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Pedro de Tena

España desde Ceuta: ¿una Madre Patria o una madrastra?

Razones tiene Ceuta para sufrir siendo niña que se le va a la madre de la mano. Pero el sentimiento ceutí de desamparo precede a la política actual.

Razones tiene Ceuta para sufrir siendo niña que se le va a la madre de la mano. Pero el sentimiento ceutí de desamparo precede a la política actual.
Un agentes del GRS de la Guardia Civil ayuda a un inmigrante en la frontera de Ceuta | EFE

Pocas ciudades del mundo son tan importantes geoestratégica y políticamente como Ceuta, situada en una de las aceras de la "calle principal del mundo", que es el Estrecho de Gibraltar, por donde pasan más de 110.000 barcos al año, nada menos que una media superior a los 300 buques al día, 13 por hora, uno cada cinco minutos, uno de los tráficos marítimos más densos que sobrepasa el 10 por ciento de todo el movimiento de la navegación mundial. Y además, puede ser causa y objeto de una guerra, que no es tema baladí.

Pocas de ellas tienen la larga historia de Ceuta que, por poner un ejemplo reciente, ya era habitada en el Paleolítico en Benzú, ahora trampolín de inmigrantes, y citada en La Divina Comedia del Dante, en los libros de caballería y mencionada por muchos autores, anteriores y posteriores.

Jerónimo de Mascarenhas, en su Historia de Ceuta publicada por la academia de Ciencias de Lisboa en el quinto centenario de su colonización lusa, escribió: "Metrópoli un tiempo de la Mauritania Tingitana, oi Colonia ilustre da la nación Portuguesa y escudo á Hespaña de las amenazas de África".

Sólo algunas ciudades pueden exponer un itinerario de coexistencia, a veces convivencia, tan intenso entre diferentes modos religiosos de comprender y ejercitar la vida. Cuatro religiones universales conviven ahora, casi siempre bien aunque otras no tanto, en su seno: la católica, la judía, la musulmana y la hindú, con sus peculiares modos de alimentar a los vivos o enterrar a los muertos, que ya es bien difícil.

Ninguna ciudad de España, si exceptuamos a Melilla, su hermana legítima, se siente tan española y tan europea como Ceuta. Alfonso XII, cuando viajó a Andalucía, llegó hasta Ceuta. Sin embargo, la ciudad, siempre acosada por piratas de guante negro o blanco, no se percibe apreciada, valorada, considerada por los españoles ni por los europeos, de los que es la frontera africana más próxima y decisiva.

Su máximo poeta, militar y Premio Nacional de Literatura, Luis López Anglada, escribió todo un libro de versos a su ciudad natal, pero en uno de ellos la descripción de su abandono es sobrecogedor:

Y allí está, entre la arena y la muralla,
como una niña que bajó a la playa
y se le fue a la madre de la mano.

Pero no, no es la niña la que se ha ido de la mano protectora. Es la madre la que la está soltando. El vate y patriota ceutí no quiere señalar la extraña ausencia de la madre Patria pero deja caer con melancolía portuguesa la orfandad que se siente en la orilla de esa playa que quiso ser española. Y lo es. Hasta Quevedo tuvo por pariente a un Obispo de Ceuta.

Ceuta es española desde 1669, cuando el reino de Marruecos no era ni siquiera un sueño lejano. Sencillamente no existía. Años antes, en un referéndum de sus notables, tal vez un primer acto democrático en la monarquía de los Austrias, como me precisó en 1995 Menahem Gabizón Benhamu, presidente de su Comunidad Hebrea por entonces, decidió dejar de ser portuguesa, que lo fue desde 1415 (su bandera aún hoy es la de Lisboa con variantes) para formar parte de la corona de España.

Esa Ceuta, toda ella, es española por derecho. En ella puede nadar en formol el ojo incorrupto, del primer novio de la muerte, José Millán Astray, en el Museo de la Legión de la ciudad, y puede comprarse todavía una estampa de Antonio López Sánchez-Bravo, considerado un santo mártir por su izquierda socialista.

En la misma Ceuta, la extensa comunidad hindú que la habita desde hace más de un siglo espera su "samsara" transmigratorio hacia el Absoluto. En ella, los hebreos, añorantes de la vieja Sefarad o nuevos hijos de Israel aguardan su resurrección lavados con jabón vegetal. En Ceuta, esa "perla entre el pecho y la garganta del mundo", como la llamó Abderramán III, sus musulmanes se dividen entre quienes sueñan con la libertad y el pan de Occidente y los que temen a la dinastía alauita. En la Ceuta histórica, una mayoría católica y española vive un sinvivir porque nada está escrito.

Todos ellos conviven en la vieja Septia, la Caribdis de Homero, la Abyla de la mitología de Heraclión, en la lengua de tierra que se humedece con las corrientes espirituales del Mediterráneo y el Índico. De todos ellos, las relaciones son fluidas entre españoles, hindúes y hebreos más no tanto con la comunidad musulmana, parte de la cual mantiene relaciones bien estrechas con los servicios secretos y el Ministerio de Asuntos Exteriores de Marruecos. Y un lubrificante, el espeso, a veces negro, aceite de un comercio mecido en cada costumbre y hostil a unas leyes que decaen entre la necesidad y el trapicheo.

Juan J. Relosillas escribió un libro al que tituló Catorce meses en Ceuta, que dedicó a Antonio Cánovas del Castillo en 1886 para llamar su atención sobre el sistema correccional español. En Ceuta se alzaba su famoso penal donde se cumplían sentencias graves, desde la reclusión y el presidio a la cadena y el confinamiento. Incluso Alejo Carpentier lo menciona en El siglo de las Luces. Ya era célebre en tiempo de los Avisos de Jerónimo Barrionuevo en 1654-58- En Ceuta, escribió, "se entra como entró en Roma el condestable de Borbón: por asalto". Esa lección la ha aprendido con tesón el reino vecino.

Jorge Luis Borges, en su Historia Universal de la Infamia, fabula sin descanso pero acierta en lo esencial. "En los primeros días había en el reino de los andaluces una ciudad en la que residieron sus reyes y que tenía por nombre Lebtit o Ceuta, o Jaén(¿?). Había un fuerte castillo en esa ciudad, cuya puerta de dos batientes no era para entrar ni aun para salir, sino para que la tuvieran cerrada". Así se sentían los ceutíes (caballas) que conocí, encerrados en un destino.

Diez días estuvo en aquella su guerra de África Pedro Antonio de Alarcón que la vio, cómo no, encerrada: "La ciudad de Ceuta, dispuesta en escalones, graciosa y bella en su conjunto, rodeada de jardines, y huertos, y limpia y cuidada como todos los pueblos encerrados en estrechos límites".

Yo no estuve 14 meses, ni siquiera catorce días. Hace 25 años, viajé a Ceuta por algo más de 14 horas para tratar de explicar a los lectores españoles la situación actual de la base de una de las Columnas de Hércules. Escribí entonces: "Ceuta, desde la que Tarik y Muza iniciaron la aventura de Europa, es hoy una ciudad dolorida y desorientada. Su dolor se nutre del pasado y del presente. Su desorientación se vierte en el futuro". No dije nada de la traición legendaria del visigodo que la gobernaba. Ni de otras muchas cosas. En fin.

La Heptadelfos griega, la Septem Fratres romana (por sus siete colinas), luego cartaginesa, bizantina, goda, musulmana, portuguesa y española se queja del olvido y el desconocimiento. No se trata sólo de la enrevesada ubicación estratégica sino de la desatención de una España que siempre la consideró su territorio y así fue siempre en la historia constitucional desde La Pepa a 1978. Es más, desde siempre, Ceuta estuvo bajo el cobijo administrativo y militar de la provincia de Cádiz, donde sigue habiendo un Obispado de Cádiz-Ceuta. Melilla lo hizo con Málaga.

Hace miles de años, cuando África y Europa estaban unidos por un brazo de tierra, Hércules de enamoró de Septia. Pero Tudec, el tartesio, idolatraba a esta mujer bellísima. La sedujo con astucia y, cuando la poseía bajo las estrellas, Hércules oyó sus gemidos de placer desde el carro de la Osa Mayor.

Poco amigo de compartir lo propio, hundió su acero en Tudec con una furia tal que abrió el Estrecho de Gibraltar. Septia, horrorizada por el furor del héroe, murió allí mismo, tendida y sin amor. Todavía los ceutíes ven su cara y su cuerpo en las altas montañas que constituyen la otra columna de Hércules. Es la mujer muerta que los fotógrafos encuentran en su inmediato paisaje.

Ceuta y Melilla, Canarias y Andalucía, toda esa falda sur de España apenas se benefició de los desarrollos industriales que oligopolizaron, con ayuda de tirios y troyanos, Franco incluido, las regiones del Norte catalán y vasco. Aún hoy, si se consultan las ratios y los datos de los indicadores se comprobará cómo Ceuta y Melilla siguen a la cola de muchos de ellos, algo evidentemente impropio para una nación cohesionada y una democracia equitativa.

Sus habitantes, cuando los titanes no se la disputan, intentan prosperar. Incluso tuvo una ballenera. Luego trataron de inventar una Oniria turística, un pequeño Mónaco, un parque marítimo del Mediterráneo que diseñó Cesar Manrique con submarino y todo o un nuevo Casino. Ceuta es la ciudad que más juega a la lotería de España (porque el azar no está prohibido por El Corán).

De sus cuatro grandes comunidades, la más pobre es la que procede de Marruecos, que intenta inflar el censo demográfico con el vientre de sus mujeres, como advirtió el argelino Huari Bumedián a Occidente, con la vista puesta en un futuro censo electoral que les dé la victoria en una España democrática y débil.

Lo del derecho de autodeterminación de Ceuta y Melilla, referéndum de por medio, algo sin fundamento alguno en el Derecho Internacional ni en la verdad histórica porque nunca fueron colonias como lo es y sigue siendo Gibraltar, es el trabajo sucio que el trono alauita concede que hagan los separatistas catalanes y vascos y parte de la izquierda en general. Le sale gratis. Fíjense en el mamarracho de Puigdemont.

A Ceuta la persigue, además, la obsesión de los memoriosos históricos al uso socialcomunista que ven en ella una de las sedes de un alzamiento militar, el de Franco, cuya pisada se grabó en el monte Acho, y eso la tiñe de cómplice y aliada de los "malos". No recuerdan, claro, cómo fue la deserción del gobierno republicano de su defensa de Málaga y sus aguas, esas que siguen conduciendo al Estrecho lo que dejó a los "nacionales" el control absoluto de ambas orillas.

Ese crimen contra los propios republicanos es denunciado por el historiador Antonio Nadal en su libro aún inédito sobre la caída de la Málaga Republicana (I). Poco antes, la propaganda republicana simulaba que Radio Ceuta fingía ser Radio Sevilla proclamando un estado de guerra cuando, oficialmente era pública y notoria la "normalidad absoluta". Y ya ven qué pasó. Cela lo contó. Y otros.

Razones tiene Ceuta para sufrir siendo niña que se le va a la madre de la mano. El programa del PSOE de Zapatero decía en 2004: "Las islas de los territorios balear y canario, así como las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, requieren una atención singularizada. La potenciación y modernización de sus infraestructuras portuarias y aeroportuarias así como la definición de rutas de interés público en los modos de transporte aéreo o marítimo en los casos justificados, y la subvención al transporte marítimo de residuos no reciclables, han de constituir actuaciones gubernamentales irrenunciables".

El del PP de Rajoy en 2011 subrayaba: "Promoveremos un mayor apoyo del Estado hacia las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla. Atenderemos a su condición de única frontera terrestre de la Unión Europea en África, y diseñaremos un nuevo modelo de financiación en atención a sus especificidades y necesidades singulares".

Y remataba Pedro Sánchez en 2019: "La realidad de estas dos poblaciones no es equiparable a la de ninguna otra población española. El conjunto de la sociedad española debe hacerse cargo de su situación y solidarizarse con sus problemas. Así lo hacemos los y las socialistas". Sin comentarios. La delegada del gobierno del PSOE en Ceuta ni siquiera se asomó a la "invasión" de esta semana.

Pero es mucho más. El sentimiento ceutí de desamparo no sólo procede de la política actual, sino de la precedente, sobre todo. En 1917, en el Salón Regio de la Diputación de Cádiz tuvo lugar el ingreso del general y gobernador militar de Cádiz, Miguel Primo de Rivera, en la Real Academia Hispano-Americana.

Un cronista del Diario de Cádiz recogió lo ocurrido: "Primo, tras tener unas palabras de recuerdo para su antecesor en el sillón de la Academia, Cayetano del Toro, centró su discurso en la política española sobre África y en la recuperación de Gibraltar, que considera asunto de dignidad nacional. El general abogó por la recuperación de Gibraltar a cambio de nuestras posesiones en África, que tanta sangre de españoles está costando". Le supuso la dimisión.

Tras el franquismo, que no tuvo esas veleidades seriamente estudiadas por Gran Bretaña, los padres constituyentes no quisieron que Ceuta y Melilla fuera ciudades andaluzas. ¿Por qué cuando de hecho lo son? Hay quien maquina intereses electorales del nuevo PSOE que, sabiendo la orientación política derechista de ambas ciudades, desconfiaban de su victoria autonómica en Andalucía con esos dos enclaves hostiles en el nido.

También hay quien ve la mano negra del "primo" marroquí oponiéndose a un amparo constitucional de la españolidad territorial de ambas ciudades por lo que tenía pensado para el futuro. Otros creen que su situación peculiar merecía otra consideración diferente. Puede ser, pero la sospecha en la ciudadanía caballa fue grande.

Creció aún más cuando no se le concedió el rango de Comunidades Autónomas, todo lo anómalas que se quiere, y finalmente, se quedó, como Melilla, en Ciudad Autónoma a muy poca distancia de tantas garras como hay en su entorno. ¿Y si alguien, algún día, la usaba, como quería Primo de Rivera, como mercancía de primera para permuta, trueque o cambalache político?

Hace 25 años en Ceuta había más de 7.000 efectivos militares. En 2017, sólo quedaban unos 3.186 siendo el lugar de España en el que hay mayor densidad de militares de las Fuerzas Armadas: uno por cada 26 ceutíes. Pero mengua y mengua.

Desde el comienzo de la democracia, Ceuta ha vivido muchos sucesos, con la inmigración instigada al fondo, que tienen como referencia el interés de Marruecos por advertir que sigue aspirando a apoderarse de ella y de Melilla en el proyecto de su gran Marruecos. En todo este tiempo, no se ha observado una estrategia nacional adecuada a la realidad histórica y española de Ceuta y su hermana, Melilla.

Es más, Ceuta aparece siempre mencionada como foco esencial del maltrato a quienes la ocupan, penetran o invaden sin permiso. Marruecos ha logrado convencer a los "buenistas" internacionales y patrios de la inconveniencia de que pueda denunciarse y rechazarse que alguien, aunque sea un menor, se meta por la fuerza en tu sala de estar. Es su derecho, dicen, y el deber de Ceuta (y España, claro) es callar y pagar.

Muchos creen, con Arturo Pérez-Reverte, por poner un solo ejemplo, que "con la catadura moral y el pulso de quienes nos gobiernan en esto, como en otras muchas cosas, siempre da igual quien nos gobierne, de que cuando Marruecos se decida a plantear el conflicto y apretar las clavijas, ese enclave (Ceuta y Melilla) será entregado al país vecino sin contrapartida alguna, mediante la simple bajada de calzones…".

¿Cómo puede extrañarnos que los compatriotas de Ceuta duden, sospechen, no se sientan protegidos y que, de nuevo con los versos de Anglada, sufran el desgarro de la soledad cuando bajan a su playa y perciben que su madre España parece soltarlos de su mano?

¿Son o no ciudades españolas? ¿Son o no frontera europea? Si lo son, como demuestra la historia y el Derecho, España, esa entidad que actúa más como madrastra que como Madre Patria, debería haber dispuesto una ruta clara y definitiva para hacerlo entender. Ni los hebreos, ni los hindúes, ni la mayoría de los musulmanes procedentes del reino vecino ni los demás españoles caballas quieren una Ceuta marroquí. Pero ni Europa ni España están a la altura del desafío, actualizado de forma hiriente por Marruecos hace unos pocos días.

Calderón de la Barca, en El príncipe constante, portugués y paciente en su empeño en la defensa de Ceuta, empresa en la que incluso muere para evitar la entrega de la ciudad al rey de Fez. Nada más pensar que Ceuta fuera entregada al monarca musulmán, siente el príncipe Fernando:

Aquí enmudece la lengua,
aquí me falta el aliento,
aquí me ahoga la pena
porque en pensarlo no más
el corazón se me quiebra,
el cabello se me eriza,
y todo el cuerpo me tiembla.

Y el Rey de Fez le dice al príncipe:

Pues para que no lo sea,
vive muriendo; que yo
rigor tengo.

FERNANDO: Y yo paciencia.

REY: Pues no tendrás libertad.

FERNANDO: Pues no será tuya Ceuta.

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