Mi trabajo me ha llevado a ser, más bien, insomne; o, para ser más preciso, de sueño ligero y con pesadillas. No es nada original. Me basta con media pastilla del somnífero más liviano. Su efecto verdadero es que actúa como placebo, esto es, que tiende a ser mínimamente eficaz porque yo así lo creo. Más difícil es encontrar una píldora mágica que facilite el soñar despierto, agudizar la imaginación. El alcohol o las drogas alucinógenas no parecen contribuir mucho a tal función. Es cierto que hay famosos escritores o artistas dipsómanos, pero su hábito viene, más bien, a remediar una forma de inseguridad.
Disponemos de sustancias, más o menos naturales o químicas, que intentan corregir los desarreglos del organismo y, así, propician la capacidad de pensar con cabeza. Porque también se puede pensar con los pies. Conozco casos.
Lo peor es tener ocupada la mente con sucesos vanos, ideas mostrencas, deseos inasequibles. Por desgracia, son ejercicios muy comunes; por una razón, porque no cuestan mucho esfuerzo. Hay momentos en que le entra a uno la tentación de trocar su mente por la de un pájaro. Aunque puede que los trinos de las aves no sean siempre manifestaciones de felicidad, sino de angustia reproductora.
Extraña cosa es la mente humana. Se pone a trabajar cuando menos se la espera. Se adormece cuando más se la necesita. Se diría que es independiente del sujeto que la considera como propia.
Más misteriosos son los recuerdos. Es extraño, pero común, que no tengamos añoranzas de lo sucedido durante los tres primeros años de vida, cuando el cerebro se encuentra impoluto. Incluso los primeros recuerdos suelen ser falsos: son elaboraciones de lo que otras personas nos contaron.
Como no soy psicólogo, lo que más me interesa de la mente es la mentalidad. Se trata de una especie de hábito que nos lleva a considerar las cosas como un todo coherente y con cierto sentido. Puede servir como un cómodo artificio para seguir pensando. Es un intermedio entre las ideas y las creencias, en el sentido orteguiano. Tiene algo de colectivo, pero el sujeto las hace suyas, al convertirse en la base de su personalidad, lo que los demás perciben de uno.
Sorprende el extraño parentesco entre mente y mentira. Es pura casualidad etimológica. Aunque, si bien se mira, nuestros pensamientos, muchas veces, nos engañan. No es solo que haya ideas falsas, sino que nos entretenemos en imaginar lo que nos place. Ese es el atractivo general de los juegos de azar, comunes en todas las épocas y culturas. De pequeño yo he jugado a las tabas (nombre popular del astrágalo). Es decir, nos entreteníamos con huesos de animales, como seguramente, se divertían los infantes hace miles de años. Bueno, ahora han inventado que los juegos de azar son solo para los adultos; ¡y luego hablan de igualdad!
El supremo placer de todos los sátrapas ha sido el de doblegar la mente de sus súbditos. Esa es tarea más peliaguda que la de esclavizar y aherrojar los cuerpos. Una forma suave de dominio mental es la censura, artificio que funcionan en todas las sociedades, aun en las democráticas. Naturalmente, solo afecta a los escritores, científicos y artistas, una escuálida minoría, que preocupa poco a los poderosos. No obstante, el tirano de todos los tiempos, a menudo, quiso pasar por sabio.