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La sutil venganza de la naturaleza

Oponerse al calentamiento del planeta es gran necedad. Pero, como dice el Eclesiastés, "el número de tontos es infinito".

Los sociólogos, entre otras especies especulativas, tienden a hipostasiar el papel de la sociedad en la explicación de las tribulaciones de los humanos (ahora se dice “hombres y mujeres”). Quizá, se olvide que somos una especie animal. En consecuencia, la naturaleza impone sus leyes, no solo la cultura.

Por ejemplo, la especie exige la procreación y, por tanto, la relación, muy estudiada, entre los dos sexos. Luego, la sociedad puede establecer, libérrimamente, la vigencia de parejas homosexuales. Sin embargo, la naturaleza se venga al decretar que uno de los dos individuos presente una apariencia masculina y el otro manifieste, más bien, una figuración femenina.

Nuestro mundo nos hace celebrar las figuras destacadas de los deportistas profesionales. Así, creemos que tales singularidades se distinguen por sus músculos, su apariencia física, tan lustrosa. Aquí, la venganza de la naturaleza es, todavía, más sutil. Resulta que las personalidades egregias del deporte se distinguen, sobre todo, por una mente más desarrollada que la media. Hay excepciones, claro.

En todas las sociedades, las mujeres se han considerado como el “sexo débil” (el mito de las amazonas funcionó solo como un estímulo para los conquistadores españoles del continente americano). Pero las apariencias engañan, un axioma de la ciencia. Las mujeres tienen menos talla y un peso menor que los varones de su misma cohorte etánea. Pero la naturaleza exige que las mujeres puedan parir hijos, lo que supone una dotación más completa de recursos fisiológicos. La constancia estadística no engaña. En todas las sociedades modernas, edad por edad, las mujeres sobreviven más que los varones. Es lo que se llama ‘esperanza de vida’; realmente, expectativa de años de vida.

En estos tiempos que vuelan, las sociedades se aprestan a dominar las enfermedades infecciosas con todo tipo de artefactos científicos. Parece un atraso el hecho de que, todavía, tengamos que padecer numerosos contagios de seres diminutos, imperceptibles a simple vista. La verdad es que la sociedad moderna (desde que hay estadísticas) solo ha logrado erradicar una enfermedad infecciosa: la viruela. Existen algunas dudas de si no ha sido un tanto arriesgada esa victoria. La prueba es que algunos laboratorios guardan, celosamente, la cepa de la viruela, por lo que pudiera pasar. Cabe la sospecha de que la inmensa población de microbios, bacterias y virus pueda desplegar funciones positivas en la vida humana. La naturaleza no es caprichosa, ni suicida.

Durante milenios, la especie humana fue cazadora y recolectora; por tanto, nómada. De haber continuado por ese camino, la humanidad se habría extinguido muy pronto, más que nada, por inanición. La supervivencia estuvo en la decisión de que las primitivas hordas se asentaran en aldeas, luego, también, en ciudades. La provisión de alimentos se basaba, ahora, en algunos cultivos, con animales domesticados. Ese tránsito constituyó el verdadero origen de la civilización. Lo más probable es que el paso lo dieran las mujeres, por mucho que los varones siguieran en el mando. La agricultura y la aldea fueron creaciones femeninas. La naturaleza empezó a exigir el sedentarismo para que la sociedad pudiera prosperar.

Muchas veces, el hombre ha contemplado la naturaleza como una amenaza. Pero es algo que cambia, continuamente, aunque con cierta regularidad. Incluso, el clima parece alterarse por largas temporadas. Ahora, la Tierra se calienta, pero en el siglo XVII hubo en Europa una pequeña glaciación, compatible con un inusitado desarrollo de la ciencia y las artes. En la Alta Edad Media se dio otro periodo de calentamiento. Recuérdese Groenlandia o Tierra Verde. Aunque, el calentamiento más drástico se produjo hace unos 30.000 años, cuando se inauguró la civilización del Homo sapiens. Nosotros somos sus epígonos.

El calentamiento actual de la Tierra es harto moderado y no merece que se le dedique un Ministerio. Supondrá algunos retrocesos (hundimiento de algunos archipiélagos) y ciertas bondades (cultivo de las estepas asiáticas, entre otras). Oponerse al calentamiento del planeta es gran necedad. Pero, como dice el Eclesiastés, “el número de tontos es infinito”.

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