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Agapito Maestre

La crítica de la crítica

Los universitarios españoles utilizan la palabra 'crítica' para cualquier cosa.

El otro día asistí a una exposición de una universitaria española sobre la noción de “industria cultural e ideología”. Trató de sintetizar la joven las posiciones de Adorno, Horkheimer y Marcuse sobre tan complicado asunto. Salió bien parada del trance y recibió la calificación de sobresaliente. Quizá lo merecía. Me sorprendió su poco crítica forma de contextualizar y exponer sus resultados. Y, sobre todo, me dejó fuera de juego que no supiera que un miembro del tribunal era especialista, por seguir el lenguaje ajado de la academia universitaria, en los tres pensadores citados de ese movimiento intelectual que se conoce por el nombre de Escuela de Fráncfort o Teoría Crítica

Sospecho que este caso es solo uno más de los miles de una universidad que ha sustituido el pensar, la crítica, por la ideología y el engaño. Puede que esté equivocado, pero soy del parecer de que los universitarios españoles utilizan la palabra crítica para cualquier cosa. Tengo la sensación de que es un latiguillo para no pensar. El uso permanente de este vocablo exige una crítica. El vaciamiento y devaluación de la noción de crítica, según fue utilizada por algunos pensadores del siglo pasado, exige unas mínimas aclaraciones, quizá una reflexión, si no queremos que la crítica de antaño se convierta en ideología de hogaño.

En un mundo con tan pocos referentes de sentido intelectual, con tan pocos grandes maestros, es menester ser muy riguroso en la lectura de los filósofos del pasado, aunque nos sean cercanos en el tiempo. Es urgente circunstanciar con rigor el pensamiento de esos autores y, sobre todo, releerlos a la luz de las nuevas circunstancias del tiempo presente. Por ejemplo, nadie en su sano juicio podría estigmatizar, hoy, la industria cultural como se hizo en la época de los años treinta y aún de los sesenta del siglo pasado; más aún, ni siquiera los autores más críticos de la llamada cultura de consumo estarían dispuestos a renunciar a los elementos emancipatorios contenidos en la gran industria cultural. 

Entre un vago presentimiento y algunos datos reales, entre la nostalgia y el recuerdo crítico de autores que marcaron mi adolescencia intelectual, me malicio que la actual incultura universitaria está utilizando a grandes pensadores, como los citados más arriba, para llenar de ideología el espacio público político. Es necesaria una aclaración no solo de los pros y contras de la Teoría Crítica, sino sobre todo que nos percatemos, aunque sea con tristeza, de una cesura histórica clave: la cultura política en la que pudo ejercer su influencia la Teoría Crítica nada tiene que ver con el mundo después de 1989, el año de la libertad y las ilusiones. Pero de eso hablamos otro día.  

 

 

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