelectual, entonces responde, razona y vuelve a escribir para matizar sobre lo que se dice de él, es decir, de su obra. Por ejemplo, jamás ha dejado de levantar su voz para salir al paso de un tópico terrorífico que se ha usado contra él: "Escribe bien, pero piensa mal". Falso. "Cuando se escribe bien", dice Duque, "es que se piensa bien; cuando se piensa con claridad se escribe con claridad (…) En lo que yo escribo no hay engaño ni trampa. La razón no es de derechas ni de izquierdas, sino que es la historia la que unas veces se da a las izquierdas y otras a las derechas. No hay que confundir la verdad, que es permanente, con la realidad, que es transitoria. Cuando Gramsci dijo que él no tenía la culpa de que la realidad de su tiempo fuera revolucionaria, dijo una gran verdad. La culpa en efecto no la tenía él. La tenía Mussolini" (A. Duque, El suicidio de la modernidad, Bruguera, Barcelona, 1984, p.10).

Aquilino Duque no hablaba demasiado de sus libros, pero sí que escribía sobre ellos, e incluso su vuelta reflexiva sobre alguno en concreto, especialmente sobre aquellos que muestran la agonía de la modernidad, se convierte por su arte narrativo en capítulos de otros libros. Pensamiento de pensamientos. Esta operación de escritura sobre escritura no es una repetición, una simple reescritura o copia de lo que uno escribió en el pasado, sino una manera de contextualizar aquí y ahora su propio pensamiento. Se trata de poner a prueba su pensar pasado para hacerse cargo de la circunstancia presente. La circunstanciación de su pensamiento no es adaptación sino crítica. Es una manera original de tomarle el pulso a su propio pensamiento para saber si tiene o no fortaleza suficiente para entender lo que sucede, para diagnosticar el mal, y sobre todo para proponer soluciones. Estamos ante una obra abierta permanentemente.

Pero, nadie se engañe, jamás vuelve para rectificarse. Nunca regresa a su escritura, a su pensamiento, para adaptarse al paisaje, sino para criticar y crear. Cuando trata por escrito de sus libros, casi siempre lo hace con mayor precisión que sus críticos, porque nos transmite una doble experiencia: por un lado, nos muestra los andamios, las herramientas y los materiales que ha utilizado para construirlos y, por otro lado, nos da ideas clave para interpretar su entera obra poética y narrativa. Son la ironía y la paradoja instrumentos principales de Aquilino para desmontar tópicos y lugares comunes, casi siempre asociados a esos que conocemos por la corrección política

En fin, espero que estas modestas líneas hayan sido un acicate para que mi amiga, productora de esRadio, monte un homenaje radiofónico a la figura de Aquilino Duque. Pero si quiere un argumento más, le doy uno del propio homenajeado. Se trata de una respuesta a una pregunta de Jorge Casesmeiro y Fernando Muñoz, autores que preparan un libro en este su noventa aniversario.

P: Usted es memoria viva de la cultura española en mayúsculas y se ha relacionado con grandes autores: Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, María Zambrano, Eugenio Montes, Pemán, Cela, Gala… Si la cultura es básicamente continuidad, sus amigos y maestros o referentes han sido…

R: Puede decirse que desde los veinte años he tenido la suerte de aproximarme y tratar a personas a quienes leía y admiraba. A todos he rendido homenaje de un modo u otro en los géneros que he cultivado y en los que procurado estar a su altura.

En Cultura

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