El que llegaría ser egregio tribuno y presidente del Congreso de los Diputados nació en Gijón en 1864. Destacado jurista, ejerció de abogado y de catedrático de Derecho Romano mientras comenzaba su vida política en las filas del republicanismo de Nicolás Salmerón. En sus años jóvenes, amigo y protegido de Leopoldo Alas Clarín, escribió en varios periódicos republicanos, en los se distinguió por su dureza contra la monarquía.
En 1901 salió elegido diputado por primera vez. Por su locuacidad y su voz de tenor le colocaron los motes de El tribuno y Pico de oro. Sobre él escribió Pérez Galdós que era "hijo predilecto de la musa Polimnia, en quien los antiguos personificaron la elocuencia". En su estreno como parlamentario explicó así sus convicciones anticlericales:
"El partido republicano es enemigo del clericalismo; y es enemigo del clericalismo, no tan solo porque conduce a la injerencia del poder teocrático en la vida del Estado, sino porque constituye la causa principalísima, casi me atrevo a decir que la única, de este vergonzoso atraso en que se desarrolla, por desgracia, la vida intelectual y política de nuestra España".
Pero su anticlericalismo no le impidió exigir respeto a la religión católica, condenar las blasfemias y la violencia contra el clero e incluso considerar que "la religión es algo fundamental en la sociedad humana":
"Tan insensato es el que vocifera en la plaza pública pidiendo en nombre de la razón natural que se suprima a Dios como el que dice desde la cátedra de la Iglesia, invocando al efecto una falsa tradición religiosa, que el liberalismo es pecado".
En 1911 colaboró en el nacimiento del sindicalismo minero asturiano en un mitin en el que compartió tribuna con Pablo Iglesias, presidente del PSOE. Un año más tarde fundó el Partido Reformista, que sería presidido por el histórico dirigente republicano Gumersindo de Azcárate y en el que militarían figuras tan importantes del mundo de la política y la cultura como Azaña, Ortega, Américo Castro, Pérez de Ayala y los futuros dirigentes socialistas Álvaro de Albornoz y Fernando de los Ríos.
Instaurado el régimen soviético
Partidario de la neutralidad durante la Gran Guerra, en 1917 colaboró con el PSOE de Besteiro, la UGT de Largo Caballero y otros grupos republicanos en la convocatoria de huelga general inspirada por lo que en aquel momento estaba sucediendo en Rusia. Según declaró en aquellos días, "a los reyes no les quedan más caminos que el del destierro o el del patíbulo". Fracasada la huelga, terminada la guerra e instaurado el régimen soviético, Álvarez se manifestó partidario de "una dictadura inteligente y provisional, sin divorciarse de la democracia. La dictadura que defendió Robespierre en sus últimos días".
En los años siguientes continuó ejerciendo de diputado, elegido en varias ocasiones en coalición con los socialistas. Tras las elecciones de abril de 1923, en las que su partido obtuvo veinte escaños, Álvarez fue elegido presidente del Congreso. Poco duró su presidencia, pues el 13 de septiembre llegaría el golpe de Estado de Primo de Rivera. Su postura fue clara desde el principio:
"Yo soy y continuaré siendo adversario de las viejas oligarquías que se reparten la gobernación de España. Yo soy, por principio, enemigo de cuanto lesione el Derecho, y por eso censuro a Primo de Rivera".
Dos meses más tarde, él y Romanones, como presidentes del Congreso y el Senado, se dirigieron oficialmente a Alfonso XIII para que cumpliera con su obligación de convocar Cortes, ante lo que el rey y Primo de Rivera destituyeron a ambos de sus cargos. Durante los años siguientes intentó convencer al rey para que reinstaurara la normalidad constitucional e incluso participó en alguna poco consistente conspiración para derribar al dictador, pero la mayor parte de su tiempo la dedicó al ejercicio de la abogacía.
Pocas semanas después de la proclamación de la República, Álvarez y sus compañeros de filas refundaron su partido, que en adelante se llamaría Partido Republicano Liberal Demócrata. Éstas fueron las palabras de Álvarez en su discurso inaugural:
"Está tan unida la causa de la República al interés nacional, que servir en estos instantes a la República es servir a España, ya que una y otra necesitan, para el desenvolvimiento de su vida, del orden y de la libertad. Sin orden, correligionarios, no hay vida en los pueblos ni en las instituciones políticas que los rigen; sin libertad, los pueblos no prosperan ni pueden engrandecerse".
Violencia socialista
Durante la campaña para las elecciones constituyentes de junio de 1931, Álvarez comprobaría en persona que algo estaba sucediendo en unas izquierdas con las que había colaborado durante décadas: el mitin que estaba celebrándose en el teatro Campoamor de Oviedo tuvo que suspenderse a causa de la violencia desatada por los socialistas para impedir que la voz del Partido Republicano Liberal Demócrata fuera escuchada. Vista la situación, sus dirigentes decidieron retirarse de las elecciones generales.
Sin embargo, el viejo compañero de andanzas republicanas Alejandro Lerroux llegó al rescate ofreciendo a Álvarez un puesto en una candidatura conjunta de radicales, socialistas y otros izquierdistas en la que figuraban el propio Lerroux y Manuel Azaña.
Cuestión religiosa
Durante los debates constituyentes, Álvarez insistió en la necesidad de elaborar una Constitución que no implicase la imposición del criterio de la mayoría, como había sucedido con las anteriores, sino que se fundamentase en el acuerdo entre todos los partidos políticos. En cuanto a la cuestión religiosa, se mostró partidario de separar Iglesia y Estado, pero no de pretender destruir la conciencia religiosa del pueblo español. Y se manifestó en contra del estatuto de autonomía para Cataluña acusando a los catalanistas de intentar engañar a todos con sus tibiezas ideológicas y maniobras terminológicas:
"Aun antes de los Reyes Católicos ya existía en España la unidad nacional a pesar de la pluralidad. En el siglo XIII ya se proclamaba la única España de los cinco reinos, de modo que nosotros recogemos la herencia de la unidad española. Y hablar de pluralidad de naciones es una temeridad. No se concibe esa pluralidad. Con el mismo derecho que Cataluña, mañana pueden reclamar el reconocimiento de su nacionalidad Vasconia y Galicia, y luego vendrán otras que harán de España, no una nación, sino una expresión geográfica. Los catalanes habríais de tener el valor de decir que sois enemigos de la unidad nacional, y entonces el Gobierno no podrá acceder a vuestras pretensiones".
Aunque insistiese en la ubicación centrista de su partido, tan alejado de las izquierdas como de las derechas por rechazar lo que consideraba extremismo de ambas, el hasta entonces izquierdista Melquíades Álvarez sorprendió a todos al tomar la decisión de alinear su partido con la coalición derechista encabezada por la CEDA para las elecciones de 1933.
Tras la victoria de la coalición radical-cedista, las izquierdas aceleraron su deriva revolucionaria hasta su violento estallido en octubre de 1934. El asturiano Álvarez lamentó el reguero de sangre provocado por la revolución que, encabezada por el PSOE, tuvo en su tierra natal su principal escenario. A los dirigentes de ese partido les lanzó la acusación de haber cometido los peores crímenes, la alta traición y la rebelión, mucho más graves que los de quienes "han cometido asesinatos, violaciones, latrocionios y se han manchado con toda clase de crímenes":
“El resultado ha sido el asesinato de docenas de religiosos, de ingenieros ilustres que habían derramado el bien y el atropello de infelices mujeres cuyos relatos no pueden publicarse por respeto al pudor. Y en aquel movimiento, mientras se decía que el dinero no tenía valor, los dirigentes socialistas se convertían en vulgares ladrones, apoderándose del dinero del Banco de España”.
En las elecciones de febrero de 1936 se repetiría la misma coalición, si bien Álvarez no consiguió salir elegido. En junio, con la tragedia a la vuelta de la esquina, José Antonio Primo de Rivera, ya encerrado en la prisión de Alicante, le designó para que le defendiera ante los tribunales. El juicio no llegaría a celebrarse porque pocas semanas después los acontecimientos se precipitaron con el asesinato de Calvo Sotelo y el golpe militar.
Ante la gravedad de lo que estaba sucediendo en España, su familia hizo gestiones para que la embajada de los Estados Unidos le concediese asilo político, lo que no se consiguió. Convencido de no tenía nada que temer, se negó a esconderse a pesar de la insistencia de familiares y amigos. Tras dos semanas de incertidumbre, el 4 de agosto fue detenido y enviado a la cárcel Modelo, donde coincidió con numerosos dirigentes derechistas, militares y otras personas sospechosas de complicidad con los alzados.
Una semana después apareció en el órgano socialista Claridad un artículo azuzando a las masas contra los presos de la Modelo:
"La cárcel Modelo es un nido de fascistas y el pueblo tiene derecho a entrar en todas partes, y en la cárcel Modelo con mayor razón”.
Los maltratos y vejaciones por parte de los milicianos hicieron estallar al viejo tribuno, que a voz en cuello maldijo la mentira de las democracias, "que abren un camino de dolor y ruina a la patria y a la Humanidad. Y todavía en esta hora se dan las manos sobre el crimen, y así se presentan ante el mundo. Yo maldigo y reniego de esa vil democracia y me arrepiento mucho". Y continuó alabando al ejército por haberse alzado "para salvar a la nación de la vergüenza y el vilipendio", concluyendo con repetidas invocaciones a Dios.
Finalmente, la madrugada del 22 de agosto un miliciano socialista obligó a los funcionarios a salir de la cárcel para dejar las manos libres a las turbas, que asesinaron a golpes y tiros a una treintena de militares y dirigentes derechistas. Los insultos que hasta el último momento lanzó Melquíades Álvarez fueron interrumpidos por un bayonetazo en la garganta.
Compañeros de martirio fueron, entre otros: Manuel Rico, exministro centrista, viejo compañero de Álvarez en el Partido Reformista y posteriormente miembro de la Agrupación al Servicio de la República; Ramón Álvarez-Valdés, exministro y también compañero de partido de Melquíades Álvarez; Julio Ruiz de Alda, cofundador de Falange; Fernando Primo de Rivera, hermano de José Antonio; José María Albiñana, diputado del Bloque Nacional de Calvo Sotelo; los diputados de la CEDA Tomás Salort y Rafael Esparza; Francisco Javier Jiménez, diputado de Izquierda Liberal Monárquica; y tres militantes falangistas que habían militado antes en partidos de izquierda: Sinforiano Moldes, Enrique Matorras y Nicasio Ribagorda. Pocos días después serían asesinados otros dos exministros radicales: Gerardo Abad y Rafael Salazar, este último también exalcalde de Madrid.
Un golpe letal
Los dirigentes de la República comprendieron la trascendencia de lo ocurrido entre los muros de la prisión, ya que se trató de un golpe letal para la imagen de un Gobierno necesitado del apoyo internacional contra los alzados. Azaña, el antiguo compañero de filas de Álvarez, exclamó al enterarse:
“¡Han asesinado a Melquíades! ¡Esto no, esto no! Me asquea la sangre, estoy hasta aquí. Nos ahogará a todos”.
E Indalecio Prieto, por su parte, lanzó un negro augurio:
“La brutalidad de lo que aquí acaba de ocurrir significa, nada menos, que con esto ya hemos perdido la guerra”.